Insinuación perspicaz

Hestia se puso de pie y se ubicó detrás del chico, asechándolo como una felina, dando vuelta a su presa. Le tocó el hombro con la zurda, apretándoselo con sus dedos, clavándole sus finas uñas, como garras de una leona.

—Primero debes colocarte la servilleta en el regazo —susurró ella con tono sugestivo cerca del oído.

Él obedeció sin demora. La voz de esa mujer lo comenzaba a atontar, como si fuera un ente capaz de hipnotizar con su melodioso canto. Parpadeó varias veces, para despertarse.

Hestia apoyó su pecho en la espalda, aplastando sus grandes y blandos senos en él; quería que sintiera su enorme y duro busto, para que supiera lo que podía tener entre la boca, porque podía amamantarlo como su niño. Deslizó sus dedos, por los brazos, hasta las manos del muchacho de manera lenta y juguetona.

Heros percibió como sus vellos de la piel se habían erizado. La fragancia del perfume de aquella mujer se había intensificado de gran manera. Estaba comenzando a embriagarse con el agradable olor del cuerpo que desprendía Hestia. Era como si estuviera siendo arropado por un abrigo de terciopelo, porque el suave tacto de ella era relajante. Sin mencionar los voluptuosos atributos que sentía el dorso. Sacudió su cabeza con levedad y pestañeó con reiteración. ¿Qué había sido eso? Era, como si, por un instante, se estuviera quedando dormido; justo como lo había experimentado al conocerla. ¿Qué pasaba con ella? Si se descuidaba, podría ser hipnotizado por los encantos de Hestia. En verdad, ella podía hechizar a los hombres con su belleza, como una diosa griega. Respiró con lentitud y exhaló con armonía. Debía mantenerse sereno y calmado ante esta incitadora e inusual situación, en la que nunca se había visto involucrado, ni siquiera con Lacey, ni en todos los años que han estado juntos.

—Entiendo —dijo Heros, para que terminara lo antes posible con la improvisada tutoría—. ¿Algo más?

—El tenedor siempre va en la zurda y el cuchillo del lado derecho, sin importar que seas diestro. Tu índice tiene que estar cerca de la cabeza y los dientes del utensilio tiene que mirar hacia abajo, no hacia ti, y los otros cuatro dedos los dejas alrededor del agarre. Así, también vas a sostener el cuchillo.  Esta técnica se conoce como el mango escondido —dijo Hestia, mientras lo guiaba y realizaba los movimientos en el aire—. Dobla tus muñecas, para que tus dedos y cubiertos apunten hacia el plato. Tus codos deben estar relajados y tienen que permanecer fuera de la mesa. Nunca apoyados.

Hestia decidió que ya era tiempo de regresar a su puesto, porque solo quería darle una muestra de todo lo que podía obtener, solo si cooperaba con ella. Además, no debía dejar que se acostumbrara a su cuerpo. Nada más quería darle un pequeño aperitivo de lo que podía llegar a disfrutar. Era un truco sencillo, pero efectivo.

—He entendido esta parte —dijo Heros, mirando los otros objetos puestos en su sitio.

—Te dije que sería lo básico. Así que, esto sería lo último que te diga por hoy. Si vas a cortar. —Sostuvo sus propios cubiertos, para mostrarle como debía hacerlo—. Tienes que mantener firme el tenedor, este no se mueve sino el cuchillo, con el que cortas. Y para comer, debes hacerlo con trozos pequeños. —Agarró la copa de champaña y bebió un pequeño trago—. A menos que quieras llevarte aperitivos más grandes a la boca. —Saboreó sus gruesos labios rojizos. Regó, como si hubiera sido un accidente, que el contenido incoloro del recipiente cristalino cayera encima de sus voluminosos pechos, mojando también parte de su oscuro brasier de encaje—. Perdón. Te quise asesorar, pero he cometido un error que no debe permitirse en la mesa.

Heros volvió a quedar hipnotizado el busto de Hestia. Ahora estaba mojado por la champaña, y los hacía brillar en la parte de superior.

—No se preocupe. Ha… Ha sido de ayuda su corta lección —dijo Heros, pasándole una servilleta, para que se limpiara la humedad.

¿Por qué también no me limpias tú? Pensó Hestia, en tanto se secaba de manera provocadora y lenta, para que Heros la viera hacerlo. Hundía sus voluminosos senos y los movía con provocación.

—Puedo darte clases privadas. Así podría enseñarte más cosas —dijo Hestia, con doble sentido, mientras manifestaba una sonrisa tensa y astuta, con sus labios apretados y su boca cerrada. No mostraba ningún gesto exagerado o demasiado feliz, porque no le gustaba hacerlo, y también, para preservar su juventud y su bello rostro libre de arrugas.

Heros se sintió confundido. ¿Se estaba refiriendo a la etiqueta de la mesa? Porque parecía ser más que solo eso. ¿Qué era lo que estaba tratando de hacer esa Hestia Haller, la jefa de una poderosa corporación? Para haberse conocido apenas unas horas, estaba siendo demasiado amable, comprensiva y buena con él. Aunque, ese no era el problema, sino la forma en lo que hacía. En el fondo lo sospechaba y se percataba de esa actitud coqueta de parte de ella. Pero, no lograba entender, ¿por qué una mujer tan rica, hermosa y poderosa como ella, se estaba comportando de ese modo tan cortes con él? No era él más agraciado, ni atractivo. Estaba seguro de que ella podía estar con hombres más ilustres y distinguidos. Sin embargo, juraría que lo estaba seduciéndolo. Y eso podría resultar ser algo imposible de ocurrir. En la escuela no fue el más popular con las chicas y no recordaba tener ni una sola admiradora. Si no fuera por Lacey, lo más probable es que no tuviera pareja hasta la fecha.

—Gracias, pero no quiero abusar de su filantropía —dijo Heros, declinando la oferta de Hestia. Lo mejor era evitar cualquier cosa que ella le ofreciera y marcharse lo antes posible de ese sitio, para evitar inconvenientes mayores y malentendidos.

—Eres joven, tienes mucha energía y estás en la cúspide de la vida. Si puedes obtener algo, sostenlo fuerte en tus manos, para que otro no te quite lo que amas —dijo Hestia, con sagacidad, al hacer referencia a Lacey con el amante. Pero ya se la había dejado robar por otro hombre y él era el engañado—. Bien. Ahora comamos, Heros.

A Hestia le brillaron ojos al ver al lindo muchacho, porque era el plato fuerte que le apetecía degustar en su paladar, saborear con lengua y morder con sus dientes para marcarlo como suyo.  Solo un poco más y podría hacerlo.

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