52. Lo que ninguno admite.

Nunca pensé que llegaría a este punto, en el que los dos hombres que me encienden, me hieren y me atan a ellos como cadenas invisibles, dejarían ver no solo el filo de sus armas, sino también las grietas de su armadura. Y sin embargo, aquí estamos: John con la mirada fija en mí, los labios apretados...

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