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Capítulo 1

Narrado por Micaela

Todavía sentía el calor en la piel cuando salí del hotel. El aire de la madrugada me acarició el rostro, como si intentara calmarme... pero no podía. Acababa de estar con un hombre al que no conocía, y lejos de sentirme mal, sonreía. No de orgullo, pero sí de algo parecido a libertad.

Mi cuerpo seguía temblando, aunque ya no sabía si era por culpa del frío o de lo que acababa de hacer.

Subí al taxi con las mejillas encendidas. Me repetía que había sido una locura. Una estupidez. Que acababa de traicionar a Michael, el hombre con el que se suponía iba a casarme. Y aun así, había algo dentro de mí que se negaba a arrepentirse.

Cuando llegué a casa, abrí la puerta con sigilo. Pero no me sirvió de nada.

—¡¿Dónde estabas?! —El grito de mi mamá me golpeó más fuerte que la resaca.

—Michael te esperó toda la noche. Estábamos muy preocupados por ti —continuó con los ojos cargados de furia y un brillo que no era rabia, sino miedo.

—Cálmate, ya estoy aquí —intenté calmarla, sintiendo la cabeza latirme con fuerza.

Antes de que pudiera seguir reclamando, escuché a Clara detrás de mí.

—¿Por qué no esperaste a que entrara? —me susurró al oído con una sonrisa cómplice mientras me pellizcaba el brazo—. Señora Martha, perdón. Celebramos el cumple de Micaela en mi casa. Se nos pasó el tiempo.

Mi madre frunció el ceño, dudando. Pero Clara sabía cómo hablarle.

—Es la primera vez que no llego a dormir, mamá. Estaba celebrando mis 24 —dije, esperando que por una vez me viera como adulta. Pero desde que murió papá, se aferró a la idea de tenerme bajo control.

—¿Y qué le dirás a Michael? En unos meses será tu esposo. No puedes seguir haciendo estas gracias.

—Hablaré con él. No hice nada malo —mentí. O tal vez no. Porque una parte de mí sentía que esa noche había hecho algo muy bueno.

Después de un sermón eterno sobre ser “una mujer de casa” como todas las García, me dejó subir.

Clara cerró la puerta tras de mí con esa sonrisa que me conoce mejor que nadie.

—¿Qué pasó? ¡Sabía que ese galán te tendría ocupada toda la noche!

—No voy a contarte nada —dije, riendo por lo bajo—. Solo… pasaron cosas.

Se dejó caer a mi lado en la cama como una niña que esperaba el final del cuento.

—Me alegro por ti —susurró, dándome un beso en la mejilla antes de irse.

Intenté dormir, pero las imágenes volvían una y otra vez. Su boca, su voz, mis gemidos. Todo.

Michael había cancelado la cena por un operativo, era policía de narcóticos, Otra noche sin él. Otro cumpleaños sola.

Llevábamos cinco años. Era el hijo de la mejor amiga de mi mamá, y por eso ella lo aceptó. Al principio lo vi como una salida. Después, me enamoré. Me trataba como una princesa. Fue mi primera vez. Todo fue especial. Pero luego vinieron los silencios, las excusas, los aplazamientos. Primero la boda. Después, el tiempo.

Cuando supe que no estaría esa noche, Clara me convenció de salir. Me prestó un vestido negro, unos tacones asesinos y me maquilló como nunca. Frente al espejo, no vi a la profesora de jardín que siempre obedecía. Vi a una mujer queriendo vivir.

La discoteca era oscura, ruidosa, perfecta para perderse. No bebí mucho, pero estaba decidida a sentir algo diferente. Y entonces lo vi.

Alto. De cabello negro. Ojos zafiro. Imposible ignorarlo. Las mujeres lo rodeaban, pero cuando pasé cerca, su mirada se clavó en mí.

Fui al baño a lavarme el rostro. Al salir, ahí estaba.

—¿Tienes calor? —me preguntó, encendiendo un cigarrillo.

—Sí —fue todo lo que dije. Cuando quise seguir caminando, me tomó del brazo con suavidad.

—¿Quieres bailar?

No respondí. Simplemente asentí.

Bailamos. Su cuerpo pegado al mío, su respiración en mi cuello, su olor a menta y whisky. Sentía que el piso desaparecía bajo mis pies. Luego me besó. Fuerte. Descarado. Irresistible.

—¿Quieres ir a otro lado?

Mi mente gritaba que no. Pero mis labios dijeron:

—Sí.

Le susurré a Clara que me iba. Me miró con duda, me tomó la mano.

—¿Estás segura?

Asentí. Me colocó un condón en el escote y me abrazó.

—Hoy solo piensa en ti. En lo que tú quieres.

El auto era lujoso. El penthouse aún más. No pregunté su nombre. Ni su pasado. Solo me dejé llevar.

La ropa cayó, empezo besando mi cuello y luego bajo a mis senos, mientras yo algo torpe intentaba masturbarlo aún nerviosa, pero me detuve.

—No puedo —dije, alejándome—. No soy así. Ni siquiera sé tu nombre.

—Vincenzo Florenci —dijo, tomándome la mano—. Y sé que no eres así. Eres una mujer hermosa que necesita dejar de obedecer.

Me besó de nuevo. Y ya no dije nada, lentamente me llevo a la cama, me quito la tanga de un tirón, mientras bajaba a mi intimidad con sus besos recios que me hicieron gemir.

Yo nunca había hecho sexo oral, el me explico, me sentí una alumna en vez de maestra, luego siguió lo intenso, su pene era grande, palpitaba en medio de mis senos, me empujó en la cama y viví el momento más intenso.

Hicimos el amor como si no hubiera un después. Fue salvaje, hermoso e intenso, yo gemia agarrándome de las sábanas mientras el asfixiaba un poco mi cuello

—Asi... Eres mi puta —me susurro en el oido —Tienes que venirte, quiero que te vengas.

Lejos de ofenderme sus palabras me gustaba esa agresividad, era otra mujer en sus manos.

Cuando terminamos, caímos rendidos.

Me quedé dormida en su pecho. Al amanecer, me despertó con desayuno.

—Pensé que pasaríamos el fin de semana juntos —dijo.

—No. Esto solo fue una noche —respondí, vistiéndome de prisa.

Al abrir la puerta, dos hombres armados me bloquearon el paso.

—Ella viene conmigo —ordenó Vincenzo

—¡No voy a ningún lado! —grité, sintiendo el miedo levantando las manls

Vincenzo calmó la situación. Se acercó y me tomo de la mano, la misma que beso.

—Ese dedo pronto llevará un anillo mío. Porque vas a ser mi esposa.

Sali de allí asustada, me fui en taxi, temblando. No quería que supiera nada de mí. Quería apagar ese capítulo.

Luego del sermón de mamá, me encerré en mi habitación hasta que me llamo a cenar, Michael estaba allí, con flores. Me besó y me dijo:

—Sé que no soy el mejor, pero te amo, y lamento no acompañarte en tu cumpleaños.

Mis labios temblaron, y llore m

Él creyó que eran lágrimas de amor. Pero eran de culpa, quise confesarlo.

—Tenemos que hablar

Su celular sonó. Lo ignoró, pero volvió a sonar.

—¡Maldita sea

! —murmuró

—¿Que sucede? —pregunte al verlo alterado

—Vincenzo Florenci. Ese hijo de puta… es mi nuevo caso. Y voy a atraparlo.

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