2

Capítulo 2

Escuchar ese nombre me congeló por dentro. Un escalofrío me recorrió la espalda como si mi cuerpo supiera algo que mi mente aún no procesaba.

—¿Cómo dijiste que se llama? —repetí, tratando de sonar casual, mientras me llevaba el vaso de agua a los labios con manos temblorosas.

—No debería habértelo dicho… —Michael suspiró, frustrado—. Es información confidencial, pero… no tienes idea de cuánto me ha costado seguirle el rastro. Este tipo es escurridizo.

Golpeó la mesa con fuerza. Lo miré de reojo, su ceño fruncido y la vena de su cuello sobresaliendo eran señales claras de que estaba conteniendo la rabia.

Mientras le servía una taza de café, traté de juntar el valor para confirmar lo que ya sospechaba.

—Soy tu prometida —le dije, tomando su mano—. No voy a salir de aquí y contarlo. Confía en mí.

Michael dudó por un segundo, pero finalmente bajó la guardia.

—Vincenzo Florenci. Hijo de un narcotraficante italiano muy influyente que murió hace algunos años. Estoy seguro de que siguió con el negocio, pero siempre se escapa. Cada vez que creo tenerlo, se desvanece —murmuró, evitando mi mirada.

Sentí un nudo en el estómago. Su nombre volvió a retumbar en mi cabeza, y con él, todo lo que había pasado la noche anterior. Me había acostado con ese hombre. Con el mismo que Michael ahora debía atrapar. Tragué saliva, aturdida. ¿Y si él se acercó a mí solo para llegar a Michael?

Mis nervios estallaron. Derramé el vaso de agua que aún tenía sobre la mesa.

Michael lo interpretó como preocupación por él. Tomó mi mano con ternura, dándome un beso suave.

—No va a pasarme nada, lo prometo. Vamos a tener ese hogar feliz, ¿sí? —me sonrió, sincero—. ¿Qué querías decirme?

Tragué saliva. Hace apenas unos minutos, estaba decidida a confesarle lo de anoche. Pero ahora… no podía. Me sentía sucia, utilizada y culpable.

En ese momento, mamá entró como si hubiese estado espiando tras la puerta. Lo hacía a menudo, colándose en conversaciones como quien no quiere la cosa.

—¿Qué ibas a decirle? —preguntó con ese tono altanero que me irritaba profundamente, trayendo consigo café y galletas.

Mentí.

—Nada importante… solo que lo extrañé —respondí, sabiendo que cada mentira que salía de mi boca alimentaba una bola de nieve imposible de detener.

Michael me abrazó, sus palabras me envolvieron con ternura.

—Estoy seguro de que quiero casarme contigo. Eres la mujer de mi vida.

Y por un momento, quise creerle. Él creía en nosotros, en lo que éramos. Pero yo… ya no sabía. ¿Era amor lo que sentía por él, o simplemente costumbre? Lo besé, queriendo convencerlo… queriéndome convencer a mí misma. Pero dentro de mí, Vincenzo había dejado algo difícil de ignorar.

—Deberíamos fijar la fecha de la boda —dijo mamá, sacando un calendario con su típica determinación.

Ella tomaba decisiones como si yo fuera su proyecto. La entendía, de algún modo. Mi papá murió cuando yo era una niña. Mamá siempre intentó remediar su ausencia sobreprotegiéndome. Nunca pude despedirme de él. Nunca lo volví a ver. Ella lo alejaba su recuerdo con excusas y terminé viéndola como la única figura que me quedaba.

—Diciembre es perfecto. Hablaré con el sacerdote. Seguro me dará la fecha que quiera —sentenció, marcando el día con un dedo firme.

—¿Seis meses? Me parece apresurado —dije sin pensar, sorprendida por lo rápido que salió de mí esa respuesta.

Michael intentó calmarme.

—Si necesitas más tiempo, lo entenderé —me sonrió, bebiendo el café de mamá.

Quise decirle que sí, que esperáramos. Pero una sola mirada de mi madre fue suficiente para hacerme retroceder.

Más tarde, Michael me invitó a dar un paseo. Mamá, encantada con su actitud tradicional, nos dio unas horas libres. Me duché, me arreglé y bajé con mi bolso.

Durante el camino reinó el silencio. Extraño en mí. Michael lo notó.

—¿Estás bien? Estás muy callada.

—Es solo por la fecha de la boda… nervios, supongo —otra mentira. Y ya eran demasiadas.

Fuimos al mirador. Nuestro lugar. Donde siempre terminábamos entre besos y caricias robadas. Esta vez fui distinta. Lo deseaba con una intensidad nueva, queriendo borrar de mi piel lo que Vincenzo había dejado marcado. Me moví con hambre, desesperada por recuperar el control, por sentir… algo.

Fuimos a la parte posterior del auto, me subí sobre el y lo besaba intensa, Michael no sabía qué hacer con esa versión mía. Lo escuchaba repetir “wow” mientras yo le quitaba la ropa y cabalgaba sobre su polla que saque con dificultad del pantalón.

Pero a pesar que el disfrutaba de esta situación, yo sencillamente no, fingí placer, fingí una sonrisa. gemidos, todo fue una máscara.

—¿Te gustó?

—Si, me encantó —respondi mintiendo de nuevo.

Regresamos puntuales. Mamá nos esperaba en la puerta, brazos cruzados, reprochando los diez minutos de retraso.

Esa noche, no dormí. El deseo volvió como un latido constante. Pensé en Vincenzo. En sus manos, en cómo me había sentido viva, deseada, libre.

Mi cuerpo reaccionaba solo, metí la mano bajo la pantaleta. Era la primera vez que me tocaba así. Clara me lo había contado, pero nunca imaginé que lo haría. Usé la almohada. Cerré los ojos y me moví sobre ella pensando en el, mordi mi mano para no gritar.

Cuando todo termine, me sentí aún peor, la almohada me hizo sentir mejor que Michael.

Desperté queriendo volver a ser la de antes. Mamá estaba en la cocina, sumando cuentas que jamás me consultaba.

—Deberías pedirle a Michael que nos ayude. Ya va a ser tu esposo.

—No, mamá. No voy a aceptar un solo peso hasta que me case. Voy a buscar otro trabajo —respondí firme.

—Hablé con él. Viviremos con su madre. Él cubrirá todo. Tú solo te encargarás del hogar.

Me helé.

¿Desde cuándo habían tomado esa decisión? ¿Y por qué no me lo consultaron?

—No voy a depender de nadie. Ni de Michael, ni de ti —le dije, tomando mi bolso.

Salí con el corazón agitado. Clara ya me esperaba en el auto.

—Estás furiosa, cerraste la puerta con fuerza —bromeó, aunque su mirada sabía leerme.

—Ella está loca… —fue lo único que pude decir.

En el jardin intenté fingir normalidad, jugué con los niños, las tareas tupicas de mi trabajo, Hasta que un hombre elegante me abordó.

—¿Profesora Micaela?

Creí que era el padre de algún alumno.

—¿Busca información sobre algún estudiante?

—No. Tengo una oferta de trabajo para usted —dijo, entregándome una carpeta—. Es para cuidar y enseñar a una niña. Internado de lunes a viernes. El salario es muy generoso.

Abrí la carpeta. Mis ojos se abrieron con incredulidad al ver la cifra de dinero.

—¿Por qué yo?

—La

directora la recomendó. ¿Acepta?

Me extendió la mano. Sin saberlo, esa decisión estaba a punto de cambiar mi vida.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo