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Capítulo 3

—Tengo que pensarlo… —respondí con cautela, devolviéndole la carpeta con la misma cortesía que él me había ofrecido—. No es una decisión que se tome de un día para otro. Tengo una madre… y un prometido.

—Solo trabajaría de lunes a Viernes. El domingo sería suyo, para visitar a los suyos. Además, estoy seguro de que la señora le dará permisos cuando los necesite. Es una gran oportunidad —dijo con amabilidad, entregándome su tarjeta—. Llámeme antes de mañana al mediodía. Si no, buscaré otra candidata.

Guardé la tarjeta en mi bolso, Al regresar al casa le conté a Clara.

—No puedes dejar pasar esto, Micaela. Es una oportunidad increíble —dijo, tan entusiasta como siempre.

Pero yo no podía pensar solo en lo que ganaría. Con mamá, nada era simple. Sabía que se opondría con uñas y dientes.

Al llegar a casa, como siempre, me perdí en la rutina: limpiar, ordenar, dejarlo todo impecable. Mamá no tocaba un plumero desde que tengo memoria. Había renunciado a todo por papá: dinero, comodidades, su mundo de lujos.

—¿Quieres un té? —le ofrecí, mientras repetía en mi cabeza una y otra vez las palabras que usaría para explicarle mi nueva oportunidad.

Se lo serví como le gustaba. Ella tomó la taza, la dejó a un lado al escucharme, y entonces vino su reacción.

—¡¿Estás loca?! —soltó—. ¿Quién va a cuidar de mí? ¿Y la casa? ¿Y todo lo que haces tú?

Su respuesta me dejó sin aire. Yo estaba hablándole de una necesidad, de una solución, y ella solo pensaba en sí misma.

—Solo serán unos meses, mamá. Pagaré las deudas. Después regreso a la escuela, lo prometo —intenté explicarle.

Pero ella negó con la cabeza una y otra vez, repitiendo que no quería quedarse sola.

—No vas. Es mi última palabra —gritó, golpeando la mesa.

Y en ese instante… algo cambió dentro de mí.

—Voy a aceptar. Aunque no quieras. Ya soy una mujer adulta y esta es mi decisión —apreté las manos sobre mis piernas, intentando que mi voz no temblara.

Ella regresó con los ojos llenos de furia. Se acercó rápido. La conocía demasiado bien.

—¿Me estás retando?

—Solo te estoy informando. Aceptaré el trabajo. Hablaré con Michael, sé que él me va a apoyar —le dije con firmeza.

Entonces ocurrió. Una cachetada dura me giró el rostro. Me tomó del cabello con rabia y gritó:

—¡Tienes que obedecerme!

No supe reaccionar. Me quedé paralizada, con las mejillas ardiendo y el corazón encogido.

En ese momento, Michael entró y se encontró con el caos.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, alarmado.

Yo corrí a mi habitación. Cerré la puerta y me dejé caer en la cama, llorando como una niña pequeña. Estaba agotada, sentí los golpecitos suaves de Michael minutos después.

—No quiero verte —murmuré, encogiéndome aún más.

—Tenemos que hablar, Micaela. Nuestro futuro se está construyendo con cada decisión que tomamos —insistió desde el otro lado.

Abrí la puerta de golpe.

—¿Entonces por qué tomaste tú solo la decisión de que viviríamos con nuestras madres? —le solté, mirándolo con una mezcla de rabia y decepción.

—Era una sorpresa… no creí que te molestaría —dijo, tratando de acariciar mi rostro, pero me aparté.

—No me gusta que tomes decisiones por mí. No es justo —me senté en la cama, en una esquina.

Él se arrodilló frente a mí, sus ojos se llenaron de culpa.

—Tienes razón. Te pido perdón. No volverá a pasar —susurró antes de besarme con ternura.

—Voy a aceptar el trabajo. No quiero depender de ti económicamente. Nunca ha sido mi plan ser solo "la esposa de".

—Está bien. Lo respeto. También estoy construyendo mi camino. Sería injusto no apoyarte.

Sus palabras me desarmaron. Me limpió las lágrimas con delicadeza y sentí que, tal vez, sí quería casarme con él. Que sí podíamos tener un futuro. Aunque mi cuerpo aún recordara a Vincenzo.

—Mamá no va a aceptar esto… —susurré.

—Yo hablaré con ella. La llevaremos con mi mamá, la enfermera podrá cuidarla. Solo prométeme que este nuevo trabajo no nos alejará —pidió con voz sincera.

—Te lo prometo —y lo abracé con fuerza. Como si me despidiera.

Bajamos juntos. Mamá lloraba en la sala, en su papel de mártir.

—Espero que hayas recapacitado —dijo, entre sollozos forzados.

—Micaela va a aceptar ese trabajo. Y yo la apoyaré. Usted puede venir a vivir con mi madre. Estará bien cuidada —Michael habló claro y firme, sin titubeos.

—¿Me vas a dejar sola? —me lanzó una mirada hiriente.

—Sé que no lo entiendes ahora, pero es lo mejor para las dos —le dije, con el corazón en un puño.

—¡Haz lo que quieras! —gritó, empujándome antes de subir corriendo las escaleras.

Michael me abrazó antes de irse.

—Confío en ti, Micaela. Si decidiste esto, sé que es por algo bueno.

Subí, respiré profundo, y llamé al número de la tarjeta.

—Acepto el trabajo. ¿Qué tengo que hacer?

—Perfecto. Soy Boris, Mañana paso por usted al mediodía. Lleve ropa suficiente para la semana —me dijo, recalcando la confidencialidad.

Empaqué con el corazón en la garganta. Llamé a Clara, le conté todo. Se alegró tanto que no paraba de bromear.

—¡Te liberaste del yugo de Gottel! —rió.

Quizás tenía razón. Aunque soltar su mano dolía.

Fui a la escuela temprano a presentar mi renuncia. La directora me abrazó con cariño.

—Recomendé tu nombre porque sé que eres la mejor.

Me despedí de mis niños. Lloré. Mucho. Me dolía más de lo que imaginé.

Clara me acompañó hasta que llegó Boris

—Nos vemos el finde. Me cuentas si te sirven el desayuno en bandeja de plata —dijo con una sonrisa torcida.

—No sé si estoy haciendo lo correcto. Mamá ni me habló. Solo dejé una carta con algo de dinero…

—Estás haciendo lo que necesitas, amiga. No te sientas culpable por crecer —sus palabras fueron un bálsamo.

Boris fue puntual. Me subí al auto y justo antes de que cerrara la puerta, mamá apareció, llorando. Me abrazó. Me entregó un collar con un dije: un león y una rosa. No dijo mucho… pero con eso bastó.

Manejamos largo rato hasta llegar a una mansión digna de película. Mi nueva casa. Mi nuevo mundo.

—Esta será su habitación —dijo Boris, mostrándome una habitación que parecía sacada de una revista.

Después llegó ella. La señora Gabriela Florenci

Sentí un escalofrío con ese apellido.

No… no podía ser.

Había muchas familias Florenci ¿no?

Me llevaron a conocer a Sara, la niña. Jugaba con otra adolescente que se presentó como Luciana, su hermana.

Me esforcé por hacer sonreír a Sara. Y lo logré. Las risas no tardaron en llenar el salón.

Después, Boris me pidió que me preparara. La familia quería que conociera al patriarca.

Mercedes, el ama de llaves, me miró con desprecio y me lanzó una advertencia sutil, pero clara.

—Usted no es digna de esta casa. Y yo estaré pendiente.

Ignoré el temblor en mis piernas y bajé al comedor.

Gabriela me tomó de la mano, cálida.

—Quiero que conozcas a tu nuevo jefe.

Entonces entró

él.

Y lo vi.

Vincenzo.

El mismo Vincenzo que no podía sacar de mi cabeza… sonriendo como si supiera exactamente lo que estaba pasando dentro de mí.

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