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Capítulo 5

—¿Estás loco? —fue lo único que pude responder cuando Michael me pidió que lo ayudara a obtener información de Vincenzo —¿Sabes lo que estás diciendo? No pienso poner en peligro a mi mamá ni a mí.

Mi voz temblaba. Y no solo por el miedo. También por la culpa. Porque aunque sabía lo que Vincenzo era, algo dentro de mí se resistía a creerlo. A entregarlo.

—Sé que lo que te estoy pidiendo es difícil… —susurró—. Hablemos mejor el domingo, en casa de tu mamá. Que nadie sepa quién soy para ti.

Me besó con una pasión distinta. Intensa. Casi desesperada. Respondí a ese beso, pero no tuve tiempo de procesarlo. Un golpe en la puerta nos interrumpió.

—¿Se encuentra bien, señorita? —era Boris. Su voz amable, pero preocupada.

Respiré hondo. Me arreglé el cabello frente al espejo y salí, fingiendo que todo estaba en orden, cuando por dentro mi mundo se deshacía. ¿Cómo se suponía que iba a vivir en esa casa, cuidar de esas niñas, y al mismo tiempo ser el enlace de una investigación secreta?

Mis sentimientos por Vincenzo nublaban mi juicio. Pero el peso de la verdad me aplastaba poco a poco.

Volvimos a la mansión. Las niñas estaban radiantes. Mercedes, en cambio, no tardó en aparecer con su veneno disfrazado de preocupación.

—¿Quién le dio permiso de sacar a las niñas? La señorita Gabriela no va a estar contenta.

No le respondí. Pero sus ojos lo decían todo: me odiaba. Y cada día lo dejaba más claro.

Me tomó del brazo, apretando con fuerza, enterrando sus uñas en mi piel.

—¿No me oyó?

Me zafé de su agarre.

—Déjeme en paz —repliqué, manteniéndome firme.

—¡¿Y por qué no me responde?! —gritó, jalándome otra vez.

—¿Algún problema con eso, Mercedes? —la voz de Vincenzo se escuchó desde el estudio. Salió con paso firme y mirada filosa.

Ella me soltó de inmediato.

—Señor, yo solo sigo las instrucciones de la señorita Gabriela…

—Yo soy el patriarca. Y mis decisiones están por encima de las suyas —sentenció él, dejando claro quién mandaba.

Mercedes se marchó, derrotada. Vincenzo me tomó de la mano y me llevó a su estudio.

—Gracias. Hace mucho que no veía a las niñas tan felices —me dijo, con esa sonrisa que sabía usar cuando quería desarmarme—. Quiero que sepas que lo aprecio.

—Solo hice lo correcto. Ellas merecen vivir como niñas normales —respondí, tomando el vaso de agua que me ofreció.

—Gabriela solo quiere protegerlas. Pero hablaré con ella. Necesita entender que ya no son unas bebés.

—Mercedes parece estar muy de su lado —dije, sin ocultar mi incomodidad—. Espero que no interfiera con mi trabajo.

—Mercedes fue la nana de Gabriela desde que era niña. Lleva décadas en la familia. Pero para serte sincero, nunca me ha dado confianza —confesó Vincenzo, mirándome con franqueza.

—Eso lo explica todo —suspiré.

—¿Quieres que la despida?

Me sorprendió su pregunta.

—No. Esa decisión le corresponde a Gabriela. No a mí.

—Tú vas a ser la señora de esta casa. Para mí no hay mayor privilegio que tenerte a mi lado —intentó besarme, pero me aparté.

—Ya te dije que no. Estoy comprometida. Y tú… tienes demasiados secretos. No puedo entregarme a alguien que no conozco —le dije, con un nudo en la garganta.

—¿Y esa noche? ¿Pensaste en tu novio mientras hacíamos el amor? —su tono se volvió más duro. Celoso.

—Fue una equivocación. Yo no soy ese tipo de mujer —me aleje para marcharme.

Pero me empujó suavemente contra la pared. Su cuerpo pegado al mío. Su aroma envolviéndome.

—¿No me deseas? —susurró, besándome el cuello.

Mi cuerpo se estremeció.

—Basta… Si no respetas mi decisión, lo mejor será que me dejes renunciar.

Vincenzo se alejó bruscamente.

—Nunca le he rogado a nadie. Y no vas a ser tú la primera. Eres tú quien me va a buscar. No volveré a hacerlo.

Se alejo dando un golpe a la pared.

—Puedes irte, señorita Micaela

Me fui con el corazón comprimido. En el pasillo, me topé con Gabriela.

—Mercedes me dijo lo de las niñas. Cualquier decisión sobre ellas debe pasar por mí —me dijo, con voz firme.

—Tiene razón. Me disculpo. No volverá a pasar —respondí, sonriendo con esa máscara de sumisión que tanto detestaba usar.

Los días pasaron rápido. Sara progresaba más de lo que imaginé. Estaba aprendiendo a leer, a escribir, y hasta memorizó sus tablas. Solo necesitaba cariño y paciencia.

Luciana, en cambio, seguía encerrada en su jaula de cristal. Seguía hablando con el chico que conoció en el centro comercial. Sus ojos brillaban como los míos lo hacían cuando me enamoré de Michael.

Mercedes no bajaba la guardia. Sus comentarios hirientes, sus miradas de juicio. Yo respondía con cortesía, pero mi paciencia comenzaba a agotarse.

Gabriela, por su parte, me trataba bien. Me incluía. Me daba libertad con las niñas. Su atención hacia mí contrastaba con lo que todos decían de ella. Me hacía dudar de si era sincera o solo jugaba bien su papel.

Y Vincenzo… Vincenzo cumplió su promesa. Me ignoraba por completo. No me miraba. No me buscaba. No me hablaba. Solo a través de Boris enviaba instrucciones. Y aunque eso era lo que yo había pedido, dolía.

Una nueva tensión invadió la casa: Gabriela organizaba una fiesta de cumpleaños. Todo debía salir perfecto.

—Espero que no asista a la fiesta, no se tome atribuciones que no le corresponden. Usted no está invitada —me dijo Mercedes, como siempre, con veneno en la voz.

—No suelo ir a donde no me invitan —le respondí, sonriendo. Las demás empleadas soltaron risitas. Mercedes, furiosa, se marchó.

Pero Gabriela, para sorpresa de todas, me invitó personalmente. Las niñas también querían que fuera. Así que acepté.

En mi día libre, fui a casa. Ver a mamá fue extraño, pero reconfortante. Michael la tenía como una reina. Me abrazó con fuerza. Volver a verla me removió muchas cosas.

Camilo llegó con lentes oscuros y una gorra. Me trajo flores y me sacó del lugar como si fuéramos adolescentes escapando.

—No quiero que Marcus descubra quién soy. Puede que ya sospeche —susurró mientras conducía al mirador.

Nos besamos. Con hambre. Con amor. Con ganas de olvidar el caos.

Terminamos en el bosque. Hicimos el amor sobre la hierba, entre árboles, bajo las estrellas. Me monté sobre él, cabalgando hasta el éxtasis, entregada por completo. Me despojé de mi blusa, de mi sostén, Quería que su piel borrara los rastros de otro.

Estaba muy excitada, mientras el me acariciaba.

Llegamos al clímax tomados de la mano. Fue intenso, real… hasta que recordé algo.

—No nos protegimos…

—Si te embarazas, seré el hombre más feliz del mundo —me besó, acariciando mi espalda.

Cenamos con mamá y mi suegra. El tema, cómo no, fue la boda. Pero entre platos y sonrisas, Michale volvió al tema: la infiltración, y me pidió renunciar.

—Voy a renunciar cuando Sara esté al día —le dije—. No quiero que una niña pague por los pecados de su hermano.

No le gustó. Pero lo aceptó.

Volví al amanecer. Boris me recogió puntual.

Entré a la mansión. Subí a mi habitación.

Y lo vi ahí.

Vincenzo.

—¿Esto haces en tus días libres?

Encendió el televisor. Un video comenzó a reproducirse. Gemidos. Respiraciones. Jadeos.

Mi noche en el bosque con Michael.

Mi sangre se congeló. Bajé el volumen de inmediato.

—¡¿Me estás espiando?! —grité, temblando.

El me acorraló

—Tu me perteneces.

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