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Capítulo 6

Jamás imaginé sentir tanta vergüenza por algo que, en teoría, no debería avergonzarme.

Estaba con mi prometido, el hombre con quien supuestamente compartiría mi vida. Y aun así, verme en esa escena íntima, capturada como una intrusión en mi privacidad, me hizo sentir expuesta. Sucia. Pequeña.

Si, es verdad estaba encima de Michael en aquel bosque, saltaba sobre el sin control, nunca me había sentido así como anoche, en la intimidad.

—¿¡Me estás espiando!? —solté, con la voz cargada de furia e incredulidad. Me ardía el rostro, no sabía si por la rabia o por la humillación.

—¡Sí! —gritó él, sin pestañear. Su mirada, antes dulce y familiar, era ahora un torbellino. —Quería saber quién era el imbécil que preferías antes que a mí.

No reconocía al hombre que tenía delante. Había algo en su voz... en su desesperación... que me heló la sangre, si estaba celoso, pero al punto de verse posesivo.

—No hay nada entre nosotros —balbuceé, aunque mi tono sonó más asustado que firme—. Él es mi novio, Vincenzo, está escena es ridícula, tu solo eres mi jefe.

—Sabes muy bien lo que siento por ti —murmuró, acercándose peligrosamente. Me acorraló contra la pared, su cuerpo tan cerca que podía sentir su respiración agitada—. Desde aquella noche no he podido estar con nadie más. Solo tú, Micaela. Eres mi maldita cruz.

Su boca buscó la mía. Besó mi cuello con ansiedad, como si intentara reconstruir el recuerdo de nuestra primera noche juntos.

Yo intenté apartarlo, susurrando un “no quiero”, pero era mentira. Cada caricia suya me hacía sentir completa. Viva.

Empecé a soltar pequeños gemidos mientras su mano empezaba a subir acariciando mi pierna con suavidad.

—No está bien —insistí, con la voz rota entre el deseo y la culpa, pensando en Michael y lo prohibido de esta situación.

Se detuvo, pero sus ojos seguían clavados en los míos.

—¿Él lo hace mejor que yo? ¿Te toca como yo? ¿Lo deseas más que a mí?

Mentí. Mentí con la voz más seca y dura que pude fingir.

—Sí.

Pero por dentro... mi piel gritaba otra cosa. Nadie me había hecho sentir tan mujer como él.

—Estás mintiendo —dijo con una sonrisa rota, tomándome del mentón—. Me estás matando, Micaela, Te juro que me estás volviendo loco.

Intenté alejarme de nuevo, pero sus labios volvieron a los míos y esta vez no me resistí. El beso fue largo, cargado de una pasion contenida, de deseo y de una tensión insoportable.

—Pídemelo —susurró en mi oído, suplicante.

—No puedo —murmuré, empujándolo con suavidad.

Me dejé caer sobre la cama, con el pecho agitado y la mente a punto de estallar. Sentía que me partía en dos, Que algo dentro de mí se quebraba sin remedio.

Él se quedó congelado, con una mano apoyada contra la pared. Lo vi morderse el labio inferior y tensionado la mandíbula. Y también noté cómo su cuerpo reaccionaba, cómo el deseo lo dominaba y una erección se veía en su pantalón.

—Ya no seré tu estúpido, Micaela. Quédate con ese idiota —escupió, antes de azotar la puerta y desaparecer.

Me quedé ahí, petrificada. El corazón me latía desbocado. Quería hacer el amor con él. Dios, cuánto lo deseaba, Pero solo pensar en Michael... me sentía sucia y culpable.

Me metí bajo la ducha y dejé que el agua cayera sobre mí, como si eso pudiera limpiarme. Me acurruqué en una esquina del baño, con las lágrimas cayendo silenciosas. Era una angustia que me quemaba el pecho. Un nudo en la garganta que no sabía cómo soltar.

Todo esto estaba mal. Estar cerca de Vincenzo solo me destruía. Me hacía daño. Y también podía herir a Michael ¿Qué estaba haciendo?

Decidí renunciar. Después de la fiesta, me iría. Las niñas estaban emocionadas con el evento y Gabriela insistió en que debía acompañarlas. Después, serían llevadas a un hotel para que la celebración siguiera sin ellas.

Llamé a Clara. Necesitaba hablar con alguien, aunque no pude contarle toda la verdad. Solo le dije que quería renunciar. Ella me pidió aguantar un poco más, que si seguía sintiéndome mal, hablaría con la directora para que me devolvieran mi antiguo puesto.

Aquel día decidí usar el vestido más bonito que tenía. Uno que mamá me había regalado años atrás. Azul diamante, de satín brillante, con detalles que siempre me hicieron sentir especial. Si iba a enfrentar lo inevitable, al menos quería sentirme fuerte.

Gabriela, entusiasmada con la fiesta, decidió ir a otra ciudad a buscar cosas exclusivas. Para mi sorpresa, las niñas quisieron ir con ella.

—Puedes quedarte aquí o regresar a casa, como prefieras —me dijo con una sonrisa—. Quiero pasar tiempo a solas con mis hermanas.

No tuve que pensarlo mucho. No podía quedarme sola con Vincenzo. Me aterraba lo que pudiera pasar. Pero el destino tenía otros planes. Esa noche, una tormenta feroz nos dejó incomunicados. La mayoría de empleados no pudo llegar. En la casa solo estábamos Vincenzo, Mercedes, Boris y yo... y los escoltas que patrullaban fuera.

Quise distraerme, perderme en libros. Pero ninguno me atrapaba. Busqué en el celular y le pedí a Clara que me recomendara algo.

Me respondió con un enlace y un mensaje corto: “Léela, te va a gustar.”

Y fue entonces cuando empecé a leer... como si de eso dependiera no perderme por completo, pero al pasar las páginas me di cuenta que era un libro erótico.

Era una historia bastante subida de tono. Tengo que admitirlo: me excitó más de lo que imaginé. No sabía que una simple lectura podía encender mis fantasías de esa manera. Sentía mi pulso acelerarse con cada línea, cada descripción, cada palabra cuidadosamente escrita que parecía susurrarme al oído.

Al terminar, estaba completamente empapada. La humedad entre mis piernas competía con la que me había dejado la ducha caliente que recién había tomado. Mi cuerpo aún vibraba por el agua tibia, y sin pensarlo, dejé que mis manos comenzaran a explorarme. Toqué mis senos, acaricié mis piernas, deslicé los dedos lentamente por todo mi cuerpo desnudo.

No sé qué me pasó, pero decidí cruzar una línea más. Aquello que antes me parecía prohibido, ahora era un deseo ardiente. Busqué algunos videos eróticos, nada grotesco, solo escenas suaves, sensuales, donde las fantasías se hacían realidad con delicadeza y deseo.

Me quité la bata y quedé completamente desnuda sobre la cama. Tomé una almohada, la apreté entre mis piernas y comencé a moverme sobre ella como lo había hecho en otra ocasión. Cerré los ojos, dispuesta a vivir el momento por completo.

La sensación era exquisita. Sentía cómo la tela acariciaba mi feminidad con cada vaivén, arrancándome suspiros entrecortados. Pero lo que realmente me llevó al límite fue la imagen que apareció en mi mente: Vincenzo y Michael, los dos hombres que me volvían loca, devorándome con sus manos, con sus labios, con sus cuerpos. Me tocaban al mismo tiempo, uno detrás, otro delante, como si mis fantasías se mezclaran con la realidad.

—¡Sí! —gemí, arqueando la espalda mientras me frotaba con más intensidad, dejándome llevar por esa fantasía compartida.

Mi cuerpo vibró. Sentí un calor profundo expandirse desde mi centro. Las piernas me temblaban, y un espasmo delicioso me atravesó entera. Una sonrisa de placer se dibujó en mi rostro mientras una lágrima resbalaba por mi mejilla. No podía creer lo mucho que había gozado.

Caí rendida en la cama, exhausta, satisfecha, aún con los latidos desbocados.

Y entonces, abrí los oj

os...

Ahí estaba él. Vincenzo

De pie, mirándome con una sonrisa que lo decía todo.

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