Capítulo 1 La misión

Capítulo 1

POV por Samantha

Yo estaba encima de Giorgio, en la cama de aquel hotel lujoso, moviendo mis caderas con desesperación, cabalgándolo entregada al deseo.

Mis gemidos salían fuertes, sin control. Cada movimiento me hacía temblar mientras lo sentía llenarme por completo.

—Dame más, Giorgio —jadeé, aferrándome a su pecho—. Me encanta esto… Eres tan bueno. Soy tuya, solo tuya.

Giorgio me sujetó las caderas con fuerza, sus dedos estaban hundiéndose en mi piel, empujó hacia arriba marcando el ritmo, sus ojos brillaban con un deseo oscuro que me encantaba

—¿Te gusta, verdad? —su voz grave vibró contra mi piel—. Me vuelve loco tenerte así, tan mojada, tan entregada. Sigue moviéndote, no pares.

—Nunca voy a parar —gemí, acelerando el ritmo mientras mis caderas chocaban contra él—. ¡Esto es demasiado rico! Dime que te gusta, Giorgio, dime que quieres más.

—Quiero todo de ti —gruñó, subiendo las manos por mi cintura hasta apretarme los pechos—. Me encanta verte así, gimiendo como loca. Eres mía, solo mía.

Eché la cabeza hacia atrás, gritando de placer.

—¡Sí, soy tuya! No pares, Giorgio… Me voy a venir… ¡Por favor, más fuerte!

—No voy a parar —susurró con intensidad, empujando más rápido, más profundo—. Correte para mí… quiero sentir como te vienes. Vamos, ahora.

Mis gemidos se volvieron salvajes. Mi cuerpo convulsionó mientras lo cabalgaba sin control.

—¡Me vengo, Giorgio! ¡No pares, no pares! —grité, perdida en el placer.

Él me apretó más fuerte de las caderas, gruñendo al sentirme estrecharlo.

—Eso es… así, preciosa… Me tienes loco —murmuró justo antes de venirse conmigo. Estallamos juntos en un clímax que me dejó temblando.

Después, con la respiración agitada, me dejé caer sobre su pecho, exhausta. En mi mente, inevitablemente, regresé a cómo había llegado hasta ahí. Yo, una policía infiltrada, cayendo rendida en los brazos del mafioso Giorgio Cisini… jamás lo habría imaginado.

Meses atrás…

Caminaba con prisa por las calles de la ciudad, mis audífonos puestos, aunque igual podía escuchar los autos, las sirenas y la gente discutiendo. La ciudad siempre había sido una selva de cemento para mí.

Al llegar a mi apartamento, tiré el bolso en el sillón y me metí directo a la ducha. El agua caliente me alivió un poco los músculos. Me vestí rápido y acaricié a Cascabel, mi gato gris y peludo que maulló exigiendo comida. Después bajé por café al mismo lugar de siempre. El vaso llevaba el típico mensaje escrito a mano: “Buen día, Policía”.

Llevaba meses hundida en una depresión profunda desde la traición de Nicky, mi novio… también policía.

Lo había encontrado con mi mejor amiga en el asiento trasero de un auto la noche antes de nuestra boda. No hice escándalo; solo le entregué sus maletas y lo saqué de mi vida. Por fuera estaba en control, por dentro… no tanto.

En la estación todos me respetaban. Los veteranos venían a pedirme ayuda con el sistema informático que yo misma había diseñado: digitalización de expedientes, correos internos, chats entre departamentos. Era útil y me lo reconocían. También ayudaba que era la hija del agente Tyson, “El incorruptible”.

Mi padre había muerto en un operativo contra la mafia. Y yo llevaba ese peso en los hombros todos los días.

Mientras revisaba archivos, escuché una voz que detestaba.

—¿Podemos hablar? —Nicky estaba parado frente a mi escritorio.

Lo miré apenas.

—Estoy ocupada. No tengo tiempo para ti.

Él insistió, suplicó, pero yo no quería escucharlo. Para mí, la lealtad era sagrada. Y él la había pisoteado.

—Tyson, a mi oficina ahora —ordenó Dickson desde el pasillo.

Lo seguí. Dickson había sido el mejor amigo de mi padre y luego pareja de mi madre. Una figura de autoridad, pero también una especie de protector.

—Sabes que le prometí a tu padre cuidarte —me dijo mientras se acomodaba detrás de su escritorio lleno de papeles—. Y necesito pedirte algo importante.

Abrí mi libreta pensando que sería un trabajo técnico.

—Tenemos la oportunidad de infiltrarnos en la familia Cisini —dijo con voz baja.

Sentí que mi corazón se detenía.

—¿Qué?

Me explicó que Giorgio Cisini estaba buscando niñera para su hija de cinco años. Que había pedido candidatos a varias agencias… y que yo era perfecta. Sin contactos externos, sin redes sociales, sin presencia que pudiera ser rastreada.

Apreté el bolígrafo. Porque Ernesto Cisini, el padre de Giorgio, había ordenado la muerte de mi papá. Esa herida nunca había cerrado.

—No sé si… —intenté decir, pero no pude terminar.

—Confío en ti —me dijo Dickson con seriedad.

Tragué saliva. Tenía miedo. Pero también era mi oportunidad de hacer justicia.

—Lo haré —respondí al fin.

Desde ese día empezó el cambio: me recortaron el cabello, me hicieron ondas suaves y me vistieron como una maestra dulce. Blusas pastel, faldas, zapatos bajos. Nada de mi imagen habitual.

La psicóloga me enseñó cómo tratar a una niña con mutismo selectivo. Antonella, la hija de Giorgio, había visto morir a su madre. No hablaba desde entonces.

Yo entendía demasiado bien esa clase de trauma… yo también había visto morir a mi padre.

Nicky, desesperado, armó un escándalo.

—¡No estoy de acuerdo! —gritó frente a Dickson—. ¡No voy a permitir esto!

Dickson lo suspendió ahí mismo. Yo no dije nada. No iba a dejar que él se interpusiera en mi misión.

Los días siguientes los ocupé en prepararme: detalles, protocolos, cómo comportarme para no delatarme. Nada de actitudes policiales. Nada de preguntas sospechosas.

Finalmente, llegó el día.

Dickson me entregó una carpeta.

—Tu nuevo nombre es Samantha Smith. La agencia te presentará hoy mismo. Aquí están tus documentos, diplomas y cartas de recomendación falsas.

Las revisé. Eran tan detalladas que parecían reales.

—¿Cuál es exactamente mi objetivo? —pregunté.

—Obtener pruebas contra la familia Cisini. Mientras más confianza ganes, más información obtendremos.

Asenti, yo estaba lista.

Esa tarde tomé un taxi hacia la mansión de los Cisini. El chofer me miró por el retrovisor con curiosidad por la dirección. La casa era enorme, lujosa, sin ningún intento de discreción.

Guardias por todas partes, cámaras en cada esquina.

Uno de los hombres se acercó.

—¿Sí?

—Soy la nueva niñera —respondí, mostrando la identificación falsa.

Me dejó pasar tras una breve llamada por radio. Caminé por un pasillo de mármol que daba a la entrada principal. Y entonces lo vi.

Un hombre alto, de cabello negro, ojos verdes y tr

aje elegante.

Se acercó con una sonrisa segura y extendió la mano.

—Soy Giorgio Cisini.

Y supe que estaba adentro.

Siguiente capítulo