Capítulo 2 ATRACCIÓN

Capítulo 2

Hubo una pausa larga mientras nos presentábamos. Yo estaba nerviosa; podía sentir mis manos sudar.

—Soy Samantha… la niñera de su hija —dije con la voz temblorosa, consciente de que un solo error podía costarme la vida.

Aun así, no pude evitar sorprenderme. Giorgio era más atractivo de lo que había imaginado. Nunca había visto a un hombre tan guapo y tan imponene.

—Por favor, sígame. La llevaré con Antonella. ¿De dónde viene? —me preguntó con educación.

Me desconcertó su amabilidad. Los informes sobre él lo pintaban como un hombre cruel, despiadado, capaz de matar sin pestañear. Pero el hombre frente a mí no encajaba con esa imagen.

De pronto, una mujer de unos sesenta años apareció con una bandeja de bocadillos. Giorgio probó uno y sonrió como un niño disfrutando su dulce favorito. Después la besó en la frente con cariño.

La escena me confundió aún más. Ese hombre tierno con quienes lo rodeaban… ¿era el mismo que días antes había atacado a policías y provocado la muerte de uno? ¿El mismo del que nadie podía probar nada?

Seguimos caminando hasta el jardín.

Antonella estaba sentada en una mesa plástica, pintando en silencio. Giorgio se inclinó y besó su frente con ternura.

—Ella es mi mayor tesoro —dijo con la voz quebrada—. Te pido que la cuides y la ayudes a superar su trauma. Creo que ya tienes su diagnóstico.

Su preocupación era evidente. Quise saber más… pero cuando pregunté, la niña arrugó su dibujo y Giorgio me tomó del brazo para alejarme, procurando que Antonella no escuchara.

—No hay mucho que explicar —me dijo con cordialidad—. La mamá de Antonella fue asesinada hace un año. Mi hija vio todo y desde entonces no ha vuelto a pronunciar palabra.

Lo escuché en silencio, dolía el sufrimiento de la pequeña.

Giorgio fue cortés conmigo, ordenó que me dieran la mejor habitación para empleados y repitió que me estaba confiando lo más importante de su vida. Sentí el peso de esa responsabilidad sobre mis hombros.

Me acerqué a Antonella.

—¿Quieres que te ayude a dibujar? —pregunté tomando algunos colores de la mesa.

Ella reaccionó de inmediato, me arrebató los crayones y los protegió con el cuerpo. No quería que tocara nada suyo.

Entendí esa resistencia. Yo había sido igual de niña. Yo también había visto morir a mi padre frente a mis ojos. Yo también me cerré al mundo.

Mi madre me había salvado con juegos, paciencia y amor.

Por eso sabía cómo acercarme a Antonella.

Fui a la cocina y conocí a la encargada de la casa. Una mujer mayor y cálida.

—Mi nombre es Ana —se presentó—. Pídeme lo que necesites.

Le pedí sábanas y una cuerda. Sé que sonó extraño, pero quería recrear uno de los juegos que mi madre usaba conmigo cuando el mundo me daba miedo.

Ana me miró con curiosidad, pero me trajo lo pedido sin preguntar.

En el jardín até la cuerda entre dos árboles y colgué las sábanas formando un fuerte improvisado. Noté a Antonella mirándome desde la distancia, intrigada.

Me acerqué y le tomé la mano con delicadeza.

—Este es el refugio de las princesas —le dije—. Aquí pueden ser felices y nadie les hace daño.

La niña entró tímida. Me senté a su lado y le conté historias de dragones, hadas y reinos secretos. Era un mundo seguro. Un mundo donde no existían las balas ni el miedo.

—El monstruo de las cosquillas ataca —anuncié, y le hice cosquillas suaves en los costados.

Antonella soltó una risa fuerte… la primera que oía desde que llegué.

Una risa viva, hermosa, que me abrazó el corazón.

Entonces apareció Giorgio, corriendo.

Me vio riéndome con su hija y se llevó una mano a la boca. Se le escapó una lágrima. No podía creer que su niña hubiese reído.

Me puse de pie, sorprendida por su presencia, y enredada entre las sábanas terminé cayendo sobre él.

Caí encima de su cuerpo, nuestros rostros quedaron a centímetros.

Giorgio me miró fijamente, Me acarició la mejilla y apartó un mechón de cabello detrás de la oreja con una suavidad.

Yo… no debía permitirme sentir esto.

Era su niñera, una infiltrada.

Y sin embargo… debía admitir que el me atraía. Mucho más de lo que admitía.

Antonella aplaudió emocionada al vernos caer, y su risa nos contagió. Los tres terminamos jugando, corriendo por el jardín. Giorgio encendió la manguera y acabé empapada, con la ropa pegada al cuerpo. Sentí su mirada varias veces recorrerme sin que él se delatara demasiado.

Un hombre vestido de traje apareció de pronto.

—¿Interrumpo? —preguntó con seriedad.

Giorgio se recompuso de inmediato.

—Sigue. Samantha, él es mi hermano George. Si necesitas algo para Antonella ropa, juguetes, escoltas— puedes hablar con él.

George tomó mi mano y la besó coqueteando, no me gustó su mirada, fue más evidente y morbosa, Tiré de mi mano con suavidad.

—Me retiro —dije nerviosa—. Voy a cambiar a la niña… y también yo.

Antonella me tomó de la mano y prácticamente me llevó a saltitos hacia la casa.

Cuando se quedaron solos, escuché que George le decía algo a su hermano en bajito.

—Wow, creo que necesito que ella me cuide a mí.

—No te metas con ella —lo regaño Giorgio, furioso—. Es la única niñera que ha hecho reír a mi hija en meses. No voy a permitir que arruines eso.

—Ella es quien decide —respondió George con desdén—. Todas las mujeres tienen un precio. Tu niñera caerá con dos cenas y una joya. ¿Te imaginas lo sensual que sería tenerla en la cama? Se ve fogosa…

Sentí la sangre hervir.

¿Ese era el tipo de hombres que manejaban la organización?

Giorgio gruñó, irritado.

—Vinimos a hablar de trabajo, no a escuchar tus estupideces. No vuelvas a hablar de ella así. Está protegida por mí.

George levantó las manos como quien se rinde, aunque su sonrisa cínica seguía ahí.

Luego cambiaron al tema principal.

—Necesitamos que autorices la muerte de esa familia —dijo George—. Mataron a mi cuñada. Por su culpa Antonella está muda. Es hora de vengarla.

Me detuve en la escalera, el corazón me latía fuerte.

No debía escuchar… pero necesitaba saber quién era Giorgio realmente.

La respuesta de él me dejó helada.

—No —dijo con firmeza—. No doy esa orden. No voy a hacerle a otro lo mismo que nos hicieron a nosotros. Prefiero creer que la vida se encargará.

George lo miró como si estuviera loco.

Giorgio siguió hablando.

—Acepté este puesto por obligación. Lo heredé de papá. Pero sabes que odio esto. Odio la mafia y odio la muerte.

Me quedé quieta, procesando esas palabras.

El presunto villano, el mafioso despiadado…

resultaba que no quería matar.

Que no buscaba venganza.

Que no le gustaba el mundo en el que había nacido.

Ese hombre… no era lo que mis informes describían.

Y entendí, con absoluta claridad, que tenía mucho más que descubrir sobre Giorgio Cisini.

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