Capítulo 3 ELLA

Capítulo 3

Regresé al cuarto de Antonella para ponerle la ropa de la cena. Me miraba con una sonrisa tan tierna que parecía un ángel. Corrió a abrazarme, pero luego señaló mi ropa, todavía húmeda.

—Voy a cambiarme en mi habitación. En unos minutos regreso por ti para ir a comer —le dije, acariciándole el cabello.

Salí hacia mi cuarto. Lo primero que hice al entrar fue revisar cada rincón para asegurarme de que no hubiera cámaras ni micrófonos.

Saqué el cortador de señal electromagnética y lo fui pasando lentamente por las paredes, el techo, los muebles. Nada. No había dispositivos escondidos.

Eso me dio un poco de tranquilidad.

Levanté una de las tablas del piso y escondí un arma allí, bien oculta. Necesitaba tener siempre un plan B.

Me quité la ropa empapada, aún con la sensación de triunfo por lo logrado ese día. Había ganado la confianza de Antonella… y también la de Giorgio. Eso era crucial para la misión.

Me quedé en ropa interior color piel mientras buscaba un vestido en la maleta.

De pronto, la puerta se abrió. Me congelé al ver a Antonella entrar… de la mano de su padre.

Giorgio se quedó paralizado al verme casi desnuda.

—Lo siento… Antonella me trajo aquí —dijo, con la mirada atrapada en mí.

—¡Cierre, señor Cisini! —grité, cubriéndome como pude, sintiendo cómo las mejillas se ponían rojas.

Antonella reaccionó cerrando la puerta, dejando a su papá afuera. Luego se sentó en la cama a esperarme como si nada.

Me vestí rápido y me agaché frente a ella.

Le expliqué con calma que siempre debía golpear antes de entrar a cualquier habitación. Ella no respondió, pero me abrazó fuerte, como si entendiera.

Minutos después, bajamos al comedor, donde Giorgio ya nos esperaba. Me senté junto a Antonella y me encargué de darle de comer. Ana, la empleada, me pasó el plato.

—La niña no come mucho, pero espero que esta vez pruebe todo —me dijo.

Convertí la cena en un juego, usando voces, historias y pequeñas recompensas imaginarias. Poco a poco, Antonella fue comiendo hasta terminar casi todo.

Sentí la mirada de Giorgio sobre nosotras. Había algo en sus ojos… una mezcla de sorpresa, nostalgia y alegría, supongo que recordaba a Bella, su esposa.

Después de cenar, llevé a Antonella a su habitación. Le canté una canción suave y le inventé un cuento de princesas valientes y reinos protegidos. Se quedó profundamente dormida, abrazada a su peluche favorito.

Salí del cuarto con una tranquilidad en el alma, Había sido un día intenso pero lo logré, Antes de llegar a mi habitación, la voz de Giorgio me detuvo.

—Quiero disculparme por lo de antes —dijo, un poco incómodo—. Mi hija puede ser imprudente. Está muy emocionada de tenerte aquí en casa.

—Lo entiendo, no se preocupe. Ya le expliqué lo de las puertas —respondí, sintiendo un nerviosismo raro, nuevo, ni con Nick sentí esto.

—Quiero que te quedes —añadió, tomándome de la mano—. La paga es alta, pero lo que hiciste hoy es… especial. Si quieres más dinero, te lo daré.

Su mano sobre la mía prendio algo dentro de mí. Hubo un silencio corto, Los dos sabíamos que había una conexión, aunque ninguno lo dijera en voz alta.

Me mordí el labio sin darme cuenta. Él lo notó. Vi en sus ojos un deseo que trataba de contener.

Lo sentí, y eso me asustó.

Me aparté en seguida.

—Buenas noches, señor Cisini —dije, cortando el momento.

Más tarde, en mi habitación, me puse un babydoll de seda y me recosté en la cama.

Cerré los ojos, pero las imágenes volvieron: Giorgio abriendo la puerta, mirándome casi desnuda, sus manos, su mirada… su voz.

Me quedé dormida pensando en él.

En el sueño lo sentía sobre mí, quitándome la ropa, besando cada parte de mi cuerpo, haciéndome gemir mientras me rendía a él por completo. Me movía, lo buscaba, lo deseaba.

Desperté sobresaltada, jadeando. Estaba enredada con la almohada entre las piernas, mi cuerpo temblaba, sentía el pulso acelerado y una humedad traicionera entre mis muslos.

—No puede ser… —susurré, llevándome las manos a la cara.

Tenia las bragas empapadas. Cerré los ojos y Giorgio apareció en mi fantasía: su boca en mi cuello, sus manos abriéndome

—Ven aquí, … métemela toda —susurré, deslizando dos dedos dentro de mí, muy profundo

Me toque como pensé él lo haría: duro, sensual, ese deseo me estaba volviendo loca

—Más, Giorgio… soy tuya … —gemí, el pulgar se movía sobre mi clítoris hinchado.

Imaginé su polla gruesa llenándome

—Dame tu leche, por favor… quiero correrme contigo dentro…

El orgasmo me destrozó, grite contra la almohada, mis piernas estaban temblando.

Termine y el sentimiento de culpa me invadio

“Es mi misión. No puedo pensar en él”, me repetí una y otra vez.

Pero ya era tarde: Giorgio se había metido en mi cabeza como un virus.

Al amanecer me levanté y fui directo a la ducha. Abrí el agua fría, intentando calmarme, pero mientras las gotas recorrían mi piel, mis pensamientos volvieron a él, a sus manos, a sus ojos.

Me apoyé en la pared, respirando hondo, luchando contra mi propio cuerpo. Terminé de bañarme con la sensación de haber cruzado una línea invisible.

“Esto tiene que parar”, pensé. Pero no estaba tan segura de poder detenerlo.

Pasaron algunos días.

Lentamente, me había ganado la confianza de todos en la casa, y mi trabajo con Antonella me convertía cada vez en alguien más importante para ellos.

Fui a despertar a la niña como cada mañana. Me recibió con un abrazo fuerte.

Pasamos la mañana corriendo por los pasillos de la mansión. La risa de Antonella se extendía por toda la casa. Los sirvientes se miraban entre sí, sorprendidos. Nadie recordaba la última vez que habían escuchado a la niña reír así.

Cuando bajábamos las escaleras, choqué con George.

Antonella corrió hacia el jardín y George aprovechó el momento.

—Quería hablar contigo —dijo, acercándose demasiado.

—¿Qué necesita? —pregunté con un tono distante.

—Quiero invitarte a salir. Hay un bar nuevo. Quiero darte la bienvenida a nuestra familia. Sería un lugar privado, solo para nosotros —comentó, bajando la voz mientras llevaba su mano hacia mi rostro.

Di un paso atrás.

—No estoy interesada. Prefiero mantener la línea laboral, pero gracias por la invitación —respondí, fingiendo seguridad.

Intenté seguir hacia el jardín, pero él me tomó del brazo y me empujó suavemente contra la pared.

—Sé cómo son las mujeres como tú. Deja de hacerte la difícil, preciosa. Evitemos el cortejo. Dime cuánto quieres por una noche. Pago el precio.

Trató de besarme, pero mi reacción fue inmediata: le di una cachetada.

—Usted no sabe cómo son las mujeres —le respondí con rabia—. Ni con una mansión ni con un país entero puede comprar una noche conmigo si yo no quiero.

Me miró sorprendido, luego su expresión cambió a rabia. Volvió a sujetarme con fuerza.

—Vas a estar en mi cama a las buenas o a las malas —me amenazó.

Lo miré con desprecio. Me solté de un empujón y caminé hacia el jardín, hacia Antonella, que me esperaba con una sonrisa inocente. No iba a armar un escándalo frente a la niña.

Pasamos la tarde jugando, pero cada vez que pensaba en George sentía hervir la sangre.

Sabía que debía concentrarme en mi misión. Aproveché un momento en que Antonella estaba en el baño para colocar un micrófono oculto en el comedor. Mandé un mensaje a mi jefe y esperé la confirmación.

Llegó a los minutos: la conexión estaba activa.

Ahora podrían escuchar las conversaciones entre los hermanos Cisini y las otras mafias.

Era un paso enorme. Llevaban años intentando atrapar a la familia, pero nunca había pruebas suficientes. Los Cisini eran expertos en no dejar rastro. Yo sabía que el menor error podría costarme la vida.

Antonella salió del baño, me buscó y me abrazó. Le acaricié la mejilla. La niña se estaba convirtiendo en mi punto débil, y eso me asustaba más que cualquier arma.

En ese momento, una voz cortó el momento tierno entre las dos.

—¿Quién es ella? —preguntó una mujer que acababa de entrar, con una presencia imponente y elegante.

—Cálmate, Linda —pidió Giorgio, acercándose enseguida y tomándole la mano.

La mujer lo miró con rabia, y luego con sus ojos llenos de rabia me miró furiosa, con desprecio.

—No me voy a calmar. ¿Quién es esta suripanta? —estaba muy alterada.

Giorgio intentó sujetarla del brazo porque parecía que iba a lanzarse sobre mí. Instintivamente, puse a Antonella detrás de mí, protegiéndola con el cuerpo.

—No sé quién es usted, pero no voy a permitir que grite así delante de la niña —

dije, firme, sin bajar la mirada.

—Soy la tía de Antonella. La hermana de Bella, ¿te queda claro, estúpida? —respondió Linda, abriendo los ojos con furia.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo