126

El aire en mi celda tenía un sabor, rancio, espeso y metálico. Como sangre adherida al viejo acero.

Había dejado de contar los días. Las paredes no cambiaban. La bandeja de comida venía y se iba como un reloj, la mayoría de las veces sin tocar. El sueño llegaba solo en fragmentos, y el silencio, an...

Inicia sesión y continúa leyendo