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No llamé a la puerta.

La puerta de los aposentos de Eira se abrió de golpe bajo el peso de mi furia, el mango de metal casi doblándose en mi agarre. Ella no se inmutó. Ni siquiera levantó la vista.

Simplemente siguió garabateando sobre los esquemas esparcidos en su escritorio, espalda recta, cabel...

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