Rumbo a la libertad
Las puertas de la prisión se cerraron mientras Mariana intentaba caminar rumbo a la libertad que le había sido negada por tres años. La pierna le dolía, pero se obligaba a avanzar con firmeza. Por fin había dejado atrás el infierno al que su propia familia la condenó, cuando decidieron creerle a la hija adoptiva que habían criado, mientras ella permanecía en un orfanato que había sido el único y verdadero hogar para Mariana.
Un coche último modelo se encontraba en el estacionamiento de la prisión, y en su interior, Zayn Foster —su hermano, pero que se había convertido más en su enemigo— la observaba. Él había atestiguado en su contra durante el juicio que la condenó.
—¿Todavía seguirás fingiendo? ¿No te bastaron tres años de prisión para cambiar esa forma de ser tan desagradable, hermana? —dijo él, mientras avanzaba hacia donde ella se encontraba.
Pero, al contrario de lo que él esperaba, Mariana ni siquiera le dirigió una mirada. Había aprendido a endurecer su corazón después de todo el daño que le habían hecho. No permitiría que nadie más la humillara.
—¿No me vas a contestar? —preguntó él con desdén.
—No entiendo qué haces aquí. Me llamas hermana y, sin embargo, me diste la espalda cuando más lo necesitaba. Así que será mejor que te vayas por donde viniste —contestó ella, a la defensiva.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? ¡Soy tu hermano mayor, ¿recuerdas?!
—Claro, ahora dices ser mi hermano mayor. Pero cuando tenías que protegerme simplemente te mostraste como un desconocido. Y me atrevo a hablarte como se me da la gana, porque tú para mí ya no eres nadie —replicó desafiante.
Él bajó inmediatamente del vehículo, irritado por la forma tan rebelde en la que Mariana se estaba comportando. La desconocía por completo. En el pasado solía ser dulce y amable, siempre buscando su aprobación. Hacía todo lo posible por ganarse su corazón, le preparaba la comida y, sin importar el clima, se la llevaba hasta su oficina. Solía ayudarle a quitarse los zapatos cuando llegaba del trabajo, y en todo momento se mostraba cariñosa.
¿Cómo pudo haber cambiado tanto en estos tres años?
—Ven acá. Nuestros padres te están esperando en casa, incluso hicieron una fiesta de bienvenida. Pero te sugiero que te comportes, porque estarán los miembros más importantes de la alta sociedad. No nos avergüences —le dijo.
Intentó agarrarla, y al tocar su brazo se dio cuenta de que lucía más delgada y pálida de lo que recordaba. Pero ¿cómo era posible, si él mismo se había encargado de arreglar que no la maltrataran, que recibiera atenciones para que su estadía no fuera tan terrible?
Seguramente ella estaba queriendo llamar la atención y había dejado de comer a propósito para causar lástima… eran los pensamientos que rondaban la mente del joven Foster.
—Vamos, se hace tarde. Tú vienes conmigo.
Pero Mariana le apartó la mano como si su solo contacto le repugnara.
Ella estaba a punto de marcharse cuando otro coche elegante se detuvo junto a ella.
—Mariana, por fin saliste de prisión. Vine a felicitarte por haber alcanzado tu libertad —le dijo Alex, quien había sido su mejor amigo en el orfanato.
Habían crecido como hermanos. Mariana se había sacrificado muchas veces para que él no recibiera los castigos, ya que solía ser un niño muy rebelde y hacía cosas para llamar la atención. Pero siempre lo protegía, porque lo consideraba como su hermano pequeño.
Sin embargo, cuando la familia Foster la encontró y la reconoció como su hija biológica, Alex también consiguió una familia de renombre que lo adoptara, y eso transformó por completo su carácter, convirtiéndolo en un joven soberbio.
Y lo peor fue cuando conoció a Emily, la hija adoptiva de los Foster. Se enamoró de ella a primera vista. Aunque Emily solo lo utilizaba para su conveniencia, Alex se comportaba como un perro faldero, dejándola a un lado y olvidando todo lo que vivieron juntos en el orfanato.
Incluso llegó a declarar en su contra durante el juicio, alegando que Emily no era tan fuerte y que no sobreviviría en prisión. Y ahora estaba allí, como si nada hubiera pasado.
Mariana frunció el ceño con desdén y ni siquiera le dirigió una sola mirada. Esto provocó un dolor agudo en el corazón de Alex, quien no se esperaba una reacción semejante. Pensaba que lo había olvidado todo y que se arrojaría a sus brazos como en los viejos tiempos, buscando su atención y su cariño.
—Dijiste que venías para llevarme a casa. Prefiero ir contigo que con este tipo —le dijo Mariana a su hermano, mientras apuntaba despectivamente a Alex.
—Mariana, no seas desagradecida. Alex vino a buscarte. Él es tu amigo, no deberías tratarlo así —respondió Zayn, molesto.
—Él no es nada mío. Mi amigo Alex murió el día que decidió declarar en mi contra sabiendo que yo era inocente —exclamó ella, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir a borbotones.
—¿Vas a seguir con esa mentira, Mariana? Wendy todavía sigue en estado vegetativo. Tal vez nunca pueda recuperarse. Y tú sigues fingiendo inocencia, cuando sabes perfectamente que la arrojaste por las escaleras.
Por supuesto que no era verdad. Quien había empujado a Wendy por las escaleras había sido Emily. Pero nadie le creyó. Todos prefirieron juzgarla a ella, porque la inocente Emily jamás sería capaz de algo así… o al menos eso era lo que todos —ilusamente— pensaban.
Mientras el coche circulaba por las calles de la ciudad, Mariana observaba cómo habían cambiado las cosas durante los tres años que permaneció injustamente en prisión. Por culpa de esa despiadada mujer, había perdido la oportunidad de ir a la universidad, justo después de haberse ganado una beca en una de las instituciones más prestigiosas del país.
Pero ahora estaba de regreso, y no pararía hasta que su verdugo tuviera el castigo que se merecía.
Estaba perdida en sus pensamientos cuando la voz grave de su hermano la sacó de su estupor.
—Toma la bolsa que está en el asiento trasero. Emily eligió personalmente el vestido para ti. Quería que te sintieras muy feliz. Ella, al igual que nosotros, te ha extrañado y se ha preocupado mucho por ti.
—Vaya manera de preocuparse… Durante los tres años que estuve en la cárcel, ninguno de ustedes se dignó a ir a visitarme. Así que no creo ni una sola palabra de lo que me dices.
—Si no fuimos a visitarte no fue porque no te quisiéramos, sino porque queríamos que aprendieras la lección. Que aquello fuera una forma de disciplinarte.
—Y mira que lo fue… Si ustedes supieran…
Pero Mariana cortó la frase abruptamente. Sabía que ninguna palabra de las que dijera sería creída por su hermano. Para él, ella era una mentirosa. Una mala persona.
Llegaron a la gran mansión de los Foster. Mariana descendió del coche y se dirigió directamente a la entrada, caminando con dificultad. En la cárcel le habían dado una paliza, y su pierna no había logrado recuperarse por completo. Las constantes golpizas, la falta de reposo y la carencia de tratamiento adecuado habían dejado secuelas que aún dolían.
La familia se encontraba reunida en la sala de estar. Cuando la vieron aparecer, Lili y James Foster —sus padres— se pusieron de pie e intentaron acercarse a ella, pero Mariana retrocedió, como si su sola presencia le resultara insoportable.
—¿No vas a abrazar a tus padres, hija? —preguntó James, sorprendido por su reacción.
Pero ella permaneció en silencio.
—No sabes cuánto he sufrido por todo esto y, cariño… —intervino Lili, con la voz temblorosa.
Mariana no dijo nada. Seguía callada, fulminándolos con la mirada.
El incómodo silencio se vio interrumpido por el repiqueteo de unos tacones sobre el suelo de mármol.
—¡Hermanita! ¡Qué alegría que estés nuevamente con nosotros! —se escuchó la voz chillona de Emily.





































