Ayudando al desconocido

Mariana se debatía entre salir huyendo de ese lugar o hacerle caso a su intuición, que le gritaba que ayudara a aquel desconocido. Conforme los sujetos se acercaban, Mariana sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, su respiración se volvió errática. No obstante, el calor que emanaba de aquel sujeto le hacía sentir una sensación electrizante por todo su cuerpo. El agarre del desconocido se hizo más firme, mucho más posesivo, así como la cercanía de su rostro al de ella, de forma peligrosa y sensual.

—Abran bien los ojos, ese malnacido debe estar por ahí. Está herido, no podrá llegar muy lejos —decía uno de los hombres.

Al escuchar aquello, Mariana se sobresaltó, pues si lo que decían era verdad, el joven estaba corriendo peligro de desangrarse.

—Tiene que ir a un hospital, debemos buscar a un médico —dijo ella en un susurro.

—Por ahora lo más importante es salir bien librado de esto. Por favor, no me delates. Te prometo que iremos a donde tú quieras cuando todo esto termine. Haré lo que me pidas para recompensarte —exclamó él.

Y sin previo aviso, estampó sus labios contra los de ella con una ferocidad que no daba tregua, dejándola sin aliento. Para Mariana resultó inevitable no corresponder a aquella impetuosa manifestación, no solo porque sabía que era la pantalla que el joven había ideado para pasar desapercibido delante de aquellos delincuentes que lo perseguían, sino porque realmente se estaba dejando llevar por el mar de sensaciones que él le provocaba.

—¿Cómo pudo haberse escapado? ¡Maldito infeliz! —seguían gritando los perseguidores.

Y cuando los hombres se acercaron, Mariana no tuvo más alternativa que tirarse encima del joven para cubrirlo por completo con su propio cuerpo y evitar que lo reconocieran. De cualquier manera, él se había quitado la chaqueta, camuflando un poco su imagen, pero si ellos se acercaban y lo veían con detenimiento, no tardarían en averiguar de quién se trataba.

Así que el muchacho, siguiendo con la actuación —que en realidad estaba disfrutando más de lo que quería admitir— acariciaba el cuerpo de la chica con intensidad, así como sus labios se deslizaban por los de ella con avidez.

—Creo que lo perdimos, ese perro se nos volvió a escapar. Será mejor que nos vayamos, muy pronto todo esto estará lleno de policías —dijeron por fin, mientras echaban un vistazo a la pareja, que parecía demasiado absorta en sus cosas como para representar una amenaza para ellos.

Cuando los delincuentes se alejaron, ellos todavía tardaron unos segundos en regresar al presente. Estaban tan perdidos en el deseo que experimentaban que habían perdido la noción de todo, hasta que ella, al sentir el aire frío de la noche, regresó abruptamente a la realidad y se levantó de golpe.

—Tengo que llevarte a un hospital, no puedo dejarte aquí —dijo con firmeza.

—No puedo ir a un hospital… Hay un lugar aquí cerca. Si me ayudas a llegar, sería mucho mejor —respondió él con dificultad.

Mariana no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero aun así se dejó llevar por su buen corazón y ayudó al joven. Al ver la herida, improvisó un torniquete con su pañuelo para evitar que se desangrara.

Caminaron un poco hasta llegar a una modesta casa de fachada color Cobán. Él sacó una llave rápidamente y ella lo ayudó a introducirla en la cerradura. Entraron y, al cerrar la puerta tras ellos, suspiraron de alivio al ver que estaban a salvo.

—¿Tienes un botiquín de primeros auxilios? —preguntó Mariana, mientras lo ayudaba a sentarse.

—Sí, está en el baño, bajo el lavamanos —dijo él, y luego, con una mueca de dolor, añadió—: ¿Crees que puedas curarme? La herida es un poco aparatosa, aunque no es grave… ¿No será muy difícil para ti?

—No te preocupes —contestó Mariana con suavidad—, podré curarte sin ningún problema.

No se lo dijo, pero su sueño siempre había sido estudiar medicina. No pudo hacerlo, pero en el orfanato, el viejo doctor le había enseñado todo lo que sabía. Siempre se maravillaba de lo buena alumna que era Mariana, de la forma tan rápida e increíble en la que aprendía. Incluso le había dejado sus libros y manuscritos con conocimientos que no aparecían en ningún lado, secretos que ella guardaba como un tesoro.

Con cuidado y seguridad, Mariana se arrodilló frente a él y comenzó a limpiar la herida, concentrada y determinada, como si su vida entera dependiera de ello.

Él no podía dejar de mirarla. Le parecía una mujer asombrosa, de una belleza extraordinaria. Era su ángel, la chica que, sin conocerlo, lo había salvado. Ahora, él sentía que estaba en deuda con ella.

—Soy Nick —dijo con la voz algo ronca, mientras intentaba incorporarse un poco apoyándose en el respaldo del sillón—. No tengo forma de agradecer todo lo que has hecho por mí esta noche. Haré lo que me pidas para pagarte tu generosidad.

Mariana bajó la mirada un instante, nerviosa. Se había quitado el suéter para improvisar un vendaje y aún tenía las manos manchadas con su sangre.

—No me debes nada, Nick —respondió finalmente, alzando los ojos hacia él—. Por fortuna estás bien, y eso es lo importante. Pero… ¿por qué te buscaban esos hombres? Quiero saber en qué terreno estoy pisando. ¿Y si ayudé a un mafioso? ¿A un delincuente? —expresó con total sinceridad, cruzando los brazos sobre el pecho y clavando la mirada en él.

Nick soltó una leve risa, ladeando la cabeza con una expresión entre divertida y cansada.

—¿Tengo cara de malo? ¿Acaso parezco un mafioso o un delincuente? —preguntó con una pizca de humor, alzando una ceja.

—En realidad no… —dijo Mariana, suavizando un poco el tono—. Pero caras vemos, corazones no sabemos. Así que si te salvé la vida, al menos merezco saber qué fue lo que pasó —agregó, dando un paso más cerca.

Nick suspiró, frotándose la frente con una mano temblorosa.

—Ellos buscaban algo que yo tengo —admitió al fin, con seriedad—. Algo que, en manos equivocadas, puede ser muy peligroso. Pero te pido que no me preguntes más. ¿Podrías confiar en mí? Sé que soy un desconocido, pero te juro que no tengo malas intenciones. Jamás le haría daño a alguien que no lo mereciera.

Mariana no dijo nada de inmediato. Lo observó en silencio, notando cómo sus ojos se mantenían firmes, pero su rostro reflejaba agotamiento y dolor. Finalmente asintió, aunque en su interior seguía sintiendo una pequeña espina de desconfianza.

—¿Quieres que llame a alguien? —preguntó, acercándose al botiquín para continuar limpiando la herida.

—No. No es necesario —respondió él enseguida, con voz firme.

—Claro que lo es —insistió ella mientras tomaba una gasa limpia—. Debes recibir atención médica, tomar antibióticos y todo eso.

—Por ahora, lo que tú estás haciendo tiene que ser suficiente —replicó Nick con un tono más suave—. No me puedo arriesgar a salir de aquí.

Mariana lo miró en silencio mientras terminaba de acomodar el vendaje. Aunque sus palabras seguían dejando muchas preguntas en el aire, había algo en sus ojos que la hacía querer creer en él.

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