La furia de los Foster

Mariana se quedó toda la noche cuidando a Nick. Pensó en dejarlo solo, pero al ver que tenía fiebre, supo que no podía marcharse. Decidió hacer uso de sus conocimientos médicos. A pesar de no haber estudiado la carrera formalmente, ella era un prodigio; sabía exactamente qué hacer en cada situación, incluso mejor que muchos profesionales. Aplicó compresas, controló su temperatura, preparó un suero casero y lo mantuvo hidratado. Al amanecer, finalmente había logrado estabilizarlo.

Con el corazón un poco más tranquilo, decidió regresar a casa. Más tarde pasaría a ver a Maggie.

Apenas puso un pie dentro de la mansión Foster, sintió todas las miradas clavadas en ella. El ambiente era tenso, denso, como si todos estuvieran esperando su llegada solo para atacarla.

El primero en reaccionar fue su hermano. Se lanzó sobre ella furioso, tomándola del brazo con fuerza.

—¿Dónde demonios estabas? —le gritó, jaloneándola—. ¡¿Cómo se te ocurre desaparecer así, el día de la fiesta de tu hermana?!

Mariana se soltó de un tirón, molesta.

—¡Eso no es asunto tuyo! —replicó con firmeza—. Yo no tengo que darles explicaciones de a dónde voy o con quién estoy.

Entonces intervino Lili, su madre, con ese tono frío y juzgador que le calaba hasta los huesos.

—Mira cómo vienes —dijo, mirándola de arriba abajo con una mueca de desdén—. Llevas la misma ropa de ayer y tu aspecto es deplorable. Si nuestras amistades te ven así… no quiero ni pensar lo que van a decir de nosotros.

Mariana apretó los puños. Pero su hermano volvió a interrumpir.

—Te lo voy a preguntar por última vez. ¿Dónde estuviste?

—¡Ya te dije que no te importa! —exclamó, con la voz temblorosa de la rabia contenida.

Y entonces, sin previo aviso, el joven levantó la mano y la abofeteó con fuerza.

—Además de delincuente, eres una ramera. Pero ni creas que voy a permitir que sigas comportándote de esa manera. No vas a ensuciar más el nombre de nuestra familia.

El golpe le ardió en la cara, pero más le dolía el alma. Mariana apretó los dientes, respirando con dificultad. No iba a llorar. No les daría ese gusto.

Y para colmo, Emily intervino desde el fondo de la sala con una voz que destilaba veneno:

—No es posible que sigas haciendo cosas para avergonzarnos. Ya fue bastante cuando fuiste enviada a prisión.

Eso fue la gota que derramó el vaso.

Mariana se lanzó sobre ella como una fiera, desbordada por toda la rabia que había guardado durante años. La derribó al suelo, descargando toda la furia acumulada, pero de inmediato su padre intervino, alejándola con brusquedad.

—¡Ya basta! ¡Eres una salvaje! Me da vergüenza que seas mi hija. Si te hubieras criado con nosotros, sabrías comportarte como una señorita. ¿Qué te podrían haber enseñado en ese orfanato de cuarta?

La sujetaron para alejarla de Emily. Todos corrían a consolarla como si fuera la víctima.

—¡Yo no tengo la culpa de haber crecido en ese orfanato! —gritó Mariana, con los ojos empañados—. Pero ¿saben qué? Ese lugar fue más mi hogar todos esos años que el poco tiempo que he estado con ustedes. Las personas ahí se comportaron más como mi familia. En cambio ustedes… lo único que han hecho es atormentarme desde el primer día.

Su hermano volvió a alzar la mano, dispuesto a golpearla otra vez, pero Mariana lo miró con tanta rabia, con tanto fuego en los ojos, que él se detuvo en seco. Ella le sujetó la muñeca con fuerza.

—¡Nunca más me vas a volver a tocar! —le advirtió con la voz temblorosa, pero firme—. No voy a permitir que ninguno de ustedes ponga sus sucias manos sobre mí otra vez. ¡Ya basta! Me han hecho sufrir demasiado como para seguir aguantando sus humillaciones.

—No eres digna de esta familia —le escupió su hermano.

—¡No me interesa serlo! ¡Los odio! Y les juro… que me van a pagar cada lágrima que derramé, cada minuto en esa maldita prisión por su culpa.

—Por Dios, hija, mira lo que estás diciendo… recapacita. Con una disculpa bastará —intervino Lili, con falsa ternura—. Nosotros somos tu familia.

Mariana la miró con desprecio.

—¿Todavía pretendes que les pida perdón? ¡Ustedes son quienes tendrían que disculparse! Eres mi madre, pero te comportas como si fueras mi verdugo.

—¡No te voy a permitir que le hables así a mi esposa! —rugió James—. Y en tanto no cambies esa horrible actitud… quiero que te vayas de esta casa.

—¡Pues encantada de hacerlo! —gritó ella, con los ojos llenos de lágrimas que ya no podía detener—. ¡Al fin que esta nunca fue mi casa! ¡Este nunca fue mi hogar!

—¡Regresa aquí! —gritó su hermano detrás de ella—. ¡De aquí no vas a salir, porque si lo haces no podrás volver a entrar nunca más!

Pero Mariana ya había salido corriendo, sin mirar atrás. No les daría el gusto de verla rota. Aunque por dentro… el dolor le destrozaba el pecho. Las lágrimas finalmente salieron con fuerza, liberando todo lo que había contenido. Le dolía el alma. Sentía que ya no le quedaba nada.

La luz de la mañana comenzaba a colarse tímidamente por entre las cortinas raídas de la vieja casa. Un leve murmullo de pájaros rompía el silencio del amanecer. Nick despertó sobresaltado, con el cuerpo entumecido y una sensación extraña en el pecho. Tardó unos segundos en ubicarse, y lo primero que notó fue que ya no estaba solo: las sábanas a su lado conservaban aún el calor del cuerpo de Mariana.

Trató de incorporarse, pero un dolor agudo le recorrió el costado. Apretó los dientes, maldiciendo en voz baja, y observó el vendaje firme y limpio que cubría su herida. Mariana había estado ahí toda la noche, velando por él. Lo había cuidado con una entrega silenciosa, sin pedirle nada, sin hacer preguntas. Había hecho lo que nadie más había hecho por él en mucho tiempo.

Se recostó unos segundos más, repasando los eventos de la noche anterior: su mirada decidida, sus manos firmes y su dulzura a pesar del caos. Aquel ángel de rostro serio y ojos determinados se había ganado algo más que su respeto. Cerró los ojos un momento, como si al hacerlo pudiera verla todavía junto a él.

Pero había una inquietud que no podía ignorar.

Sacó su teléfono del bolsillo de su chaqueta arrugada y marcó un número que conocía de memoria.

—¿Señor? —respondió la voz de su jefe de seguridad.

—¿Qué averiguaste sobre Mariana Foster? —preguntó sin rodeos.

Hubo una breve pausa antes de que el hombre respondiera con tono profesional:

—La hemos seguido, tal como indicó. Mariana Foster es hija biológica de la familia Foster, aunque vivió casi toda su infancia y adolescencia en el orfanato St. Claire. Hace poco fue liberada de prisión. Fue acusada de intentar asesinar a Wendy Summers, hija de la familia Summers.

Nick se incorporó con más fuerza de la que su herida le permitía, sintiendo un pinchazo en el abdomen.

—¿Qué dijiste? —preguntó con el ceño fruncido.

—Así como lo oye. El caso fue polémico. Mariana fue sentenciada siendo aún menor de edad, pero hay varias inconsistencias en el proceso. Se dice que fue un escándalo entre familias poderosas. La información es confusa, incluso contradictoria.

Nick se quedó unos segundos en silencio. Aquello no cuadraba. No con la imagen que tenía de Mariana. Podía entender el carácter fuerte, la rabia contenida, el dolor en sus ojos… pero ¿una asesina?

No. Había algo más detrás. Tenía que haberlo.

—¿Y ahora? ¿Dónde está?

—Salió hace unos minutos. Regresó a la mansión Foster, pero… al parecer no fue bien recibida. Discutieron. Se notaba alterada, con el rostro visiblemente golpeado. Suponemos que pasar la noche fuera generó problemas en su familia.

Nick cerró los ojos, y una oleada de rabia lo invadió. El nudo en su estómago no era solo por la herida. Era culpa. La había dejado regresar sola, vulnerable, sin imaginar lo que podría enfrentar tras esa puerta. Ella había arriesgado todo por ayudarlo… y él ni siquiera había pensado en protegerla de lo que vendría después.

—No la pierdan de vista. Quiero saber cada paso que dé. Y si alguien vuelve a ponerle una mano encima… actúen.

—Entendido, señor.

Nick colgó y dejó el móvil a un lado. Se quedó en silencio, mirando el techo de la vieja casa con los pensamientos ardiendo en su cabeza. Mariana le había salvado la vida, pero ahora sentía que era él quien debía salvarla de un entorno que parecía decidido a destruirla.

Respiró hondo. Aquello ya no se trataba solo de gratitud.

Era personal.

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