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Él me miró con el ceño fruncido.

—Estaba empezando a preocuparme. Nunca llegas tarde. Si acaso, siempre eres tú quien me espera.

—Lo siento —murmuré, sorprendida por lo impaciente que parecía estar.

Me tomó del codo y me condujo sin ceremonias hacia una cabina en la esquina. Sentí sus dedos clava...

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