La Reina, manda

“El hombre puede dar una idea, pero la mujer decide si llevarla a cabo o no”.

– ¡Tranquila, mi amor! ¡No pasa nada, cariño! Mira si no estás segura o no quieres hacerlo, no lo hacemos, princesa. No hay problema por eso. Yo no me voy a molestar ni a dejarte de amar por eso.

—¿Me estás hablando en serio? ¿No te enojarás conmigo? —le pregunté bajando la cabeza.

—Claro que no, tontita. Solo te pido que no seamos mala onda con el chico, ¿Qué te parece si salimos un momento? Lo conoces, entablamos una conversación de cualquier tema, que no necesariamente, tenga que ver con lo que pensamos hacer, nos tomamos un par de cervezas y ya. Solo eso.

—Umm, ¿De verdad? ¿Sólo conversamos como amigos? —le pregunté, tratando de ver en sus ojos que no se molestaría por ello, aunque ya me sentía mal por no cumplirle su fantasía.

—¡Por supuesto! La reina eres tú, y la reina, manda. Es más, si te sirve de consuelo, yo ya hablé con él en el camino y le hice saber, que tal vez, al final no te animabas, y él me dijo, que no había problema si eso no sucedía –dijo mi esposo, mientras me abrazaba.

De verdad, me sentí muy segura entre sus brazos. Su calor y su protección, me quitaba el temor que sentía en esos momentos y que me consumía lento. Me acurruqué entre sus fuertes brazos, con la cabeza recostada de su pecho, pues, escuchar los latidos de su corazón, me calmaban de una forma inexplicable.

Yo amaba a mi marido, y, en él no solo tenía un compañero de vida, sino a un amigo incondicional, y eso valía mucho, mucho para mí, tanto, que podría considerar la idea de continuar con lo planeado, sobre todo, para darle gusto pues él, se lo merecía por ser tan dulce y amoroso conmigo.

Después de sentir que no estaba sola en esto, y entender lo que me dijo mi esposo, le respondí que me diera cinco minutos más, para retocarme el maquillaje, arreglarme un poco más el cabello y echarme un poco de loción perfumada. Después de darme un beso lleno de amor, mi esposo salió de la recámara.

Me quedé sentada en la cama, me puse un poco de fragancia, me armé de valor y me dije "voy a salir, total si no me gusta o no le gusto, solo les daré de cenar y que ellos tomen ahí y yo me regreso". Mis nervios y la adrenalina me estaban matando, sentía morbo y una sensación diferente, que no lograría describir con palabras, pero ya estaba decidida y para atrás, ni para coger impulso.

Me levanté de la cama, caminé hasta el tocador, me miré al espejo, reflejando en él, a una mujer amada por su esposo pero también decidida a seguir con los planes, busqué el polvo compacto, tomé la motita entre mis manos y comencé a quitarme un poco el brillo, que a raíz de los nervios, se veía en mi cara, luego, tomé el rubor, me coloqué un poco de color en mis mejillas y pensé, qué color de labial, me pondría, eligiendo un rojo carmesí que además de ser un hermoso color, también era seductor y muy sugestivo. Peiné mi cabello, una vez más, pues con la corredera, se había salido un poco de control. Ya habiéndome retocado y arreglado un poco el vestido, estaba lista para seguir con los planes.

Abrí la puerta del cuarto muy despacio para no hacer ruido, salí lentamente. No sé si quería reír o llorar, quedarme o salir corriendo, pero me fue inevitable, que, al salir de la habitación, enseguida, mi vista lo buscara y lo vi ahí, sentado en el sillón. Al ver quién y cómo era físicamente, me llevé una gran sorpresa. En mi mente, tenía un gran asombro por la apariencia física de ese hombre, que era según mi esposo, mi novio. "¡Por Dios, pero que chico tan guapo!", fue lo primero que pensé al ver su físico, totalmente divino, un Dios egipcio, me quedé boquiabierta.

Mi novio era un hombre físicamente fornido, de piel canela, tenía unos brazos enormes y fuertes, se notaba a simple vista que se ejercitaba mucho, era mucho más alto que yo, media quizá 1.83 centímetros o más.

Al ver por primera vez y personalmente a mi novio, mis pensamientos morbosos y lujuriosos, se dispararon en mi mente. Una sensación se extendió sobre mi cuerpo, a una velocidad impresionante, que terminaba por explotar con un cosquilleo exquisito en mi vagina. Cuando vi al moreno, me dije en la mente ¡Oh cielos!, ¿Cuál era mi temor si está para chupárselo completito? ¡Ooh! Este hombre me va partir en dos, ¡Qué divino está!

–¡Hola buenas noches! –le dije con una sonrisa fingida, llena de pena, pero valiente.

Él inmediatamente, se levantó de la comodidad de donde estaba sentado.

–¡Buenas noches! Es un placer conocerla, bella dama –me dijo, dándome la mano.

Me sentí nerviosa, al estar tomándolo de la mano. Ellos no lo notaban, pero mis piernas me temblaban y un hormigueo, se alborotó entre ellas.

–Siéntese, ahorita sirvo la cena –les dije, casi tartamudeando por los malditos nervios, que me traicionaban y no me dejaban ser simplemente yo como siempre había sido, aunque esta fuera otra situación.

Estaba muy frenética por todo y me sonrojé, ante mi novio. Dirigí mis ojos a donde estaba mi esposo y lo miré, noté que se quería reír. Yo le hacía muecas, así de “te pasas”. Me di la media vuelta para ir a la cocina, pasé cerca de mi marido y a propósito, le di una leve patadita a sus pies, en respuesta a mi acción, él me dio una nalgada. Caminé con dirección hacia la cocina, lo hacía moviendo las nalgas, de manera muy sensual para que ellos me observaran, sabía que me verían y por eso lo hacía, en ese momento, mis nervios iban desapareciendo levemente.

Al llegar a la cocina, Me dispuse a calentar la comida, pero cuando estuve a punto de hacerlo, el moreno me quedó mirando, él mismo, sin quitarme la mirada de encima, se acercó a donde me encontraba.

–No, no, ¿Cómo va a hacer eso? Por favor, usted siéntese, nosotros vamos a servir la cena. Usted es nuestra reina y, por lo tanto, será atendida, tal y como se lo merece. —me dijo el Dios Griego, siendo muy educado.

Tomándome de la mano me llevó al comedor, retiró la silla donde me sentaría, y luego me la acomodó, yo me sentía así de ¡Rayos, este si es un caballero! mientras me sentaba, veía la sonrisa traviesa de mi esposo y esa mirada lasciva, que me devoraba entera.

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