Capítulo ciento once: Seda y serpientes

Cass no se movió por un largo momento. La carta colgaba en su mano como un peso muerto, las líneas escritas por Caius se apretaban más alrededor de su garganta cuanto más las miraba.

Era su letra. Su tono. Su cuidadosa moderación.

Pero no su corazón.

Miró a Alder, con los ojos vidriosos de confus...

Inicia sesión y continúa leyendo