Capítulo veintitrés: Las secuelas

El agua se había quedado quieta.

No en silencio—no, la corriente aún susurraba alrededor de sus cuerpos—pero el frenesí del río, como el frenesí dentro de ellos, se había reducido a un murmullo.

Cass yacía medio extendida sobre el pecho de Alder, respiración entrecortada, piel enrojecida a pesar d...

Inicia sesión y continúa leyendo