Capítulo cincuenta y dos — La quietud

Cass no se había movido.

La habitación estaba tenuemente iluminada, calentada solo por el hogar en la pared lejana. Su respiración era superficial pero constante. Un suave brillo de sudor se aferraba a su frente. Parecía más dormida que inconsciente, pero sin importar cuántas veces el sanador revis...

Inicia sesión y continúa leyendo