Capítulo ochenta y cuatro: La diatriba

Eira estaba de pie sobre Cass, jadeando como un lobo en frenesí sanguinario. El pasillo había quedado en silencio salvo por su respiración entrecortada y el susurro horrorizado de los sirvientes y nobles congelados en su lugar. La tensión era sofocante, espesa con humillación, odio e incredulidad.

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