Capítulo 40

Necesitaba aire. Desesperadamente.

La terraza fuera del salón de baile se sentía como un salvavidas mientras salía al fresco aire nocturno, aún sosteniendo la chaqueta de Alexander contra mi pecho. La tela olía a él —pino y lluvia y ese aroma enloquecedor que hacía ronronear a mi loba.

—Cálmate, F...

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