Capítulo 1 La Marca del Rechazo
Mi nombre es Elara y llevo una vida hecha de sombras. No de esas sombras metafóricas que la gente usa para hablar de tristeza, sino de sombras literales. Mi mundo es el de los rincones oscuros de una barra de striptease, el de las luces de neón que parpadean sobre cuerpos cansados y el olor a sudor y a perfume barato. Cuesta creer que, hace apenas unos años, mi universo olía a libros viejos y a tierra mojada, el aroma de los bosques de Redwood que rodeaban mi casa.
Vengo de un linaje de omegas, de los de verdad, de los que la luna marcó con una sumisión y un instinto de servicio casi innato. O al menos, así debería haber sido. Mis padres eran almas puras que me criaron con la esperanza de que, al cumplir los dieciocho, mi destino me alcanzaría. Ese destino tenía nombre: Lycan, el gran alfa de la manada, mi compañero predestinado. Pero en un mundo que se movía entre lo arcaico y lo moderno, donde las viejas tradiciones se chocaban con el poder del dinero y la ley de los hombres, el destino a veces se equivocaba.
Y se equivocó conmigo.
El día que cumplí dieciocho, Lycan me rechazó delante de todos, con una crueldad que me rompió el alma. “Mi compañera será fuerte, no una débil criatura de tu clase”, dijo, sus ojos oscuros como el carbón ardiente. Su rechazo no fue un simple “no”, fue una declaración pública que me marcó como una deshonra, una vergüenza para mi linaje. De la noche a la mañana, pasé de ser la prometida del alfa a la paria de la manada. Mi padre, devastado, murió de tristeza poco después. Mi madre, enferma y con el corazón roto, me pidió que huyera. Y lo hice.
Ahora, a mis veintiuno, Elara la omega sumisa, la Elara que vivía para agradar, ya no existe. Me he convertido en Anya, la bailarina exótica del club Luz de Luna Rota. La ironía del nombre me persigue, un recordatorio constante de mi vida destruida. La gente, mis clientes, no ven la cicatriz invisible de mi corazón. Ellos solo ven un cuerpo, una fantasía momentánea. He aprendido a usar mi vulnerabilidad como un arma, a transformar mi humillación en poder.
Una de las reglas no escritas del club es que los clientes del tercer piso, los de las grandes cuentas, son intocables. Son los que nos dan la vida de lujos, los que nos dan acceso a un mundo que jamás podríamos tocar. Pero también son los que te devoran si se lo permites. Uno de ellos, el más poderoso, el más enigmático, es el señor Damon Thorne.
Damon no es un hombre lobo, al menos no en el sentido tradicional. Pero su presencia es tan dominante como la de un alfa. Lo he visto desde lejos, siempre con la misma suite reservada, rodeado de guardaespaldas que no parpadean. Su reputación es legendaria: un magnate de las finanzas, con intereses que se extienden a lo largo y ancho del mundo, y se dice, sus manos están manchadas con la tinta roja de la mafia. Dicen que su rostro es un cuadro de belleza perfecta, pero sus ojos guardan una oscuridad que nadie se atreve a desafiar. Es el tipo de hombre que te atrae y te asusta al mismo tiempo.
Anoche, las reglas se rompieron. Fue un error de mi jefa, una omisión imperdonable. La suite del señor Thorne estaba ocupada y la mía era la única disponible para una emergencia. Cuando entré para la limpieza, lo vi. Estaba sentado en un sillón de cuero, con las mangas de su camisa remangadas, mostrando unos antebrazos poderosos. Su cabello negro como la noche caía sobre una frente ancha, y su mandíbula marcada era como un mapa de poder.
Y entonces, nuestros ojos se encontraron.
No fue solo un encuentro visual. Sentí una descarga eléctrica, una que me recordó a las historias de mi infancia sobre el apareamiento de los lobos. Una especie de imán invisible tiró de mí, y tuve que esforzarme por mantener la calma. Pero lo que me dejó sin aliento fue el olor: el perfume de la madera quemada, la tierra mojada y algo más, algo salvaje y peligroso. El olor de un Alfa.
Damon Thorne, el multimillonario y el hombre de la mafia, era un hombre lobo. Y por la forma en que su mirada se clavó en la mía, una mirada que me perforó el alma, supe que no solo era un lobo. Era un Alfa. No cualquiera, sino uno de los más poderosos. ¿Era una coincidencia? La ironía de la vida era un golpe en el estómago. Yo, la omega rechazada, la que vivía en las sombras, ¿frente a un Alfa? El destino me estaba haciendo una broma cruel.
Mis manos temblaron mientras intentaba limpiar la mesa auxiliar. La tensión en la habitación era tan espesa que podrías cortarla con un cuchillo. Él se levantó, su movimiento era tan suave y depredador como el de una pantera, y se acercó a mí.
“Anya”, dijo, su voz era un murmullo profundo, un escalofrío que me recorrió la espalda. No era una pregunta, era una afirmación.
“Señor Thorne”, respondí, mi voz era un hilo delgado.
“¿Qué haces aquí?”, preguntó, su voz sonaba como un rugido silencioso.
“Una emergencia”, respondí. No había excusa, lo sabía, pero no pude mentir.
Él no dijo nada, simplemente me observó con sus ojos oscuros. No pude evitarlo. Mi cuerpo se tensó. El instinto de un omega ante un alfa es un reflejo, no algo que se puede controlar. Sentí mis rodillas flaquear. La necesidad de arrodillarme y someterme era casi abrumadora. Elara, la sumisa omega, estaba despertando. Pero Anya la bailarina, la que vivía para luchar, se negó a ceder.
No me arrodillé. Levanté la cabeza y lo miré a los ojos, mis propios ojos llenos de desafío, el dolor de mi pasado me dio la fuerza.
“No soy tu omega”, dije, mi voz era más firme de lo que esperaba.
Una sonrisa malvada y fascinante se formó en sus labios. No era una sonrisa de alegría, sino una de triunfo.
“No, no lo eres, pero lo serás”, respondió.
Su mano se extendió lentamente, sus dedos casi rozando mi cuello. El contacto no se dio, pero el calor de su mano fue suficiente para encenderme.
“La historia se está repitiendo, ¿no es así, Elara?” murmuró, su voz era como un secreto compartido.
Elara. Mi nombre, el que se suponía que debía haber muerto con mi pasado. Me había expuesto y me había encontrado un depredador. ¿Cómo lo supo? Una nueva tensión se apoderó de mí, el miedo puro, gélido.
“¿Quién eres?” jadeé.
“Soy tu alfa, pero no el que esperabas. Soy el alfa que te encontrará, te romperá y te reconstruirá. Y esta vez, no te rechazaré”.
Y con esa última frase, mi vida, que ya estaba destrozada, se desmoronó por completo. Me había escapado de un destino, solo para encontrarme con uno mucho más oscuro y peligroso, uno que no me dejaría ir. Y me arrodillé, no por sumisión, sino por miedo. La vida me había dado una segunda oportunidad para ser rechazada, pero esta vez, algo me decía que no lo sería. Esta vez, sería reclamada. Y la oscuridad en sus ojos me dijo que no tendría opción.
