Capítulo 2 El Reclamo del Alfa Supremo

La noche me atrapó en las sombras de la mansión de Damon Thorne, el mismo hombre que me había roto por completo. Mis rodillas todavía temblaban, no de sumisión, sino de un miedo helado que me corroía hasta los huesos. Mi mente intentaba procesar la avalancha de información: el billonario de la mafia era un Alfa. Y no cualquier Alfa, sino uno que conocía mi pasado, mi verdadero nombre, y el rechazo que me había marcado. Lycan me había humillado frente a mi manada. Damon Thorne, en cambio, me había reclamado en la soledad de su suite.

—Levántate, Anya —dijo Damon, su voz ya no era un murmullo, sino una orden.

Levanté la cabeza y lo vi mirándome desde arriba. En la oscuridad, sus ojos parecían brillar. Me puse de pie lentamente, con cada músculo de mi cuerpo gritando de tensión. Me sentía como una presa acorralada.

—¿Cómo lo supiste? —le pregunté, mi voz era apenas un susurro.

Una sonrisa oscura se dibujó en su rostro. —Tengo mis fuentes. Y tu olor, Elara, es inconfundible. La esencia de un omega puro, marcada por el rechazo de un imbécil.

La mención de Lycan y su desprecio me encendió. No podía permitir que la compasión o el dolor fueran la única emoción que él viera en mí. He sobrevivido en las sombras por mi cuenta, y no me iba a arrodillar ante nadie.

—No me llames así —le espeté, mi voz se elevó con una rabia que me sorprendió a mí misma—. Elara murió hace tres años. Ahora soy Anya.

La sonrisa de Damon se hizo más ancha. —Anya, la bailarina. Una fachada muy convincente.

Pero debajo de todo ese maquillaje, sigues siendo mi omega.

El instinto me dijo que me arrodillara, que aceptara su reclamo, pero mi voluntad luchó contra esa programación arcaica. Lycan me había rechazado por ser débil, y no cometería el mismo error de nuevo. Ya no era la misma Elara.

—No soy tuya —declaré, mi voz temblaba, pero mi determinación era de hierro—. Y no soy un objeto para ser reclamado.

El semblante de ”Amón se endureció, la diversión había desaparecido, reemplazada por una frialdad gélida. —Todos somos objetos, Elara. Tú, yo, el mundo entero. Somos piezas en un juego. La única diferencia es que algunas piezas tienen más poder que otras. Y tú, pequeña omega, no tienes ninguno.

Mis manos se cerraron en puños a mis costados. —Me equivoqué al venir aquí —dije, mis ojos llenos de ira—. Lo siento, pero necesito irme.

Intenté rodearlo, pero su mano se disparó y me agarró del brazo, deteniéndome en seco. Su toque no era violento, pero su fuerza era innegable. Sentí una ola de calor que recorrió mi piel, y tuve que morder mi labio para no gemir. La química entre un alfa y un omega era una fuerza de la naturaleza, y la de Damon era un huracán.

—No te vas a ninguna parte —dijo, su voz era tan baja que apenas pude escucharla—. Me debes algo, Elara. Y no hablo del cargo de limpieza de la habitación.

—No te debo nada —siseé.

—Sí que lo haces —respondió, y por primera vez, hubo un destello de dolor en sus ojos oscuros, uno que rápidamente ocultó—. Fui yo quien te encontró. Yo quien te dio este trabajo. Yo quien te protegió de los peores depredadores de la noche.

Sus palabras me dejaron sin aliento. ¿Qué estaba diciendo? ¿Él? ¿El hombre que me había reclamado sin siquiera preguntar, me había estado protegiendo? Me negaba a creerlo, era demasiado inverosímil.

—¿De qué estás hablando? —murmuré.

Damon soltó una risa amarga. —La pequeña Anya es una de las bailarinas mejor pagadas del club, ¿crees que es una coincidencia? Tu jefa,

la señora Petrova, trabaja para mí.

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