Capítulo 1: Un matrimonio por contrato y nada más.

Amor. Aquel sentimiento que te lleva del cielo al infierno en una sola vuelta a la luz del sol. Aquel sentimiento que condena a dos almas a permanecer unidas…o separadas.

—Luces hermosa, Isabel. — decía un viejo hombre de mirada cansada, mirando a la desdichada novia que se quedaba en silencio.

Mirándose en el espejo, aquella hermosa mujer de cabellos negros y ojos celestes no lograba ver aquella belleza de la que su padre adoptivo estaba hablando; tan solo podía mirar aquella prenda que llevaba puesta. Un vestido. Aquella prenda, la que debía ser la más especial para una mujer, soñando que la haría lucir como la más hermosa princesa que feliz esperaba a su destinado encuentro con el perfecto príncipe. Pero ese, no era su caso.

—Seguro el será un hombre muy afortunado de tenerte, será el esposo más dichoso. — volvía a decir aquel viejo hombre de ojos cansados, esperando con ello hacer sentir mejor a su joven hijastra, que estaba allí, sacrificándose para que todo aquel viejo asunto finalmente quedará en donde debía de estar, enterrado.

La joven tan solo asintió, pues su destino, había sido sellado al de un hombre, al de un marido; aquel que una mujer escogía como su único, como aquel hombre con el que toda mujer estaba dispuesta a compartir el resto de su vida, y de quien se habría enamorado en medio de flores y bellos cuentos que pasaban desde las páginas hasta la realidad.

Sin decir nada más, aquella triste novia salía a la recepción en donde el juez y sus muy pocos invitados, ya estaban esperando por verla caminar hacia un improvisado altar con la marcha nupcial sonando de fondo.

—Es una pena, él ha dicho que no asistirá a su propia boda, esto debe de permanecer en secreto, o ella quedará expuesta al ridículo. — decían algunas voces que creían no ser escuchadas, pero cuyas palabras taladraban la mente y corazón de la solitaria novia que marchaba en silencio para cumplir con su palabra.

Aquel lugar se sentía solitario, tan vacío como aquel que sentía en lo profundo de su corazón. Todas las pocas miradas presentes, estaban sobre la hermosa y solitaria novia, que lucía tan hermosa como una princesa, pero que era tan miserable como aquellos que hacia el paredón caminaban para encontrarse con su último destino.

—Debes de firmar esté papel, si en el plazo de un año no es feliz con el señor Baskerville, entonces, será libre de solicitar un divorcio, señorita Spencer. — decía el abogado enviado por Vincent Baskerville, el hombre que desde el momento en que firmara aquel frío papel, sería su marido.

En aquella solitaria boda, solo estaba presente la hermosa novia junto a sus pocos invitados; el novio, no se había presentado por razones que nadie conocía. La solitaria joven, ataviada en aquel hermoso y costoso vestido blanco, se descubría el rostro haciendo a un lado el precioso velo de encaje dejándole ver a todos aquella pena que la embargaba. Firmando aquel frío papel en donde su nombre, y el de aquel que se había negado a asistir a su propia boda, yacían juntos declarados como marido y mujer.

Isabel Spencer había sellado su destino, aquel contrato matrimonial ya había sido firmado por el ausente novio, y con su firma, aquel trato estaba sellado. Aplausos se hacían presentes, y los pocos y seleccionados invitados, felicitaban a la solitaria novia mirándola con un deje de lastima. El famoso y multimillonario Vincent Baskerville, ahora estaba oficialmente casado, la prensa invitada, había sido prohibida de informar la inasistencia del novio, y sabiendo bien que el extravagante multimillonario siempre se negaba a tomarse fotografías bajo cualquier circunstancia, para nadie parecería extraño que aquella hermosa novia de cabellos azabaches como la noche, y encantadores ojos celestes, apareciera sola en los titulares de los mejores periódicos del mundo.

Prácticamente nadie en el mundo conocía el rostro de Vincent Baskerville, su ahora esposa, tampoco lo conocía. Así era…ella no se había enamorado de aquel hombre del que apenas y si conocía su nombre, ella no había ido junto a su mejor amiga a escoger el más precioso vestido para su día más especial. Ella no había escogido al hombre con el que ahora estaba casada, y que, sin contemplaciones, la había dejado sola en aquella actuación que la dejaba en ridículo.

Aquel circo había terminado. No había una celebración, no había palomas blancas ni encantadoras flores de azahar perfumando sus pasos. Isabel, salía por la puerta trasera de aquel lujoso hotel que pertenencia a la adinerada familia de su desconocido esposo, para enclaustrarse en una vieja mansión a las afueras de la ciudad. Ella, había cumplido. Su adorado padre adoptivo ahora estaba a salvo de la quiebra, aunque ella, tenía roto el corazón, desde hacía demasiado tiempo.

En un lujoso rascacielos en Dubái, un hombre abría una botella de lujoso champagne. Ahora, el soltero más codiciado del mundo, estaba formalmente casado. Sus cabellos castaños se ondeaban en el viento, y sus ojos ambarinos miraban el espectáculo de luces que había ordenado se encendiera en su nombre. La familia Spencer había sido salvada de su desgracia, y en solo un año más, el seria declarado soltero nuevamente.

—Señor, le han llegado las fotografías de su esposa, la señorita Isabel Spencer, me han avisado que las enviaron a su celular y su correo, quizás, debería viajar para verla, dicen que es una verdadera belleza la hija de…

—No me interesa, esa mujer es como el resto, solo quieren al gran Vincent por ser el multimillonario heredero de la familia Baskerville, así que, no importa si es la mujer más bella del mundo, esa mujer, no podría interesarme nunca, recibí el correo y los mensajes de mi padre, pero los he eliminado sin ver, así que, Fabricio, no quiero oír una palabra más del tema. Mañana enviaras una tarjeta de crédito sin límite, y un guardarropa con la ropa más costosa que exista, de esa manera, mi esposa me dejara tranquilo, hay muchas mujeres como ella aquí mismo dispuestas a complacerme, y no lo olvides, ninguna mujer ama en realidad, todas tan solo quieren lo que llevas en tu billetera, la nueva señora Baskerville, no es la excepción. — interrumpió Vincent Baskerville a su asistente, dejándole en claro que no quería saber nada de esa mujer que desde ese momento era su esposa.

Y con aquellas palabras, Vincent Baskerville observaba los fuegos artificiales, aquella era su noche de bodas, y la disfrutaría a lo máximo con todas aquellas mujeres que ya lo estaban esperando.

—Por favor, pase señora Baskerville, este será su nuevo hogar, la mansión del amo es…

—Le ruego, señor mayordomo, que no me lame señora Baskerville, todos aquel sabemos que esto no es más que una farsa montada, solo soy la esposa de ese hombre por mi padre, y en solo un año, seré libre de él. — interrumpiendo al mayordomo, Isabel no quiso saber, para ella, aquello era tan solo un contrato matrimonial del que sería liberada al paso de un año…y no quería saber nada sobre su infame esposo.

El mayordomo, fiel a su señor, negó.

—El amo Vincent es un buen hombre, señorita, si se permitiera conocerlo…

—No quiero conocerlo, no quiero tener nada que ver con él, un hombre que compra a una mujer, no puede ser una buena persona. — y saliendo de aquella entrada, aquella joven en sus apenas diecinueve años sentía su corazón hecho pedazos.

Isabel, caminaba al interior de aquella solemne y solitaria mansión. Sus ojos, empañados por las lágrimas, admiraban aquel hermoso cuadro que orgulloso se erigía en el centro del enorme salón principal. Aquella mujer era hermosa, y quizás, sería su única compañía durante su año viviendo en el sitio. Saliendo al balcón lleno de rosas, la hermosa pelinegra admiro las bellas colinas y los valles de abedules que brillaban hermosos y radiantes bajo la luz del sol. Recargándose, sintió gran alivio. Esa noche, y quizás, ninguna otra, no tendría que dormir con un desconocido.

El contrato nupcial había sido firmado, Isabel y Vincent eran marido y mujer, pero ninguno conocía el rostro del otro. Negándose a conocerse, negándose a amar, ambos cargaban con la amargura del cruel desamor en sus almas, y Isabel, ya había sufrido peores destinos.

—Señorita, ha llegado un nuevo guardarropa para usted con prendas de diseñador, y el joven amo le ha enviado una tarjeta de crédito sin límite para que pueda solventar sus gastos, ahora mismo están llevando todo a su habitación. —

Isabel sonrió con ironía. Mirando al mayordomo, negó.

—Has que suban todo a mi viejo auto señor Giuseppe, usare mi ropa de siempre, y esa tarjeta, guárdala en algún cajón y olvidemos que existe, le voy a demostrar a su querido esposo, que a mí no me va a comprar con su dinero, el amor, mi querido amigo, no es un dólar. — respondió Isabel tajante.

—¿Y qué es lo que hará con toda esa ropa? Señorita. — cuestiono el sorprendido mayordomo.

—¿No es obvio? La llevaremos a la caridad. — respondió Isabel alegremente.

En su oficina, Vincent acariciaba a esa mujerzuela que había seguido el puesto de secretaria, una más que caía en su cama sin esfuerzo alguno, él siempre tenía lo que quería, y nada ni nadie podrían hacer nada al respecto. En su vieja mansión familiar, su esposa lo estaba esperando, pero él no tenía intención alguna de verla. Aquella mujer, estaba seguro, se estaba dando la gran vida con aquella tarjeta ilimitada.

“Debes de ir a conocer a tu esposa, aquella chica no es como las demás, te lo pudo asegurar”

Las palabras de su odiado padre aun resonaban dentro de su mente, sin embargo, viniendo del hombre más rastrero y traicionero que había conocido, no creyó un sola de sus palabras. Su esposa era, seguramente, una arpía como lo eran todas, y nada lo haría cambiar de opinión.

En un maltratado orfanato de la ciudad, aquel que cuando era niña los había refugiado a ella y su hermano, Isabel se despedía de la madre superiora quien le agradecía infinitamente su donativo. Aquellas prendas de lujoso serian subastadas para solventar los gastos del hospicio. Sonriendo, la hermosa pelinegra se retiraba. Dentro de un año, ella seria completamente libre, y nadie iba a impedírselo.

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