Capítulo 3: No dispuesto a dejarla.

—Mucho gusto, soy Isabel Spencer, ¿Y usted es? — dijo Isabel con una sonrisa.

El viento nocturno se sintió repentinamente helado aun y a pesar de estar a la mitad del verano. El ruido de las sirenas de ambulancia que llegaban al lugar, Vincent apenas alcanzaba a escucharlo; el tiempo parecía haberse congelado en el instante mismo en que esa hermosa y joven mujer le había dicho su nombre, y sintiéndose confundido, e incluso asustado, Vincent se había quedado sin palabras en aquel momento.

Aquella sonrisa resplandeciente, aquellos ojos celestes tan claros como el color del cielo después de una lluvia en primavera, lo habían hecho sentirte extrañamente vulnerable; como si lo hubiesen atrapado en medio de una travesura. Esa mujer era hermosa, la mujer más bella que el jamás antes hubiera visto, y su sencillez cautivadora la hacía resplandecer como a la más pura y brillante de las estrellas. El orgulloso y frío Vincent Baskerville, por primera vez en su vida, se había quedado sin palabras, y esa mujer le miraba directamente a los ojos como nadie más lo había hecho.

—¿Se encuentra bien señor? ¿Necesita ayuda? — cuestiono Isabel al ver que el hombre no le había respondido y parecía haber visto a un fantasma.

¿Qué debía de decirle? Si le decía la verdad sobre quien era el, estaba seguro de que su olvidada esposa y quien quería divorciarse de él, lo iba a mandar directo al diablo. Tenía que pensar en algo rápido, algo que lo sacara de esa incómoda situación y le permitiera llegar a conocer a esa mujer como en realidad era. Pues detrás de aquel rostro hermoso, aun podía esconderse la peor de las arpías.

—Lo siento, pero me quede perdido en sus hermosos ojos, es un color poco común ¿Lo sabía? Existen ojos azules de todo tipo, pero los suyos son tan claros que son idénticos al color que muestra el cielo por las mañanas, permítame presentarme, soy E-Ernest Baskerville, vengo a visitar la mansión Baskerville que se encuentra muy cerca. — respondió Vincent intentando sonar convincente.

El rostro de Isabel se contrajo en una mueca de desagrado. Aquel hombre bien parecido, resultaba ser un pariente o algo así de su esposo fantasma. Aunque no parecía ser desagradable como seguramente si lo era su mezquino marido que no se había tomado ni siquiera la molestia de intentar conocerla.

—¿Es usted pariente de Vincent Baskerville? — cuestionó Isabel sin rodeos.

Vincent no se sorprendió por el repentino cambio de actitud que aquella mujer mostraba. Ella estaba furiosa con él, y, suponía, era lo normal; después de todo, no se había tomado la molestia de tan siquiera hacerle una llamada telefónica en todo el año que tenían de matrimonio. En realidad, justo el día en que fue notificado de su solicitud de divorcio, se cumplía el primer aniversario de su falso matrimonio, ella parecía estar realmente ansiosa por divorciarse.

Para nadie que sabia sobre ello era un secreto que aquello tan solo fue un matrimonio por contrato al que Vincent accedió para que su padre dejara de molestarlo. Su progenitor, además, durante todo ese tiempo le había ordenado, pedido, e incluso suplicado para que viajara a conocer a su esposa, aunque el, simplemente, se había negado a ello.

—Así es, soy pariente de los Baskerville, primo segundo de Vincent y de Eliott, mi primo ha estado demasiado ocupado por trabajo y me mando aquí para ver que a su esposa no le hiciera falta nada, como verá, él se encuentra muy preocupado por…

—Ahórrese el comentario señor Baskerville. — interrumpió Isabel. — No hay trabajo u ocupaciones que impidan tomar el teléfono por al menos tres minutos para hacer una llamada. Se que no es culpa suya, y lamento si soy algo brusca al ser tan directa, pero le aseguro que no necesito que nadie me vigile, además, en pocos días dejaré la mansión, he solicitado el divorcio a su pariente, y no tengo intenciones de arrepentirme, me temo que lo han hecho viajar en vano, pero, como he dicho, nada de esto es culpa suya, venga conmigo, yo soy esa esposa olvidada que vive por ahora en la mansión Baskerville, sígame en su auto, no estamos lejos. — dijo tajante.

Isabel regreso a su viejo auto, un Mustang Shelby en color blanco que no se veía bien cuidado y parecía estar tirando aceite. Vincent estaba sinceramente sorprendido. Aquella mujer no daba rodeos con lo que tenía que decir y no parecía ser el tipo de personas que se traga lo que tiene que siente ni siquiera por cortesía. Además, que estuviera usando un auto tan viejo y en mal estado, hablaba mal de él; seguramente los que sabían que Spencer era su esposa, lo tenían por un miserable avaro que no era capaz ni siquiera de darle un buen auto a la mujer con la que estaba casado.

¿Por qué demonios su esposa estaba conduciendo semejante pedazo de chatarra? Aun siendo un auto clásico, pasaba sin pena ni gloria y hacia lucir a su conductora como una misera pordiosera debido al mal estado en el que se encontraba. Molesto, confundido e intrigado, Vincent subió a su lujoso Maseratti que recién había adquirido para no tener que usar un auto rentado durante su estadía en Londres.

Tomando el camino hacia la vieja mansión, Vincent no notaba que sus peores recuerdos aún no habían aflorado, su mente estaba totalmente ocupada en esa extraña mujer que conducía aquella carcacha delante de él; cualquiera podría pensar que la esposa del orgulloso heredero de los Baskerville habría gastado una fortuna con su tarjeta de crédito ilimitada, llevaría prendas de super lujo o por lo menos conduciría un buen auto, pero no era así.

Isabel Spencer conducía ese vejestorio, usaba ropa de pordioseros que, se notaba, había sido adquirida en un centro comercial cualquiera, y no había gastado un solo dólar de su fortuna ni siquiera para comprar ropa interior. ¿Quién demonios era esa mujer? ¿Acaso era un extraterrestre? No lo sabía, pero había logrado intrigarlo de sobre manera.

Prestando atención al camino, miraba la espalda de su chofer. Ningún empleado reciente sabía la razón por la cual él se había marchado de la hermosa y vieja mansión Baskerville. Los caminos eran los mismos, aquellas praderas que guardaban miles de recuerdos, eran tal cual las recordaba, y aun cuando era de noche, casi podía verse a sí mismo cuando era un chiquillo que junto a su madre jugaba en aquellas tierras que ahora le pertenecían. Negando en silencio, esperaba terminar con aquel asunto tan rápido como le fuera posible…no quería quedarse demasiado tiempo en ese lugar.

Finalmente, y sobre aquella colina que ya se divisaba, se erigía orgullosa aquella mansión que durante generaciones había pertenecido a su poderosa familia. Aquel escalofrió lo había invadido, y aquella ansiedad que los malos recuerdos traían a su mente se hacía presente. Sin embargo, el escandaloso ruido de aquel viejo Mustang estacionándose y la cantidad de humo que había soltado, lo habían hecho salir rápidamente de aquel estado.

Su joven esposa miraba preocupada a su viejo auto, y Vincent, mirando todos aquellos autos de lujo que había dejado allí, rio con ironía. ¿Por qué no usaba cualquiera de esos autos lujosos que estaban allí? Su esposa estaba demente. Bajando del auto, se acercó a ella para ver que era o que le había ocurrido con su viejo coche, y casi sintió ahogarse de la risa que tuvo que reprimirla, cuando la vio usando un cepillo de dientes.

—Pero ¿Qué es lo que está haciendo? — cuestionó Vincent.

—Intento limpiar el aceite que se derramó sobre el motor, odio cuando hace eso, se calienta y esas gotas provocan ese humo infernal que apesta mi ropa, diablos, tendré que echar este cambio en la lavadora. — se quejó Isabel.

Vincent se esforzó por no reírse en tan irónica y extraña situación.

—¿Pero porque un cepillo de dientes? No es el que usas normalmente, ¿O sí? — cuestionó.

—Por supuesto que no. — dijo la joven pelinegra mientras tallaba con fuerza. — Este es mi viejo cepillo, aun servía, pero no quise tirarlo y decidí darle una vida útil con mi viejo auto, mi Shelby es viejo, pero es una maquina poderosa, pronto tendré el dinero suficiente para enviarlo a arreglar del todo, aunque será algo molesto andar en autobús. — respondió Isabel.

Mirando de nuevo todos aquellos autos lujosos en el garaje, Vincent miró con ironía a la mujer.

—¿Y estos autos no sirven?, ¿No podría tomar alguno?, creo que está sufriendo porque quiere, no creo que a mi primo le importe si su esposa usa uno de sus autos. — aseguró Vincent.

Isabel soltó una carcajada cargada de sarcasmo.

—Claro, a mi esposo fantasma no le va a importar; si no le importo conocerme, mucho menos le interesara que tome uno de estos, pero no, yo no pienso tomar nada que le pertenezca, prefiero ganarme la vida por mis propios métodos, de esa manera no le debo nada a nadie, y yo no soy una princesa en peligro, se arreglármelas sola. — respondió Isabel.

Y cerrando la cajuela, Isabel entró en la mansión siendo seguida por Vincent. Aquel apuesto hombre se había quedado sin palabras. Las manos de su esposa estaban lenas de aceite de motor, incluso, se había ensuciado un poco la cara con ello. Verla usando un viejo cepillo de dientes, verla ayudando a ese niño desconocido y conduciendo esa carcacha que estaba a punto de colapsar, lo habían dejado perplejo. Aquella mujer, si no estaba fingiendo, era única; demasiado distinta a todas aquellas que por su cama habían desfilado…y aun cuando ella deseaba divorciarse, no había negado ser una mujer casada cuando intento coquetearle.

Repentinamente Vincent Baskerville no deseaba divorciarse de ella, no aún. Quería conocerla más, quería saber con certeza que era tan real como parecía serlo…quería saber quién era realmente su esposa. Entrando a la mansión, pudo ver como su viejo mayordomo, Giuseppe, se acercaba molesto a la joven.

—Señorita, ¿En dónde se encontraba? Su amiga Beatriz vino a visitarla…

El viejo mayordomo se había quedado paralizado al ver detrás de su joven señora a su querido amo, el joven Vincent Baskerville.

—¿Joven amo? No sabía que iba a visitarnos, de saberlo habría preparado su…

—No es necesario que te preocupes Giuseppe, mi primo, Vincent, me ha pedido que visitara a su encantadora esposa, aunque me he llevado una gran decepción al saber que se están divorciando, anda, ven aquí, dale un abrazo a tu querido Ernest. — dijo Vincent adelantándose a que su sirviente lo delatara.

Y abrazando a su sirviente, Vincent le ordeno el seguirle la corriente; había claramente ocultado su verdadera identidad a su joven y curiosa esposa.

—Por supuesto, joven amo Ernest, pasen por aquí, serviré la cena. — dijo Giuseppe obedeciendo.

—Sea bienvenido, señor Baskerville, a su casa. — dijo Isabel sonriéndole a aquel apuesto hombre sin saber que aquel no era otro que aquel esposo fantasma que la había dejado en el olvido.

Aquella noche, en su estudio, Vincent por primera vez no lamentaba estar en aquella vieja mansión. Aquel frio y solitario lugar se había vuelto repentinamente interesante.

—Mañana a primera hora, quiero que llames a mi abogado, Giuseppe, no quiero divorciarme, no voy a permitirle a Isabel Spencer alejarse, no hasta que sepa quién es ella realmente. — ordenó Vincent mirando aquellas fotografías de su esposa usando el vestido de novia que le compró…aquellas mismas fotos que durante un año entero se había negado a ver.

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