Capítulo 3 3

1 día antes

Vagamos con nuestros pequeños todo el día siguiente. Apenas pudimos alimentarnos con unas galletas y un poco de leche de caja, que fue lo único que logré comprar para ellos. Dalila y Esteban… mis niños. Cada vez que los miro, siento que me estoy viendo a mí mismo de pequeño. Son exactamente iguales a mí —el mismo cabello rubio, los mismos ojos claros—. Siempre me pareció curioso cómo la vida repite los rostros. A veces me da miedo pensar que quizás el destino también.

Soy alto, atlético, el baloncesto marcó buena parte de mi adolescencia. Supongo que heredé lo demás de mis abuelos alemanes: piel clara, ojos claros, facciones que no son comunes aquí. De chico me decían que llamaba la atención, pero eso nunca me importó. Lo único que realmente me importaba era ella: Helena.

Helena siempre fue lo contrario a mí. Pequeña, de cabello negro y liso, con esos ojos profundos que parecían leer lo que uno no decía. Sus cejas marcadas, sus rasgos fuertes… muchos pensaban que tenía sangre del medio oriente, pero no. Era solo Helena, con ese misterio que llevaba en la mirada. Cada vez que la veo con los niños, siento que no existe nada más perfecto. Que sean tan parecidos a mí no la molesta; al contrario, dice que la hace feliz, porque al verlos me ve a mí. Y eso me desarma.

Logramos conseguir un aventón con un transportador de comida y nos acercamos hasta un pueblo pequeño, a solo dos horas de la casa de mi abuelo. Ya casi estábamos allí.

Decidimos descansar esa tarde. Yo trabajaría en la noche en el restaurante de un conocido; a cambio, nos daría la cena y el desayuno del día siguiente, y nos dejaría usar el baño para ducharnos. No podía hospedarnos, no tenía espacio, así que apenas llegamos armé la carpa en el bosque. El pueblo estaba rodeado de montañas, selva y un frío que calaba los huesos, pero comparado con otras noches, era casi un lujo.

Mientras Helena aseaba a los niños, yo terminé de organizar todo dentro de la carpa para que pudieran descansar mientras trabajaba. El restaurante era de esos nocturnos, con bar incluido, así que sabía que volvería muy tarde, pero me tranquilizaba saber que estarían abrigados, con comida y en un sitio relativamente seguro.

Cuando terminé de vestirme —intentando verme lo más presentable posible—, me senté junto a Helena. Los niños ya dormían dentro de la carpa y el cielo empezaba a oscurecer.

—Princesa —le dije con una sonrisa cansada—, sé que mi teléfono no tiene mucha batería, pero igual te lo dejo. No quiero que te quedes en la oscuridad. —Se lo pasé, apenas con un 30 % de carga—. Trata de dormir pronto, ¿sí? No quiero que la oscuridad te asuste, ya sé cuánto te aterra.

Ella me miró con preocupación, mordiéndose el labio.

—¿No podríamos acompañarte? Nosotros tres. No haríamos ruido, ni estorbo, ni nadie nos notaría.

Sentí un nudo en el pecho. Ojalá pudiera decirle que sí.

—No, bebé… ¿qué más quisiera yo? Pero me lo advirtieron: no se permiten niños. Es restaurante-bar. Se meterían en problemas si nos ven allí —Le acaricié el rostro con cuidado, pero no logré que dejara de temblar.

—No voy a tardar. Apenas me desocupe, vendré corriendo. Te lo prometo, mi amor.

—Mmm… supongo que debo tolerarlo —murmuró.

La besé suavemente.

—Te amo —le dije al separarme un poco.

Su sonrisa apareció, esa que siempre me derrite.

—Yo te amo más, Sebastián.

Permanecí unos segundos observándola, grabando su rostro a la luz tenue que se filtraba entre los árboles. Había algo en esa mirada que siempre me hacía querer luchar más fuerte. Fue ese pensamiento el que me empujó a levantarme y salir, aunque cada paso me dolía.

Mientras caminaba hacia el restaurante, solo pensaba en volver. En verla dormida con los niños, acurrucados dentro de la carpa, y en que, al amanecer, todo sería más fácil. Esa noche serviría mesas con una sonrisa, ganaría lo justo, y al día siguiente llegaríamos por fin a la casa de mi abuelo. Allí todo sería distinto. Tendríamos una nueva vida, una más tranquila, con comida, con un techo, con futuro.

O al menos, eso era lo que quería creer.

Porque no lo sabía entonces, pero esa sería la última noche que vería a Helena con vida. Mi amor. Mi todo. La última vez que escucharía su voz llamándome “Sebastián” con esa ternura que aún me persigue cuando cierro los ojos.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo