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CAPITULO 3
Debe de estar bromeando, debe de simplemente gastándome una maldita broma de mal gusto. Su mano en mi brazo sigue ahí, sin moverse y parece que no tiene ni la más mínima intención de soltarme. Doy un paso atrás para tomar distancia, pero por su altura y su complexión mi intento de alejarme es en vano.
—Suéltame, George.— Sentencio.
—Lo que la señorita ordene.— Me suelta y da un paso atrás.— Dile a tus hermanos que bajen sus maletas ¿por qué supongo que viene preparados, no?— vuelve a su escritorio y busca entre algunos papeles.— Le avisaré a todos que tenemos 3 invitados hoy y que se quedarán a dormir y a cenar.— Comenta como si nada hubiera pasado.
—No nos vamos a quedar— aseguro.— Nos vamos a ir porque…— me diste miedo, pienso— debo de seguir con las visitas a las otras manadas.— Aseguro nerviosa.
—Por hoy se han cancelado tus visitas de presentación. Hoy vas a quedarte en mi casa y en mi manada, mañana tal vez puedas seguir con tu trabajo.— Remarca el tal vez y eso me hace sentir un escalofríos.
—No, creo que debo de irme.
—Chelsea, no seas necia. Relájate, mañana se irán y si quieres no nos volvemos a ver, pero por HOY te vas a quedar para que tú y yo nos podamos conocer.— Sus ojos negros brillan. Sus palabras me hacen sentir un escalofrío.
—Hace unos momentos no pensabas lo mismo, ¿cómo sé que mañana no me dejarás ir?— mis palabras le provocan una sonrisa.
—Me gustan los tratos… hagamos uno.— Dice con voz turbia.— Se quedan a dormir, ocupamos toda la tarde para conocernos y demás, mañana en la tarde se marchan y fin. Si tú y yo no conectamos como lo dicta la naturaleza, entonces… me rechazas y te largas de mi vista.
—Estoy de acuerdo— contesto.— Solo espero que cumplas con el trato.—No conozco de nada a este tal George, no sé qué tanto puedo confiar en sus planetas. Puede que incluso me esté mintiendo, pero por confianza en mi mate, aceptaré su trato.
—Como muestra de mi compromiso, puedes ir y decirle a tus hermanos que se van a quedar. Avisaré que necesito tres habitaciones para ustedes, también que cenarán.— Regresa a su escritorio y se sienta en la silla marrón de cuero.— Anda, ve.
Sus palabras suenan como una orden, pero también como una burla. Este hombre es guapo, pero también parece estar mal de la cabeza. Sin decirle nada más, doy media vuelta y salgo. Al salir siento como si el aire me faltara, las piernas me tiemblan y mi corazón late con fuerza.
¿Qué me está pasando? Esto no puede ser normal, busco entre mis bolsillos mi teléfono móvil, pero no está. Cierro los ojos al darme cuenta de que lo he dejado en el auto… maldita sea. Necesito a mis hermanos. Camino hacia el salón, pero no hay nadie, miro hacia la puerta, pero donde antes estaba Matt y Jane, ahora no hay nadie. ¿Dónde están? Camino hacia la puerta para salir a buscar mi teléfono, quiero correr pero mis piernas no responden. Salgo de la casa sintiendo una presión en el pecho. Ruego en silencio para que Matt no lo haya cerrado, cuando intento abrir la puerta agradezco de qué esté abierto.
Entro al auto y busco mi teléfono para llamarle a mamá. Suena una vez, dos veces, tres veces… no contesta. Vuelvo a intentar, pero cuando alzo la mirada me encuentro con George Jamz. Esta en el umbral de la puerta con las manos en los bolsillos con una expresión despreocupada, pero sus ojos me dejan ver que está asechandome, me tiene en la mira. Intento que su mirada no me ponga incómoda, así que sigo intentando comunicarme con mi mamá, pero sigo sin tener respuesta.
Un golpe en la ventana me hace soltar el teléfono por el susto. Volteo y miro a George. El corazón no solo me late desbocado por el susto, sino que también por la cercanía y por saber que si bajo el cristal podré oler su característico aroma mejor.
—¿Vas a algún lado?— pregunta con interés y diversión.
—No— respondo con recelo.Sus ojos me muestran lo interesado que está en mantenerme bajo su control. Un control que me da miedo, me da miedo que esta sea la última vez que pueda salir de su casa si es que mi mate no es un maniaco.
—Acabo de ver a tus hermanos, están en la cocina. —Se encoge de hombros y se marcha. Su espalda es lo único que puedo ver, parece ser fuerte, pero no es ancha en exceso... sino que es fornida y sensual. Odio pensar eso de alguien que me acaba de confesar que no va a dejarme ir amenos de que cumpla con nuestro trato.
Este hombre es… un loco, me deja ver que tengo libertad, pero que también está vigilándome.
—Por dios, mamá, ¿por qué no contestas?— me quejo en voz baja. Reúno todas las fuerzas que me quedan después de esa batalla de mi cuerpo contra George y salgo del auto en busca de mis hermanos.





















