Setenta y ocho

Capítulo cuarenta y ocho

Me reí. —No voy a subirme a tu espalda.

—¿Por qué no? ¿No crees que podría cargarte?

—No, solo que...

—¿Quieres caerte y rasparte las rodillas?

—No.

—Entonces, ¡sube!

—Bueno... está bien. Salté y sentí cómo deslizaba sus brazos debajo de mis rodillas mientras se enderezab...

Inicia sesión y continúa leyendo