Capítulo 5 5. Llegaste justo a tiempo, hermosa.
Llego al lugar y la luz tenue me envuelve de inmediato.
El salón está vacío, salvo por la música suave y ellos dos esperándome.
Damián se recuesta contra la barra, impecable en su traje oscuro, manos relajadas, pero con esa tensión contenida que siempre lo hace parecer dueño de todo sin esfuerzo. Luca está sentado en un sillón bajo, piernas cruzadas, mirada descarada y sonrisa de alguien que sabe que me tiene totalmente cautiva.
—Llegaste justo a tiempo —dice Luca, con ese tono que mezcla broma y deseo, inclinándose hacia mí—. Temía que te arrepintieras.
—No soy de las que se arrepienten —replico, cruzando las piernas, dejando que mi falda caiga con naturalidad, y sosteniendo su mirada.
Damián me observa desde la barra, sus ojos profundos como pozos oscuros, midiendo cada gesto. Su silencio pesa más que cualquier palabra.
—Me alegra verte —dice finalmente, con un hilo de voz que no pierde autoridad—. La espera se vuelve más interesante cuando llegás vos.
Luca rueda los ojos, divertido, y me lanza una mirada que es todo un desafío.
—¿Ya lo escuchaste? Siempre tan dramático.
—Él es dramático con estilo —respondo, sonriendo ligeramente, disfrutando del contraste entre los dos.
Luca se levanta y se acerca.
—A ver si nos sentamos —dice, tomando mi brazo suavemente y guiándome hacia el sillón—. Quiero que te acomodes mientras me aseguro de que Damián no se aburra.
Damián no se mueve, solo me observa desde la barra, cruzando los brazos, apoyando la espalda contra el mármol. Hay algo en su postura que transmite dominio y paciencia al mismo tiempo, como si pudiera esperar eternamente sin perder interés.
Luca, en cambio, es impaciente, abierto, cercano. Se sienta frente a mí, y el contraste entre ambos me golpea: Damián es fuego contenido; Luca, fuego desbordado.
Y yo… yo estoy en el medio, jugando con ambos, disfrutando del efecto que cada uno tiene sobre mí.
—Anoche… —empiezo, apoyando el codo en el brazo del sillón—. Fue… interesante.
Luca sonríe, ladeando la cabeza.
—Interesante es decir poco —dice, acercándose un poco más. Su perfume me envuelve, cálido, especiado—. Quiero ver cómo sos cuando no tenés que preocuparte por contratos ni reuniones.
—Ah, pero eso no cambia demasiado —replico, levantando una ceja—. Siempre tengo control.
—Control… —murmura Damián desde la barra—. Interesante palabra.
Lo miro. Su presencia me llena, y aun así, me atrevo a sonreír. Sé que entiende mis límites, que disfruta del juego tanto como yo.
Luca se inclina, rozando apenas mi mano mientras coloca su bebida en la mesa. La tensión eléctrica me hace sonreír más de lo que debería.
—¿Siempre sos así de calculadora? —pregunta Luca, con esa mezcla de curiosidad y provocación.
—Siempre —respondo, manteniendo la mirada fija en él—. Y me gusta cuando el otro sabe jugar sin pasarse.
Damián me observa, levantando apenas una ceja, y puedo leer en su gesto todo lo que no dice: orgullo, deseo y un poco de desafío.
Luca me lanza una sonrisa traviesa y recuesta la cabeza en su mano, relajado, desarmándome con solo mirarme.
El contraste es perfecto: uno paciente, medido, que parece querer devorarme con calma; el otro ardiente, inmediato, que no disimula ni un segundo sus intenciones.
Y yo me divierto con ambos, moviéndome entre miradas y sonrisas, jugando con la tensión sin ceder un paso más de lo que quiero.
—Ustedes… —susurro, apoyando la barbilla en la palma de la mano—. Son imposibles de ignorar.—Imposibles de resistir —corrige Luca, inclinándose un poco más, con la voz baja, provocadora.
Damián finalmente se acerca un par de pasos, solo para cruzar el espacio que nos separa, y su proximidad me hace estremecerme sin tocarme siquiera.
—Eso depende de vos —dice, pausado, firme.
El juego continúa así, entre coqueteos, risas bajas y silencios que se cargan de electricidad. Cada gesto, cada mirada, es un mensaje que entendemos sin necesidad de palabras.
Luca acaricia el borde de mi mano con el dorso de sus dedos, mientras Damián mantiene la distancia justa para recordarme quién controla el ritmo.
Me encanta este equilibrio: puedo probarlos, desafiarlos, y aun así nadie pierde el control.
—Creo que esto se está tornando demasiado interesante —susurra Luca—. ¿O me equivoco?
—No te equivocas —respondo, dejando que mis ojos brillen, midiendo sus reacciones—. Pero disfruto más cuando no lo digo todo.
De repente, el celular de Damián vibra.
Él se aparta apenas, consulta la pantalla y su ceño se frunce levemente.
—Disculpame —dice, sin levantar la voz.
Puedo ver cómo atiende. Una voz femenina suena al otro lado.
No escucho, pero observo cada gesto: la mandíbula tensa, la mirada fija en un punto distante, los dedos apretando el celular con cuidado.
Mi corazón late más rápido.
No quiero admitirlo, pero mi mente ya ha comenzado a hilar hipótesis.
¿Será su novia? ¿Alguien importante? La manera en que su postura cambia, la intensidad con que escucha… algo en mí lo dice.
No quiero que esto arruine el momento, pero la sospecha se instala y no me deja pensar en otra cosa.
Luca me mira de reojo, como si leyera mi incertidumbre.
—¿Todo bien? —pregunta, con esa mezcla de diversión y complicidad.
—Sí… solo una llamada inesperada —respondo, intentando sonar tranquila, pero la tensión es inevitable.
Damián cuelga lentamente y me mira, sin decir nada. Sus ojos buscan los míos y por un instante siento que la sospecha que nació en mí también lo alcanza a él, aunque no sé si es sorpresa, preocupación o simple deber.
El silencio que sigue es denso, eléctrico.
No hay palabras necesarias. La tensión sigue creciendo, y aunque la noche apenas comienza, siento que este juego entre nosotros se ha vuelto aún más complejo y tentador.
Y justo en ese instante, me doy cuenta: el deseo de volver a verlos, de jugar este juego de miradas y provocaciones, no ha disminuido ni un segundo.
Solo se ha hecho más intenso, más imposible de ignorar.
