Capítulo 7 7. No dejemos que esto arruine la noche.

El aire está cargado, pesado, y cada paso que doy hacia ellos parece estirarse en el tiempo. Luca sigue recostado en su sillón, la sonrisa ladeada, desafiándome silenciosamente. Damián permanece cerca de la barra, imperturbable, pero sus ojos me siguen con la misma intensidad que siempre.

—Ah, llegaste —dice Luca, su voz baja y ronca, como si cada palabra fuera un roce—. Empezaba a preguntarme si me harías esperar demasiado.

—No me gusta que me subestimen —respondo, dejando que mi mirada se deslice primero sobre él, luego sobre Damián, midiendo cada reacción.

Damián se acerca un poco, lento, calculador, y la distancia entre nosotros se vuelve un campo de electricidad.

—Ni yo —dice, grave—. Nunca subestimo a quien sabe manejar un juego.

Me muerdo el labio inferior apenas, disfrutando del roce de sus palabras sobre mi piel, y me dejo caer en el sillón frente a Luca, cruzando las piernas con cuidado, como si cada movimiento fuera medido, pero dejando suficiente libertad para que cada uno de ellos lea entre líneas.

—Ustedes dos… —susurro, apoyando la barbilla en la palma de mi mano—. Imposibles de ignorar.

—Ni querés —responde Luca, inclinándose hacia mí con esa sonrisa de fuego.

Damián arquea una ceja, apoyando la mano en la barra, midiendo cada palabra. Esa calma suya, esa tensión contenida, me hace estremecer más que cualquier roce.

—Vos disfrutás de esto demasiado —murmura, con un hilo de voz que atraviesa el silencio.

—Solo cuando sé cómo jugarlo —replico, dejando que mis ojos brillen con complicidad y desafío.

Cada gesto es un mensaje. Luca se acerca un poco, rozando apenas mi brazo, y Damián mantiene la distancia justa para recordarme quién controla el ritmo.

El contraste entre ellos es casi dolorosamente excitante: Damián, dominante y medido; Luca, ardiente y desbordado. Y yo, en el medio, moviéndome entre ellos, disfrutando de cada reacción.

De repente, el celular de Damián vibra. Lo tomo con curiosidad contenida y veo cómo su expresión cambia apenas.

—Disculpen —dice, sin levantar la voz, tomando la llamada.

Puedo ver su mandíbula tensarse, la manera en que sus ojos se vuelven más fríos por un instante. La voz de la mujer al otro lado no se escucha, pero la sombra que deja es suficiente: un susurro de celos, un hilo de duda que se instala en mi mente.

¿Su novia? La sospecha se enreda en mi pecho y me obliga a ser más consciente de cada gesto, de cada palabra.

—¿Todo bien? —pregunta Luca, percibiendo mi tensión, con un tono suave pero provocador—. ¿Otra mujer entrando en tu cabeza?

—Solo… curiosidad —replico, tratando de sonar tranquila, aunque la sombra de la duda no se va.

Damián cuelga y me mira por un instante, y en sus ojos hay algo que no puedo descifrar: ¿protección? ¿advertencia? ¿secreto?

—Sigamos —dice finalmente—. No dejemos que esto arruine la noche.

Luca ríe suavemente, inclinándose hacia mí.

—Ah, sí, porque lo que más me gusta de vos es que sabes disfrutar incluso con misterios rondando alrededor.

—Disfruto cuando puedo mantener el control —susurro, dejando que mis labios dibujen una sonrisa apenas insinuada—. Y ustedes dos… saben cómo mantenerme alerta.

El silencio que sigue está cargado de electricidad. Cada mirada, cada gesto, cada respiración es un roce invisible que nos conecta y nos desafía al mismo tiempo.

Luca se inclina un poco más, con esa mezcla de humor y provocación que me hace sonreír, mientras Damián mantiene la calma, observando cada movimiento, como un maestro que sabe cuándo intervenir.

—¿Nunca se cansa uno de este juego? —pregunta Luca, apoyando el codo en la mesa, con la cabeza inclinada hacia mí—. Es agotador y delicioso a la vez.

—No si sabes cómo jugarlo —replico, sosteniendo su mirada, divertida.

Damián avanza un paso más, y el espacio entre nosotros se vuelve tangible.

—Exacto —dice, grave—. Y siempre hay que medir el momento adecuado para mover la pieza.

Me muerdo el labio, disfrutando del roce de sus palabras, de la tensión que crece con cada gesto. Y mientras Luca me sonríe, provocador, siento que esta noche se ha vuelto un tablero en el que cada mirada y cada palabra tiene un peso decisivo.

Luca se acerca, rozando apenas mi mano, y sus ojos brillan con esa chispa que me derrite por dentro.

—No hay que resistirse demasiado —susurra, cerca de mi oído—. Pero tampoco hay que ceder.

—Exactamente —respondo, sintiendo que mi corazón late con fuerza, atrapado entre ambos—. Ese es el punto del juego.

Damián se recuesta un poco, cruzando los brazos, y me lanza una mirada que corta como filo: desafiante, intensa, dominante.

—Y yo disfruto del desafío —dice, con voz baja.

La mezcla de sus personalidades me envuelve: uno ardiente, impulsivo, el otro medido, dominante. Y yo, en el medio, jugando, disfrutando, midiendo cada palabra, cada gesto, cada respiración.

El celular de Damián vibra otra vez, y esta vez no puedo evitar notar cómo lo toma con un gesto tenso. Sus ojos se fijan en la pantalla, y mi sospecha crece: la mujer de la llamada, la sombra que amenaza nuestro juego, aparece otra vez.

Luca percibe mi reacción, inclinándose hacia mí, sus dedos rozando los míos apenas, y me susurra:

—Parece que alguien intenta interrumpir la diversión…

—Solo alguien que no sabe jugar —respondo, intentando mantener la calma, aunque la tensión se ha vuelto más intensa.

Damián cuelga finalmente, y aunque no dice nada, su expresión, tensa y concentrada, lo dice todo.

La sospecha sigue rondando mi mente, mezclada con la atracción y el deseo.

Y mientras los tres permanecemos en ese silencio cargado, siento que la noche apenas comienza y que todavía nos queda mucho por jugar.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo