Capítulo sesenta: Los amo a los dos

Aya estaba sentada sola en una celda oxidada y maloliente, con las muñecas y los tobillos sujetos por grilletes de hierro encadenados al techo. Era una detención mucho más segura que la lona en la que había estado atada la última vez que la arrastraron a estas celdas, pero Aya estaba segura de que p...

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