Entre el miedo y el deseo

Bastian me trajo una cerveza. Bailamos un poco más, envueltos en las luces oscuras y el humo de la pista, cuando comenzó a sonar “you should see me in a crown” de Billie Eilish. El ritmo pulsante y oscuro se metió bajo mi piel, como si marcara el inicio de algo inevitable.

Bastian se movió detrás de mí, acercándose más, hasta que sentí su cuerpo contra el mío. Empezó a restregarse con descaro contra mi trasero, el mal nacido ya estaba duro. El calor de su aliento y el roce constante me repugnaban, y yo ya había tenido suficiente esa noche por encima de todo y de todos.

No iba a ver a Sam. Él no estaba aquí. Todo mi plan, si es que podía llamarse así, era un completo fracaso. Era hora de cortar mis pérdidas y lamer mis heridas como un perro, arrastrándome de regreso a casa, al menos allí podría ahogar mi decepción en alcohol, sin correr el riesgo de ser tocada por manos que no deseaba.

—Ha sido divertido, Bastian. Gracias. Que pases una buena noche, fue un gusto bailar contigo.

Tomé mi bolso pequeño, dispuesta a desaparecer sin mirar atrás. Pero él no pensaba dejarme ir tan fácilmente. Me agarró del brazo con firmeza, sus dedos presionando más de lo necesario. Su aliento a vodka rancio me golpeó en la cara.

—No tan rápido, muñeca alemana —dijo, con una sonrisa torcida—. ¿Dónde está mi agradecimiento por la cerveza?

Ah. Uno de esos, de los que creen que una bebida les da derecho a quitarte las bragas y a tu cuerpo, así que metí la mano en el bolso, saqué un billete arrugado de diez euros y lo lancé al aire. El papel flotó entre nosotros, bajando como una pluma hasta el suelo pegajoso.

—Toma. Cómprate otra cerveza. Y si puedes, el sentido común de no acosar mujeres. Quizás una Coca-Cola también. Para que se te quite el aliento a cementerio.

Me giré para irme, pero esta vez su mano fue más violenta, me atrajo con fuerza hacia él, haciendo que mi cuerpo choque contra el suyo. Su mano se clavó en mi brazo con rabia. Entonces mí corazón dio un vuelco, empecé a sentir la sangre abandonar mi rostro.

—No. Tengo otra cosa en mente para que me agradezcas —masculló, acercando su rostro al mío.

—Entonces te sugiero que lo pienses mejor. No soy ese tipo de chica.

Él alzó una ceja con sorna.

—¿No? ¿Y por qué te vistes como una puta, entonces?

Su insulto me atravesó, pero me mantuve erguida. Mis uñas se clavaron en la palma de la mano. Estaba a punto de gritar cuando, de repente, él fue sacudido hacia atrás como si una tormenta lo hubiera arrancado de cuajo.

Me tambaleé hacia tras chocando contra otra persona. Solté un grito ahogado, retomo cordura y levanto la mirada y frrente a mí, Sam Brennam.

Una fuerza de oscuridad vestida de hombre, lo sostenía por el cuello del disfraz, como si Bastian fuera un cachorro insolente y a sus costados, dos guardaespaldas de traje negro. El chico se agitaba, aferrándose al cuello de su disfraz, sin lograr liberarse, Sam lo soltó con un desprecio gélido.

—Deshazte de él —ordenó secamente—, pero no antes de romperle unos cuantos huesos.

Bastian cayó al suelo como una bolsa de basura. Los dos hombres lo sujetaron por los brazos. El universitario pataleaba, sudando miedo.

—¡Lo siento! ¡No sabía que era una VIP! ¡Vamos, Brennam, por favor!

—Cierra la boca, niñita de preescolar —escupió Sam con crueldad.

—¿Me han expulsado del club? —sollozó Bastian.

Sam frunció el ceño. Ni una pizca de piedad en su expresión.

—Cuando terminen contigo, tendrás suerte si puedes orinar sin ayuda el resto de tu vida. Sáquenlo de aquí.

Señaló con la cabeza la salida de emergencia y los hombres lo arrastraron sin decir palabra, Sam dio un paso hacia mí y yo retrocedí, las piernas temblándome. Ya no tenia claro si era de miedo, deseo, o ambas cosas. ¿Será que me había atrapado in fraganti, vestida como una cortesana salida de una fantasía noventera?. Maravilloso espectáculo, seguramente me arrancaría la lengua por haberme colado aquí o lo que sería peor, se lo contaría a mis hermanos.

Apreté los ojos, lista para el juicio final.

—Acompáñame —dijo en voz baja.

—¡Lo siento! Yo…

Me detuve. ¿Acompañarlo? ¿Por qué no me echaba como al otro chico?

Miré alrededor, esperando encontrar a Katia, pero se había esfumado. Como siempre. No tenía idea de si estaba en una pelea con algún mafioso o ganando una ronda de póker, hasta que recordé que se había ido con el grandote. Sam me tocó la espalda suavemente, empujándome en dirección al bar, pasamos frente a los dos guardaespaldas que bloqueaban un pasillo angosto y oscuro.

Una alarma interna se disparó en mi cuerpo, como si cada célula gritara peligro, luego atravesamos el corredor unas cuatro puertas abiertas, dos a cada lado, ví las salas de apuestas, reojee lo que era el verdadero corazón de Schwarzlicht.

Todo el mundo sabía que el club tenía mala fama, pero pocos entendían el porqué. Solo los hombres más poderosos de Berlín tenían acceso a estas habitaciones, y solo con la bendición de Sam. Era un club de caballeros oculto tras luces y música.

Espié las habitaciones al pasar. Luces bajas, olor a madera y tabaco caro. Hombres de traje, copas doradas, cigarros gruesos, risas cargadas de dinero y arrogancia.

Subimos una escalera hasta una puerta de madera oscura, Sam la abrió y me dejó entrar. Cerró detrás de nosotros. Se apoyó contra su escritorio, sin decir palabra.

Parpadeé ante la luz blanca del fluorescente, la habitación no parecía un santuario del poder, era solo una oficina, sencilla y sin ostentaciones, Sam no es un hombre que necesitaba gritar riqueza, le bastaba tan solo con existir.

Estábamos solos, sin testigos, ni nadie que lo detuviera si decidía aplastarme por lo que había hecho. Mi corazón latía tan fuerte que me mareaba.

Intenté hablar.

—Mira, yo…

Él levantó una mano, interrumpiéndome con un gesto.

—Lo que te ha pasado esta noche no representa a mi club ni a la gente que hay en él. Sé que aquí hay ruido, caos… pero el acoso sexual es donde trazo la línea—. Hizo una pausa. Su voz se volvió más suave—. Me gustaría ofrecerte un vale de cien euros por lo ocurrido, señorita.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo