Capítulo 2 El retrato de un clon
Amanda esbozó una sonrisa antes de tomar sus llaves y dirigirse a casa de su mejor amiga, Diana.
—¡Ese maldito degenerado! —exclamó ella al enterarse—. Y tu prima, tan mosquita muerta… ¡Unas joyitas los dos!
Las palabras de su amiga y la cálida noche no ayudaban a calmar la furia de Amanda. Aún no entendía cómo Jonathan había podido engañarla con su propia prima.
—Ese malviviente no se merece tus lágrimas —dijo Diana, arrastrándola al armario—. Vamos a divertirnos.
—¿Segura de que esto me hará bien? —Amanda dudaba; nunca había sido tan osada.
—Tiene piezas de arte preciosas, te encantará —su amiga trató de convencerla de que se la pasarían bien, aunque ella deseaba meterse debajo de un colchón toda una semana y dormir.
Ambas estudiaban arte y era su último fin de semana libre. Sin embargo, Amanda solo podía pensar en lo que había perdido: casa, trabajo y dignidad.
Conocía a la familia de Jonathan hace muchos años, trabajaba en su restaurante y ellos habían pagado sus estudios. Ahora, sin nada, solo contaba con la ayuda de su amiga.
Diana le prestó un vestido rojo ajustado, mucho más atrevido de lo que Amanda solía usar.
—No me maquillo ni uso tacones —protestó al verse en el espejo.
—A partir de hoy lo harás —respondió Diana con una sonrisa.
Ni siquiera tuvieron que esperar una larga fila. En la entrada del club, un guardia corpulento las detuvo, pero al reconocer a Diana sonrió ampliamente.
—¿Eres tú, muñeca Diana?
—Hola, cariño —dijo ella, besándolo en la mejilla.
—¿Vienen a ver al jefe?
—Solo traje a mi amiga a divertirse.
Su amiga pelinegra siempre era seca en su trato en la universidad, pero en ese momento hablaba dulcemente y hasta de manera sensual.
“¿Estará coqueteando con el guardia?,” se preguntó, perpleja.
—Eres VIP, querida —dijo el guardia, haciendo que ella sonriera con más confianza. Después de que les abrieran la puerta, ella la miró asombrada.
—¿Quién eres y qué hiciste con mi amiga Diana?
Dentro, el lugar vibraba con luces de neón, música y risas.
—Aquí olvidarás a ese imbécil —aseguró Diana, llamando a un atractivo barman.
—¿Ruptura amorosa? —preguntó él, con una sonrisa amable—. Te haré algo mágico para olvidar.
El chico, Abraham, mezcló varios ingredientes y le advirtió:
—Es dulce, pero tómalo despacio o verás el retrete.
Amanda bebió, sorprendida por el sabor. Su mente divagó, recordando las palabras crueles de su ex: “Los hombres solo buscan placer y se largan”.
Rió irónicamente.
—Ey, ¿qué te parecen las pinturas? —preguntó Diana.
Sólo entonces notó las réplicas de Botticelli, Caravaggio y Rembrandt colgando por todo el club.
—¡Increíble! —exclamó.
Bailaron un par de canciones y regresaron a la barra, donde un chico las elogió.
—Tranquilo, Sebastián —dijo Diana—, ella está fuera de tu alcance.
Poco después, el teléfono de Diana sonó.
—No te muevas de aquí, Amy —dijo, marchándose molesta.
Amanda, algo mareada, pidió otro trago. Sebastián la observó curioso.
—¿De dónde conoces a Diana?
—¿Te gusta mi amiga? —bromeó ella.
—No tengo suficiente dinero para gustarle —rió él.
El comentario la dejó pensativa. ¿Acaso su amiga buscaba hombres ricos? Apenas sabía de su vida fuera de clases.
Sintiendo el efecto del alcohol, Amanda decidió ir al baño y escribió a Diana, quien le respondió que preguntara por los baños VIP.
—Sube esas escaleras y di que eres amiga de Diana —le indicó Sebastián.
Ella se apresuró a llegar a la puerta roja que le indicaron, sintiendo que iba a devolver todo junto con las papas fritas que había comido como aperitivo.
—Dios, qué asco —susurró luego de vomitar todo, sintiéndose algo mareada pero con su estómago renovado.
Se enjuagó la boca y mirándose al espejo no se reconoció de nuevo. ¿Cómo había hecho Diana para dejarla de esa manera solo con un poco de maquillaje?
—Adiós Jonathan, hola Amanda bella y renovada —sonrió, antes de tomarse unas fotos y publicar una donde a su parecer, se veía menos borracha.
Sabía que el alcohol le estaba afectando pero no le importó, no había pensado en aquel maldito y su traición, así que pensó que Abraham tenía razón al decir que ese trago era bueno para olvidar.
Mientras se encontraba ahí en la puerta del baño, tomándose fotos y mostrándole al mundo que era más feliz ahora, una figura oscura se colocó detrás de ella.
—Disculpa, ¿eres amiga de Diana?
Aquella voz varonil y ronca hizo que se estremeciera, como si una brisa fresca la acariciara.
—Hola… —saludó como una tonta al ver aquel Adonis.
Pensó que en lugar de llegar al baño, había rodado por las escaleras y había muerto, porque seguramente se encontraba ahora en las puertas del cielo y aquel ángel de camisa negra la estaba recibiendo.
“¿Por qué tiene que ser tan imponente? Por las chanclas de Cristo”
De solo ver su rostro, luego de casi romper su cuello al mirar hacia arriba, se dijo a sí misma que si hubiera sabido que ese era su final, hubiera acabado con su miserable vida mucho tiempo atrás.
Él se veía serio, mirándola fijamente cuando detallaba sus facciones.
“No hagas como si no supieras quién soy, cariño,” pensó el hombre con sorna.
—Ven —la tomó de la muñeca y Amanda frunció el ceño, extrañada.
“¿Acaso… me conoce? No, imposible”, pensó, dejándose llevar.
Se preguntó si sería uno de los hombres de seguridad, pero lo descartó de inmediato al pensar que si fuese la dueña de aquel lugar, no permitiría que aquel monstruo sensual se escondiera entre las sombras del interior del club.
“Su rostro parece más como los de esos modelos de revista cuya mirada es capaz de dejarte hipnotizada,” pensó ella, antes de volver a la realidad.
—Espera… mi amiga me está esperando —se zafó de su agarre, sintiendo que le temblaba la voz con solo mirarlo a los ojos.
—Dicen los chicos de la barra que tu amiga se tuvo que ir por una emergencia, te dejó las llaves de su departamento con Adrián —ella frunció el ceño por sus palabras—. Entonces no hay apuro en que bajes por ellas ahora, supuse que no te querrías ir sin antes verme.
El hombre hablaba muy seguro de que esa era su intención y ella no estaba dispuesta a refutar nada en ese momento.
Aunque no pretendía verle el culo, lo hizo y lo disfrutó como nunca, mientras sus manos temblaban y pensamientos nada inocentes pasaban por su atolondrada mente.
A Amanda le habían enseñado que no se podía tener todo en la vida, pero se dio cuenta de que eso no era cierto, porque ese hombre delante de ella lo desmentía.
“Definitivamente no es de este mundo,” pensó, mordiendo su labio.
Antes de parecer una degenerada con ese gesto, se distrajo viendo la decoración y no pudo evitar ver unos cuadros en las paredes, pero se sorprendió al ver uno en especial.
“Pero ¿qué diablos?,” lo miró con detenimiento.
Era el retrato de una mujer desnuda y aunque no se veían sus senos por estar tapados con el cabello, lo que más le impactó fue el parecido que tenía con ella, sus rasgos faciales eran casi exactos.




























