Capítulo 3 En la boca del lobo
—¿Te gusta? —preguntó él acercándose por detrás, haciéndola estremecer—. Lo pintó un amigo mío.
“¿Acaso no nota que esa chica es una copia mía?,” pensó desconcertada.
Siguió mirando el lugar sin comentar nada, no quería ser arrogante al decir que aquel amigo había plagiado su rostro.
No le dio mucha importancia y se dijo a sí misma que seguramente tenía un rostro más común de lo que pensaba.
—¿Puedes decirme tu nombre? —le dijo, ofreciéndole un vaso con dos cubos de hielo.
—Soy Amy —dijo ella, dando vueltas por el lugar como persona de museo, admirando todo.
—¿Solo Amy? —preguntó con una sonrisa.
Ella volteó a mirarlo y lo notó demasiado cerca.
Tener sus facciones tan cerca la puso nerviosa, se dijo que gustosa le tomaría fotos para después mirarlas mientras se tocaba de piernas abiertas.
“Pervertida,” pensó, sintiendo sus mejillas encendidas. “Maldito tipo con buenos genes, debería pagar una multa por ello”
—Amanda, todos me llaman Amy —desvió la mirada, intentando seguir respirando.
La chica rubia sentía que si seguía mirándolo, sería capaz de quedar bajo un hechizo que haría que él pudiera desnudarla solo con sus ojos, haciéndola pasar un momento realmente vergonzoso.
—Ok, Amy —sonrió él de medio lado—. Soy Leonardo, por si te interesa saberlo.
“No puede ser que se llame como mi pintor favorito,” pensó asombrada.
—Todo aquí se ve muy preparado. ¿Este lugar es especial para ti? —le preguntó y él sonrió más ampliamente.
—Para nada, lo uso solo para alardear mis gustos —tomó un mechón rubio de su cabello, acariciándolo—. Si deseas ver un lugar realmente especial, deberías venir a mi casa.
Amanda tragó saliva. ¿Ese tipo en verdad estaba invitándola a su casa? No lo podía creer.
—Estoy quedándome con Diana —dio un paso atrás, soltando el mechón de su agarre—. Será mejor que vuelva pronto, sino no podrá entrar porque me dejó sus llaves.
—Envíale un mensaje con tu ubicación para que sepa que te vienes conmigo —sugirió él—. Ella sabe dónde vivo, así te quedarás tranquila de que ella sabrá dónde estamos.
Amanda negó y le devolvió la copa, alejándose otro paso de él.
—Disculpa, pero no estoy tan loca como para irme con un total desconocido y que mi amiga me encuentre al día siguiente hecha pedacitos en un cesto de basura —dijo con voz débil, tragando saliva con nerviosismo.
Él se rió de su comentario y ella se sonrojó, pensando que su risa era tan hipnótica como su bello rostro.
—Entonces siéntate conmigo y dime qué te trajo a mi club esta noche —indicó, dejándole un espacio a su lado en el sofá.
—Mi novio me engañó con mi prima —empezó a contarle la historia, mientras él solo la miraba hablar como cotorra.
—¿Llegaste al apartamento que compartían y él estaba haciéndolo con ella? Eso sí que es espantoso —dijo, y su simpatía hizo que Amanda se derritiera como mantequilla bajo el sol—. ¿Por qué decidiste hacer esto? ¿Es tu manera de vengarte o ya lo habías hecho antes?
Ese fue el instante en que todo se volvió una confusión, ya que ella pensaba que él se refería a salir a un club con su mejor amiga.
Ambos pensaban cosas diferentes.
—Debo reconocer con vergüenza que es mi primera vez —dijo sonrojada—, pero reconozco que lo estoy pasando bien, pese a todo lo malo que me dijeron que sería.
Él la miró de manera intensa, sus ojos brillaron y ella tragó saliva, aún más nerviosa.
¿Por qué seguía acercándose más a ella? ¿Acaso debía huir de allí?
“Ay Amanda, en qué líos te metes”, pensó, con la respiración entrecortada.
—Eres diferente a todas las chicas que he conocido —dijo Leonardo, acariciando su rostro. El calor de su mano hizo que Amanda deseara acercarse más.
—¿Diferente? —susurró, sintiendo su corazón acelerarse.
—Eres una gran oradora —añadió con una sonrisa.
Ella intentó mantener la calma, sabiendo que seguir hablando con él podía ser peligroso.
—Me intriga saber con quién te engañó tu ex —dijo él de pronto—. ¿Puedo verla?
Amanda le mostró una foto donde aparecían los tres. Leonardo la observó con atención.
—No es más bella que tú. Eres demasiado buena para ese idiota —le dijo galante—. Me gusta que sepas lo que quieres.
Amanda sonrió, sintiendo cómo se desarmaban sus defensas. Él sabía cómo hacer que una mujer se sintiera especial. Tal vez Jonathan tenía razón al decir que todos los hombres buscaban lo mismo, pero por primera vez no le importó.
“Si este hombre quiere algo, lo tendrá”, pensó.
—Dijiste que tu apartamento me impresionaría —comentó con picardía.
—Te dejaré sin aliento —respondió él, ofreciéndole la mano.
Salieron juntos del club. Sebastián, el barman, murmuró algo al oído de Leonardo, pero Amanda no lo escuchó. Revisó su celular y vio varios mensajes de Diana, pidiéndole que se cuidara y activara el GPS.
—¿Tanto tiempo estuve hablando con él? —susurró al ver la hora.
Leonardo, divertido, le dijo a Sebastián:
—Dile que por esta noche paso.
Luego tomó su mano y la guió hasta un elegante Mercedes-Benz AMG GT.
En pocos minutos llegaron a un edificio moderno. Él usó su huella dactilar para acceder al ascensor. Amanda temblaba.
—¿Estás bien?
—Un poco de frío —dijo, señalando su vestido. Él la abrazó con calidez.
—Soy de sangre caliente —bromeó.
Amanda no quería que la soltara, y se reprochó a sí misma por pensarlo. Pero al llegar, en vez de un apartamento, apareció ante sus ojos una azotea con piscina y jardín.
En el centro, una imponente réplica de la Victoria alada de Samotracia.
—¿Cómo puedes tener algo así aquí? —preguntó asombrada.
—Te dije que valdría la pena —sonrió él—. Me dijeron que era imposible, así que lo hice posible.
Ella rió, incrédula.
—Debiste reforzar toda la estructura.
—Cuatro columnas nuevas —respondió con orgullo—. ¿Te animas a nadar?
Comenzó a desvestirse. Amanda se sentó al borde, probando el agua tibia.
—Si sigues mirando la estatua así, me pondré celoso —bromeó él.
—Es que no lo creo —dijo riendo—. Estás demente.
—Eres la primera que se atreve a decírmelo de esa manera descarada —dijo antes de lanzarse al agua y salpicarla—. Te mereces un castigo.
Él la jaló, obligándola a entrar con el vestido puesto.
Ella reprimió una sonrisa y comenzó a chapotear como si se estuviera ahogando, lo que hizo que él la tomara rápidamente en sus brazos, luciendo asustado.
Amanda no pudo evitar reírse.
—Caíste.
—Me asustaste —dijo molesto, y se sumergió para quitarle el vestido.
—¿Qué haces? —protestó nerviosa, al notar que había quedado solo en ropa interior.
—Si tú juegas, yo también —murmuró, acorralándola en una esquina de la piscina—. Déjame besarte o no podré resistirlo.
El primer beso fue intenso, ardiente. Amanda se aferró a su cuello, sintiendo que todo su cuerpo respondía a ese hombre como si lo hubiera esperado toda la vida.
“Dios, este hombre besa como los dioses,” pensó, perdiéndose en aquel momento.
