Don y el ejecutor.

La mañana golpeó como un martillo. Mi cabeza latía, mi boca sabía a cenizas, y cada articulación dolía por la noche anterior. Pero ya no me sentía vacío. No, algo más había echado raíces donde estaba el vacío. Rabia. Una rabia fría y constante que ardía más que cualquier resaca. La casa parecía una ...

Inicia sesión y continúa leyendo