62

—¡Te odio!— rugí, y justo en ese momento, Hunter entró en la habitación del hotel. Se quedó congelado al vernos, con los ojos abiertos como un ciervo atrapado en los faros de un coche.

—¡No te vayas!— amenacé antes de que pudiera siquiera pensar en dar un paso atrás. Miró entre nosotros antes de ap...

Inicia sesión y continúa leyendo