58

Leo seguía conduciendo tan rápido como podía. Mientras manejaba, me agaché para agarrar el teléfono y, al levantarlo, vi que la pantalla estaba rota y el teléfono no encendía.

—¡Está roto! —grité.

—¡Maldita sea! Está bien, agarra mi teléfono. Está en mi bolsillo —ordenó.

Antes de que pudiera move...

Inicia sesión y continúa leyendo