Capítulo cuatrocientos doce

El resto de la mañana pasa en silencio. Adelle no ha dicho una palabra desde nuestro momento bíblico en el café y estoy bastante seguro de que estoy rojo como un tomate mientras nos apresuro hacia casa. No he podido mirarla adecuadamente desde ese momento en la mañana cuando se topó con mi repulsivo...

Inicia sesión y continúa leyendo