Capítulo 5
Massimo
Sabía que era peligroso y estaba mal, pero no podía resistirme a la belleza de Maddison. Su cuerpo voluptuoso captó mi atención y al verla no pude evitar querer follarla.
Ese día que la conocí me sentí fuera de control. Sus respuestas desafiantes me excitaron al instante. No podía creer que una chica de veintidós años me estuviera desafiando.
¿No sabía quién soy?
Claro que no lo sabía.
La cara de Maddison cuando me vio en la oficina fue graciosa. No entendía que yo sería su nuevo jefe.
Cada vez que la miraba sentía ganas de quitarle la ropa y follarla en mi escritorio, pero me detenía. Podría asustarse, parecía tan inocente. Decidí que la mejor manera de calmar mi deseo de tener sexo sería masturbarme mirando fotos de ella. No me fue difícil encontrar las redes sociales de Maddison.
Resultó mejor de lo que esperaba porque ella me miraba y podía notar que le gustaba verme de esa manera.
En ese momento estaba convencido, ella sería mía y nada me iba a detener.
Hasta que llegó la cena con mi mejor amigo.
¿Cómo era posible que Maddison fuera la hija de mi mejor amigo?
Tuve algunas dudas en ese momento, pero mis deseos son más importantes.
Invité a Maddison a un hotel con la esperanza de follarla. Maddison es virgen, así que espero poder enseñarle muchas cosas.
Quiero que me complazca.
El deseo de ver a Maddison me está matando. Sigo pensando en ella mientras conduzco hacia el hotel.
Mis expectativas crecen con cada segundo que pasa y para cuando llega el momento del encuentro ya estoy muy excitado.
—Hola —dice Maddison al entrar.
Mi mirada recorre su cuerpo de arriba abajo. Lleva un vestido beige que muestra todas sus curvas.
—Te ves hermosa —digo.
Empiezo a imaginar cómo se vería Maddison sin ese vestido.
Espero que esté usando la lencería que le di.
—Gracias.
Le ofrezco mi mano y ella la toma con una sonrisa en el rostro.
A menudo me pregunto qué demonios estoy haciendo.
Ella es mucho más joven que yo, es mi empleada y la hija de mi amigo.
Sé que esto está mal. Pero no voy a detenerme. Quiero a Maddison para mí y la voy a conseguir.
—¿Te gusta el lugar? —pregunto mientras caminamos hacia la habitación.
Estoy en la suite presidencial, la habitación más grande del hotel.
—Es muy bonito —responde.
Maddison está nerviosa, sus manos tiemblan sin cesar.
—Tranquila, no haremos nada que no quieras hacer.
Maddison y yo entramos en la habitación e inmediatamente la tensión entre nosotros comienza a crecer.
Junto a la cama hay un cuenco con algunos condones, también hay un lubricante.
Maddison suelta mi mano y camina por todo el lugar. Abre el armario y retrocede rápidamente.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Camino hacia ella y cuando miro lo que vio, entiendo su actitud.
Dentro del armario hay algunos látigos y otros artículos de bondage y sadomasoquismo.
—¿Qué es todo esto? —pregunta.
—Juguetes —respondo.
Ella los toca y se sorprende cada vez que ve uno diferente.
—¿Para qué es este?
Toma el látigo y me lo entrega, y le muestro para qué sirve.
—Pon tu mano —digo.
Ella hace lo que le pido y le doy un azote suave.
Maddison salta asustada y yo me río.
Normalmente me gustan las mujeres con experiencia, pero algo en ella me atrae tanto que doy por sentada su inexperiencia en el sexo.
—¿Te gustaría probarlo? —pregunto.
No responde, pero por su postura corporal diría que sí.
—Me gustaría hablar contigo —dice.
Algo en sus palabras me dice que quiere arrepentirse de haber venido.
No voy a dejar que se arrepienta.
La llevo a la cama y me siento a su lado. Le toco el cuello suavemente mientras intenta hablar.
Maddison se detiene un par de veces antes de decir la primera frase y yo uso esa distracción a mi favor.
Sin perder más tiempo, llevo mi boca a su cuello e inhalo su aroma. El perfume floral impregna mis fosas nasales y una vez más empiezo a perder el control.
Maddison dejó de hablar. Se concentra en los besos que esparzo por todo su cuello. Chupo y muerdo suavemente sobre sus pechos.
—Quería decirte que...
—¿Puedo quitarte el vestido? Quiero ver lo hermosa que te ves con esa lencería.
Ella duda, pero después de casi un minuto me permite desvestirla.
Me tomo mi tiempo para hacerlo. Admiro todo su cuerpo mientras le quito la prenda.
No necesito mirar mis pantalones para saber que mi miembro está erecto y a punto de estallar.
Maddison luce la lencería frente a mí. Agradezco a Dios por la oportunidad de verla así.
Maddison es sexy y provocativa.
—Eres una maldita diosa —le digo.
No puedo resistir más y llevo mi boca a la suya. Nuestras lenguas chocan y nuestras manos recorren todo el cuerpo del otro.
Maddison me quita la camisa mientras yo bajo mis pantalones y libero mi pene.
—¿Recuerdas la mamada que me diste en la oficina? —pregunto.
—Sí —dice mirando mi hombría.
—Hazlo de nuevo.
Maddison se arrodilla y sin ninguna vergüenza abre la boca y toma mi miembro dentro.
Pone en práctica todo lo que le enseñé en la oficina.
—Sí... —digo mientras el placer invade todo mi cuerpo.
Es una joven muy atrevida.
Maddison cubre con sus manos la parte de mi pene que su boca no puede abarcar.
Muevo mis caderas hacia adelante y hacia atrás mientras siento el fondo de la garganta de Maddison.
Empiezo a sentir la necesidad de terminar, así que la detengo y me pongo de pie.
—Es tu turno de disfrutar —digo.
Ella asiente sonriendo mientras la acuesto en la cama. Mi deseo de arrancarle la ropa interior aumenta, sin embargo, decido contenerme un poco para no asustarla.
Con mucho cuidado, le abro las piernas y me deleito con la vista de su sexo apretado. Está mojada y necesitada.
—Voy a tocarte, ¿de acuerdo? —pregunto.
—Sí.
Decido que no le quitaré completamente la lencería, solo la moveré a un lado para llegar a sus partes íntimas.
Estoy ansioso por meter mi cara entre las piernas de Maddison y una vez que tengo la oportunidad, no la desperdicio.
Ella me mira asustada, pero no dice nada y una vez que mi lengua tiene contacto con su clítoris, la veo poner los ojos en blanco.
—Dios... —gime.
Escucharla así me excita aún más. Mi lengua se mueve hábilmente sobre su coño. Maddison se retuerce y gime cada vez más fuerte.
Sus manos van a mi cabeza y, siendo tan atrevida como es, mueve sus caderas en círculos y tira de mi cabello.
Le gusta.
—Más.
Aumento los movimientos de mis manos y lengua y en pocos minutos Maddison tiene un orgasmo.
No pierdo tiempo y busco un condón.
—Tendré cuidado —le digo.
Esta vez, sí necesito quitarle la ropa interior y una vez que está completamente desnuda, le abro las piernas y coloco mi miembro en la entrada de su vagina.
Entro poco a poco y siento su cuerpo contraerse. No me detiene, me anima a continuar.
Han pasado muchos años desde que estuve con una mujer virgen. Me cuesta contenerme y no tener sexo rudo como estoy acostumbrado.
—¿Estás bien? —pregunto.
Ella asiente y me pide que continúe.
Entro y salgo de ella y empiezo a aumentar la velocidad lentamente. Maddison está muy mojada.
Hago mi mejor esfuerzo para no venirme tan rápido, pero las paredes apretadas de su vagina hacen difícil mi tarea y en menos de quince minutos ella alcanza el orgasmo.
Me recuesto en la cama junto a Maddison y la veo reír.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Ella se cubre la cara con la almohada.
—Se suponía que debía decirte que no podíamos tener nada.
Lo sabía.
—Podemos tener lo que queramos —respondo.
Ella niega.
—Eres el mejor amigo de mi padre, también eres mi jefe. Esto está mal, lo sabes.
Niego.
—No pensemos en eso esta noche. Disfrutemos, ¿de acuerdo?
Ella suspira.
—Está bien, pero solo por hoy. Mañana olvidaremos que esto pasó.
—De acuerdo.
