Capítulo 6

Maddison

No puedo creer que lo haya hecho. Tuve sexo con Massimo.

¡Y fue delicioso!

Empiezo a preguntarme por qué no había tenido sexo antes.

Cierro los ojos y recuerdo cada caricia y cada susurro que me dio. La forma en que sus manos recorrían mi piel y cómo me tocaba fue increíble.

Me sentí deseada. Me sentí como una diosa sexual. La forma en que Massimo me miraba todo el tiempo era increíble. Nadie me había mirado así antes.

Creo que nunca me arrepentiré de lo que pasó.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —respondí tímidamente.

Al verlo frente a mí, el recuerdo de Massimo encima de mí, abriéndome las piernas, vuelve a mi mente.

Recuerdo verlo con su miembro fuera y pensar <¿Ese animal realmente puede entrar en mí y no lastimarme?>

Pensé que sería doloroso, pero no lo fue. Todo fue placentero y verlo alcanzar el orgasmo fue lo mejor de la noche. Estaba satisfecho y todo gracias a mí.

—¿Te duele algo? —pregunta.

—Un poco, entre las piernas —confieso.

—Es normal. ¿Quieres una pomada?

Acepto sin saber que esto significa que él me aplicará la pomada.

Massimo se levanta de la cama y camina hacia una mesita de noche donde está lo que busca. Saca la pomada y vuelve a la cama conmigo.

—Acuéstate y abre las piernas —dice.

Sus palabras me sorprenden. No entendía que él quería hacerlo.

—No tengas miedo —dice riendo.

Hago lo que me pide y abro las piernas para él.

Massimo sonríe ampliamente y comienza a aplicar el producto en mi vagina. Debo admitir que siento un alivio inmediato, pero después de unos segundos siento algo más que eso.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto emocionada.

—Shhhh —me llama Massimo.

Mi jefe mueve sus dedos alrededor de mi clítoris suavemente. Pensé que era mi imaginación, pero efectivamente Massimo me está masturbando.

—¿Te gusta? —pregunta.

Muerdo mi labio inferior mientras asiento con la cabeza.

No pensé que fuera posible desear sexo tan rápido, pero todo lo que quiero ahora es que Massimo vuelva a entrar en mí.

Me cubro la cara con la almohada cuando Massimo inserta dos dedos dentro de mí.

No puedo evitar gemir. Massimo sabe cómo usar sus dedos y con ellos me lleva al orgasmo de nuevo.

—Eres una jovencita muy traviesa —ríe.

—Tengo hambre —le digo después de cinco minutos.

—Yo también. ¿Sugieres algo?

—Comida china.

Massimo hace una llamada y pide comida china para nosotros. El repartidor llega en quince minutos.

Cuando empezamos a comer, un sentimiento extraño se apodera de mí. Empiezo a desear que esto suceda más a menudo, pero también empiezo a pensar que esto tiene que parar.

Ya tuvimos sexo, eso era lo que queríamos, no tenemos que vernos así más.

—¿Pasa algo? —pregunta.

—Sí. Sabes que no podemos hacer esto de nuevo, ¿verdad?

Hace un gesto de molestia antes de responder.

—Podemos hacerlo tantas veces como quieras. Te deseo, Maddison, tener sexo contigo todos los días sería increíble para mí.

—Pero tú eres...

—¿tu jefe? ¿Qué importa eso? En mi empresa yo soy el jefe, nadie me va a despedir.

—Eres el mejor amigo de mi padre.

—Tu padre no tiene que saber que algo está pasando entre nosotros.

Bajo la cabeza sabiendo que todo esto está mal.

—Mírame. Será solo hasta que nos cansemos el uno del otro, ¿entiendes? Es solo sexo.

Por alguna razón, sus palabras me lastiman. Sabía que era solo sexo, pero escuchar a Massimo decirlo tan convencido mata la pequeña esperanza que tenía.

—Pero...

—No hay peros, Maddison. ¿Quieres continuar con esto? Si tu respuesta es no, me voy de este hotel ahora mismo y te dejo en paz. Puedes conservar tu trabajo si eso es lo que te preocupa.

—¡No! No quiero que te vayas, me gusta estar contigo.

Me da vergüenza admitirlo, pero es la verdad. Sé que está mal y esto debería estar prohibido, pero después de tener sexo con él, dejarlo será aún más difícil.

¿Estoy obsesionada con Massimo?

—Entonces deja de preocuparte por lo que pueda pasar después. Disfruta lo que está pasando ahora y olvídate del futuro o del pasado.

Tiene razón.

—Está bien.

Massimo y yo terminamos de comer y decidimos ver una película, pero en menos de media hora ya estoy dormida.

Creo que todo el esfuerzo físico que hice con mi jefe me dejó exhausta.

El sonido de una alarma diferente a la que estoy acostumbrada me despierta y al abrir los ojos, me pregunto dónde demonios estoy.

¿Fui secuestrada?

Casi grito al ver a un hombre musculoso a mi lado, pero al ver su cabello y su barba incipiente, supe que era mi jefe.

De un momento a otro, todos los recuerdos de la noche anterior vuelven a mí y una sonrisa se instala en mi rostro.

Massimo es un dios del sexo.

—¿Vas a mirarme así todo el día?

¡Qué vergüenza!

—Lo siento...

—Es una broma, Maddison.

—Oh —digo.

Veo cómo Massimo se levanta de la cama y camina desnudo hacia la ducha. Cabe destacar que estaba tan erecto que su pene llegaba a su estómago.

—¿Vienes? —preguntó antes de entrar al baño.

Acepté, pero con mucha vergüenza.

Después de ducharnos, Massimo me informó que debía ir a su oficina ya que tenía algunas cosas que resolver. Por mi parte, iría a la residencia a cambiarme de ropa y luego iría a la universidad.

—Mi chofer te llevará.

—No es necesario, puedo tomar un taxi —respondo.

—Claro que no. Los taxistas son peligrosos.

—No todos —respondo un poco ofendida.

—De todas formas, irás con el chofer.

No lo dijo como una sugerencia, fue una orden.

—No puedes obligarme a hacer algo que no quiero —digo.

Él sonríe.

—No voy a obligarte a hacer nada que no quieras, Maddison, solo intento darte la comodidad de un chofer.

—Oh.

—Entonces, ¿lo aceptarás o no?

—Sí.

Él sonríe y me besa en los labios.

—Nos vemos en la oficina, tengo algunas cosas que discutir contigo.

¿Qué cosas?

—¿Sobre el trabajo? —pregunto curiosa.

—No. Lo sabrás después. Tengo que irme.

Me besa en la frente antes de salir de la habitación.

Massimo es un poco misterioso.

Lo imito y salgo del hotel. Veo al chofer frente al lugar y con una sonrisa tímida me acerco.

—Buenos días, señorita Becker —me dice el hombre.

—Buenos días —respondo.

Él me indica que suba al vehículo y una vez dentro, el hombre conduce.

Llega a mi casa en poco tiempo y ni siquiera pidió mi dirección.

—¿Debería preocuparme porque sabes dónde vivo?

El hombre niega.

—El jefe me dio la información sobre su hogar, su universidad y los lugares que frecuenta normalmente.

¿Qué?

—¿Me está vigilando?

El hombre niega.

—El jefe solo se asegura de que no esté en peligro. Es un hombre muy poderoso, con solo una llamada sabrá dónde está.

Asustada, decido salir del coche y enviarle un mensaje a Massimo.

<No me gusta tu chofer. Me asustó>

Espero una respuesta de mi jefe, pero los minutos pasan y no llega. Decido ir a la universidad con el mismo chofer.

Hanna, al verme, me pregunta sobre el coche elegante.

—Es el chofer de mi jefe —digo rápidamente.

Me alejo de ella y corro a mi clase para que no me pregunte más.

Mi día como estudiante universitaria comienza y termina en un abrir y cerrar de ojos. El profesor de estadística nos dio una tarea muy difícil y tengo que entregarla en dos semanas.

¿Cómo se supone que la haga?

Con esa preocupación en la cabeza, salgo de la universidad hacia las residencias.

—Buenas tardes, señorita Becker —dice el chofer.

Subo al coche en silencio mientras el chofer conduce de regreso a los dormitorios, pero al llegar noto algo extraño.

Hay un coche de la marca Audi con un lazo rojo.

¡Es precioso! Qué suerte tiene la persona a quien se lo regalaron.

Salgo del coche y camino hacia mi habitación, pero el hombre me detiene.

—¿Qué pasa? —pregunto asustada.

—El coche. Es suyo.

¿Qué?

Me río.

—No, no es mío. Desafortunadamente.

—No era una pregunta, es una afirmación. El coche es suyo.

—Simplemente no puede ser. No he comprado ningún coche, yo...

—Es un regalo de Monsieur Massimo. ¿Le gusta el color? Podemos cambiarlo si no le gusta.

Simplemente no puede ser.

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