Capítulo 3 Sombras de Deseo y Desconfianza

Dos semanas después del frenesí de nuestro aniversario, me regalé unasvacaciones en mi propia mansión. El lugar lo tenía todo: un jardín exuberante, un spa privado y una piscina que reflejaba el cielo. Desnuda, me tumbé boca abajo junto al agua, dejando que el sol acariciara mi piel. Mis curvas, perfectamente esculpidas, pedían a gritos un bronceado dorado. El día era un sueño, pero mi cuerpo ardía por algo más que el calor.

Una sombra se proyectó a mi lado, y el crujido de una silla me hizo alzar la vista. Era Andrew, nuestro conductor, con su mirada esquiva y esa tensión que siempre lo delataba.

—¿Puedo sentarme, señora Amber? —preguntó, su voz era baja, casi nerviosa.

—Claro, Andrew —respondí, girándome sin pudor para dejar mis pechos al descubierto. Coloqué mi sombrero sobre las caderas, cubriendo lo justo, y lo miré con una sonrisa provocadora

—. ¿Tienes algo que decirme?

Él evitaba mis ojos, los suyos eran fijos en la piscina como si el agua pudiera salvarlo. —¿Por qué no se divorcia? Sería más fácil. Podría estar con quien quisiera, disfrutar sin esconderse.

Sus palabras, teñidas de un leve sarcasmo, encendieron algo en mí. Me gustaba que se atreviera a preguntar, que mostrara interés.

—No lo entenderías, Andrew. Son diez años de matrimonio, un imperio que construí con sudor, un nombre que no pienso manchar. No es solo dinero, es orgullo.

Me unté bronceador en los senos, masajeándolos lentamente bajo su mirada esquiva. Me senté, dejando mi cuerpo a la vista, pero Andrew seguía resistiéndose.

—Cualquier hombre mataría por estar contigo, Amber. Tu cuñado, el socio de tu esposo… ellos te devoran con los ojos. —soltó de repente.

Solté una risa suave y me levanté, completamente desnuda, caminando hacia él con pasos deliberados. Me detuve frente a él, tan cerca que podía sentir su calor.

—¿Me estás evitando? —susurré, inclinándome hasta que mis pechos quedaron a centímetros de su rostro.

Andrew tragó saliva y se puso de pie, esquivándome con cuidado. —Esto no está bien, y lo sabes. Solo quería decirte que tu secreto está a salvo. No le contare nada al señor Franco.

—¿Qué secreto, Andrew? —repliqué, envolviéndome en una toalla para calmar la tensión—. ¿Y qué pides a cambio de tu silencio?

—Nada —dijo, sus ojos ahora eran dulces, casi enamorados—. Soy leal a ti, como lo soy a él. Pero ten cuidado, Amber. No soy el único que nota cosas. Alguien más podría descubrirte.

Se marchó sin mirar atrás, dejándome sola con un torbellino de pensamientos.

Andrew me fascinaba: su cuerpo joven, su aroma, esa mezcla de inocencia y deseo. Pero su edad y su posición lo hacían un riesgo que no podía permitirme. Yo solo quería placer, la adrenalina de explorar mi sexualidad sin ataduras. Y Andrew ¿Qué podía ofrecerme? Ni siquiera tenía eso claro.

Frustrada, subí a mi habitación y saqué mi vibrador favorito, un juguete de 22 centímetros que nunca fallaba. Me recosté, cerré los ojos e imaginé a Andrew. Su boca devorando mis pechos, su lengua explorando mi cuerpo, sus manos reclamándome. Deslicé el vibrador dentro de mí, subiendo la intensidad mientras mi cuerpo se retorcía. Mis caderas danzaban solas, mi vulva palpitaba, y en mi mente, era Andrew quien me llevaba al borde. Un orgasmo brutal me sacudió, arrancándome un grito que resonó en la habitación. Mis piernas temblaban, pero la fantasía no era suficiente. Quería más, aunque sabía que con él solo sería un sueño.


Los días pasaron, y llegó el momento de volver a la realidad.

—Amor, hoy es la junta de socios. ¿Estás lista? —preguntó Franco, sonaba ansioso, tanto que pude notarlo de inmediato, ¿acaso que estaba pasando?

—Lista, cariño —respondí, subiéndome a su regazo y rozando mi nariz contra su cuello—. Pero antes, ¿un poco de diversión?

Franco me apartó con suavidad, serio.

—No ahora, Amber. Hay problemas. En la junta se discutirán los balances… y los desvíos de dinero.

Mis sentidos se apagaron al instante.

—¿Desvíos? ¿De qué hablas? —pregunté, mi deseo fue reemplazado por una intensa curiosidad.

—Falta una suma importante en la empresa. Hicimos un balance mientras estabas de vacaciones. ¿Sabes algo al respecto? —Sus ojos me taladraron, cargados de sospecha.

—¿Me estás acusando? —repliqué, cruzándome de brazos—. Esta empresa es tan mía como tuya. ¿Por qué me robaría a mí misma? Tengo mi propia cuenta. ¿Y tú, Franco? ¿Qué sabes tú?

Negó con la cabeza, alzando las cejas con desdén, y salió de la habitación. Tomé mi bolso y lo seguí, la tensión entre nosotros cortaba el aire como un cuchillo.

El trayecto a la empresa fue un silencio gélido. Andrew, al volante, no me miró por el retrovisor, y eso me dolió más de lo que esperaba. Al llegar, los socios ya estaban reunidos. Me senté, transformada en la mujer profesional que siempre había sido, y revisé los informes que una secretaria dejó frente a mí.

—Es inaceptable —dije, con mi voz firme mientras hojeaba los números—. Hay un desfalco enorme. ¿Dónde está el dinero?

—Todos queremos saberlo, cariño —respondió Franco, su mirada acusadora se clavaba en mí sin disimulo.

Quise arrancarle los ojos. ¿Cómo se atrevía a insinuar que yo estaba detrás de esto? Sí, me acostaba con su socio y su hermanastro, pero eso era por placer, por la emoción de la revancha . Jamás tocaría el dinero de la empresa que construí con tanto esfuerzo. Me crucé de brazos, fulminándolo con la mirada.

—No tengo nada que ver, Franco. Pero parece que tú tienes tus propias teorías.

La junta terminó en un mar de dudas y desconfianza. Franco creía que yo estaba

robando, y yo empezaba a sospechar lo mismo de él. Una cosa era clara: debía

moverme con cuidado. Si quería proteger mi imperio y desenmascarar las

intenciones de mi esposo, tendría que ser más astuta que nunca. El juego apenas

comenzaba, y no estaba dispuesta a perder.

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