Capítulo 7 Tratos con descaro

Despertar junto a mi esposo esa mañana fue un deleite inesperado. Tras una noche apasionada y una reconciliación que aún resonaba en mi piel, había tomado la firme decisión de salvar nuestro matrimonio y proteger el imperio que juntos construimos.

—Buenos días, mi amor —susurró Franco, rozando mi mejilla con un beso suave que erizó mi piel.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo amaneces? —respondí con una sonrisa cálida.

—Feliz de estar a tu lado y decidido a empezar de nuevo, desde cero —dijo con entusiasmo. Lo miré con una mezcla de esperanza y cautela. Después de diez años, ¿podríamos realmente recuperar la chispa?

—Amor, me encanta escucharte tan seguro. Entonces, hoy es el día, ¿verdad? ¿Hablarás con Lía? —No pude evitar preguntar. Era un tema delicado, pero necesario. Franco dudó un instante, pero su expresión reflejó determinación.

—Claro que sí. Hoy mismo hablaré con ella y le pondré fin a todo. Quiero reconquistarte, Amber, que te enamores de mí otra vez. Pero, dime, ¿tú hablarás con ese hombre? —preguntó. Ese tipo de conversaciones no deberían ser normales en un matrimonio, pero en el nuestro eran inevitables.

—Por supuesto, amor. Hoy terminaré con esa aventura. Y no necesitas reconquistarme, porque siempre te he amado —mentí, con una convicción que hasta a mí me sorprendió. Franco, emocionado, se acercó y me envolvió en besos apasionados. Me mordí el labio, dejándome llevar por el momento, inclinando la cabeza sobre la almohada mientras me entregaba a él.

Horas después, me preparé con elegancia, lista para cumplir mi promesa de poner fin a mis relaciones fuera del matrimonio. El primero en mi lista fue Augusto.

Cuando me vio, su rostro se iluminó y me cubrió de besos.

—Cariño, ¿me extrañaste? Dime que morías por estar conmigo otra vez —dijo, con esa intensidad que siempre me desarmaba. Lo aparté suavemente, mirándolo con ternura pero firmeza.

—Augusto, tenemos que hablar —dije con seriedad. Su expresión cambió al instante, como si presintiera lo que venía.

—¿Qué pasa, Amber? ¿Por qué ese tono? —preguntó, con un dejo de preocupación.

—Ha llegado el momento, Augusto. Lo nuestro debe terminar —tomé su mano, la besé suavemente y negué con la cabeza—. Es hora de seguir caminos separados.

Me soltó con brusquedad, sacudiendo la cabeza, incrédulo.

—¡No puede ser, Amber! Esto tiene que ser una broma. ¿Cómo me haces esto después de todo lo que hemos vivido? ¡Teníamos planes juntos! — exclamó, su voz quebrándose.

—Lo sé, y lo siento, Augusto. Pero mi prioridad ahora es mi matrimonio, mi empresa, mi vida con Franco. No puedo seguir contigo —respondí, tratando de mantener la calma.

Augusto cayó de rodillas, sus ojos llenos de lágrimas que caían sin control. Me sentí culpable por su dolor, pero no había otra forma de resolver esto.

—¡No me dejes, por favor! Te amo, Amber. Franco te engaña, quiere destruirte, dejarte en la ruina y huir con tu amiga —sollozó. Sus palabras me golpearon. ¿Franco planeaba arruinarme?

Lo levanté del suelo, tomándolo por los hombros, y saqué un pañuelo para secar sus lágrimas.

—No llores más, Augusto. No valgo tus lágrimas. Esto tiene que terminar —dije con suavidad.

—¡Pero te amo, Amber! Soy el único que te ama de verdad. Franco te va a traicionar —insistió.

—¿De dónde sacas eso? Si sabes algo, dímelo ahora —exigí, sintiendo una furia creciente. ¿Y si Augusto también me estaba ocultando algo?

Temblaba, apenas capaz de hablar.

—¡Dímelo, Augusto! —insistí.

—Si quieres dejarme, hazlo. Pero nadie te amará como yo. Adiós, Amber —dijo, y se marchó, dejándome con más preguntas que respuestas. Sus palabras alimentaron mis sospechas, pero era hora de cortar con él de una vez por todas. Su amor, al parecer, también estaba teñido de mentiras.

El siguiente en la lista era Jorge, mi cuñado. Nos encontramos en un café. Estaba más atractivo que nunca, y su presencia me hizo dudar por un instante.

—Amber, cuánto tiempo sin vernos, desde tu aniversario. Dime que me extrañaste tanto como yo a ti —dijo, mordiéndose el labio con esa mirada que siempre me tentaba.

—Hola, Jorge —respondí con seriedad, tratando de mantener la compostura.

—Vaya, cuñadita, ¿así saludas a tu cuñado favorito? ¿Ese es el cariño que me tienes? —bromeó, pero notó mi expresión y cambió el tono—. ¿Qué pasa?

—Jorge, tenemos que hablar. Lo nuestro debe terminar. No podemos seguir con esta relación —dije, directa.

Se quedó en silencio, sirviéndose otro trago. Su mirada, intensa y fría, me dio escalofríos, pero no podía flaquear.

—¿De verdad, Amber? Sé que lo nuestro no es correcto, pero ¿por qué ahora? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y desafío.

—Quiero salvar mi matrimonio con tu hermano. Franco se comprometió a terminar con su amante, y yo también quiero hacer mi parte dejándote —expliqué.

—¿Y él sabe que soy tu amante? —preguntó, arqueando una ceja.

—No, ¡claro que no! Y no puede saberlo. Jorge, lo que tuvimos fue increíble, pero debe terminar —respondí con firmeza.

—De acuerdo, cuñada. Pero, ¿qué tal una última vez? —sus palabras encendieron algo en mí, un deseo que no quería admitir.

—¿Una última vez? ¿A qué te refieres? —pregunté, aunque sabía exactamente lo que insinuaba.

—No te hagas la inocente, Amber. Podemos despedirnos como se debe. Si quieres quedarte con mi hermano, es tu decisión, pero yo siempre supe lo que éramos —dijo con una sonrisa pícara.

A diferencia de Augusto, su actitud desenfadada me encendió. Sabía cómo jugar sus cartas. Sonreí con complicidad, me levanté de la mesa y lo invité a seguirme. Terminamos en un motel discreto de la ciudad.

Apenas entramos a la habitación, Jorge me besó con una intensidad que me desarmó. Sus labios eran suaves, cálidos, y despertaron en mí una excitación inmediata. Sus manos recorrieron mis muslos, y pronto sentí cómo mi cuerpo respondía a su toque. Pasó los dedos por mi piel, saboreándolos con una mirada que me volvió loca.

Lo besé con fuerza, mientras sus manos seguían obrando maravillas. Me recostó en la cama, me despojó del vestido, y sus ojos ardían de deseo. Se desnudó frente a mí, y mi mirada lo recorrió con avidez. Me entregué por completo, abriéndome a él.

Un rugido escapó de su boca antes de lanzarse sobre mí. Sus movimientos eran precisos, intensos, y cada embestida me llevaba al límite. Mis caderas se rindieron a su ritmo, y el placer me consumió.

—¡Eres increíble, Amber! Qué lástima que quieras irte —dijo entre jadeos.

—¡Jorge, ah! No quiero, pero es necesario —respondí, apenas capaz de hablar.

Me giró con agilidad, colocándome de espaldas. Sus movimientos se volvieron más rápidos, más profundos, llenándome por completo. No pude resistirlo más y me dejé llevar por un orgasmo abrumador, mientras él culminaba, dejando su calor en mi piel.

¿Era posible sentir tanto placer? No lo sabía, pero esa había sido nuestra despedida.

Horas después, regresé a casa como si nada hubiera pasado. Preparé una cena especial, decoré la mesa con velas aromáticas, música suave y una botella de champán. Encendí un cigarrillo mientras esperaba a Franco. Había cumplido mi promesa: de ahora en adelante, sería solo él y yo.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo