Capítulo 38.

Abrí los ojos cuando la puerta se cerró. El golpe de madera resonó en la habitación y me dejó una sensación de hueco en el pecho.

La osa se había ido.

Gruñí sin querer y me incorporé en la cama. No había dormido en toda la noche; la imagen de la osa enfurecida seguía pegada a mi vista.

Aún la veí...

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