Muere de placer

—Céline, por favor—suplicó él. Ella seguía ignorándolo, mostrándole lo que esas manos prometían una vez que las pusiera sobre su cuerpo. La visión de ella en solo sus bragas lo estaba volviendo loco, y lo que estaba haciendo era suficiente para quitarle la poca cordura que le quedaba. No se quedaría...

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