CAPÍTULO 2

Capítulo 2

Estaba nerviosa. Mi corazón no dejaba de golpearme el pecho, y el cosquilleo en mi vientre me hacía sentir mareada. No podía creer lo que acababa de pasar en el baño… había estado a un paso de entregarme a un desconocido. Y sin embargo, Luciano tenía algo que me atrapaba, algo que me arrastraba a desearlo sin poder resistirme.

Cuando nos sentamos de nuevo, noté la tensión en su cuerpo. Su mandíbula estaba apretada, sus ojos fijos en la nada. Entre sus piernas había una dureza imposible de disimular.

Tragué saliva y reuní un poco de valor.

—¿Quieres… que te ayude a terminar? —susurré, avergonzada, sin atreverme a mirarlo directamente—. Aún faltan unos minutos para aterrizar.

Su sonrisa, cargada de deseo, me atravesó como un dardo. Sacó la manta doblada y la extendió sobre su regazo, cubriéndonos con disimulo.

—Eres un angel, princesa —murmuró en mi oído, con la voz ronca—. Y no sabes cuánto me excita eso.

Mis dedos, torpes y temblorosos, se colaron bajo la tela. Sentí el calor de su piel primero, luego la rigidez que me dejó sin aliento. Luciano contuvo un gruñido cuando lo envolví con mi mano.

—Así… aprieta un poco más —me indicó, llevándome la muñeca para marcar el ritmo—. Despacio, de arriba abajo… perfecto.

Yo obedecía, insegura, mientras mi respiración se aceleraba. Sus gemidos suaves se mezclaban con el murmullo del avión. Inclinó el rostro hacia mi cuello, sus labios recorrieron mi piel y me arrancaron un jadeo.

—Dios, muñeca… —su aliento cálido me erizaba la piel—. Me vuelves loco. Quiero tenerte debajo de mí, quiero tu boca… quiero devorarte entera.

Mis mejillas ardían, mi cuerpo vibraba con cada palabra suya. Sentía su grosor palpitar en mi mano, cada movimiento lo ponía más duro. Luciano mordió suavemente mi oreja, ahogando otro gemido.

—Más rápido… así, princesa. Sí… justo así.

Lo sentía temblar, cada vez más cerca, su respiración desbordada en mi oído. El poder de hacerlo perder el control me excitaba tanto que mi interior estaba húmedo, desesperado.

Yo cerré los ojos, perdiéndome en la sensación, en el deseo crudo que me confesaba. Su voz era un veneno dulce que me derretía:

—Quiero correrme en tu mano, pero lo que más deseo… es vaciarme dentro de ti.

Gruñó contra mi cuello y lo sentí estremecerse, liberarse en mi mano bajo la manta. Su pecho bajó con un suspiro aliviado, mientras sus labios buscaban los míos con ternura. Me besó con tanta fuerza que me faltó el aire, y aun así cedí, me rendí a ese beso que me hizo sentir suya.

—Desde hoy eres mía, Zaira… —su voz ronca vibró en mi piel—. Mi mujer. La mujer de Luciano Ferrer.

Sonreí, aturdida, creyendo por un segundo en esas palabras. El avión aterrizó y nosotros seguimos besándonos, como si el mundo pudiera detenerse en aquel instante.

—Voy al baño, necesito… limpiarme —susurré, aún con las mejillas encendidas.

Me levanté con pasos inseguros por el pasillo, con el corazón acelerado y esa sensación viscosa en la mano que trataba de borrar.

Me mire al espejo, y asentí, no se que estaba pasando ni que pasaría pero quería vivirlo.

Cuando regresaba hacia mi asiento, escuché una voz detrás del asiento de Luciano. Era uno de sus hombres.

—Acaba de llamar su novia, lo espera esta noche a las ocho.

Me quedé helada. ¿Su novia? Sentí cómo algo se rompía dentro de mí. Reí sin humor, en silencio. Claro, yo era una tonta… pensando que un encuentro en un baño de avión podía significar algo más que deseo.

No tuve valor de enfrentarlo. Le pedí ayuda a la azafata, casi rogando.

—Por favor, sáqueme antes de que él me vea. No quiero volver a mirarlo.

Ella dudó, nerviosa.

—Es Luciano Ferrer… si se entera, pierdo mi trabajo.

—Se lo suplico.

Al final accedió. Me escondió entre los primeros pasajeros que desembarcaron y escapé sin recoger mi maleta. Con los pocos dólares que guardaba en el bolsillo tomé un taxi directo a la casa de mi padre.

Durante el trayecto, cerré los ojos. Sí, Luciano había resultado como cualquier hombre que solo promete con los labios, pero no me arrepentía. Fue mi primer orgasmo, la primera vez que alguien me hizo sentir viva. Y aunque doliera, ese recuerdo me pertenecía.

Al llegar, la primera en recibirme fue mi nana. Me abrazó tan fuerte que las lágrimas se me escaparon sin permiso. La casa estaba llena de movimiento; se preparaba una fiesta.

—Llévame con papá —le pedí, sin importar nada más.

Lo encontré en el comedor, rodeado de su esposa y de Gabriela. Al verme, su rostro se iluminó y se levantó de inmediato.

—¡Zaira! —me abrazó con calidez, con orgullo—. ¿Por qué no me dijiste que venías? Hubiera preparado algo especial para ti.

—Quise sorprenderte —mentí. La verdad era que si avisaba, Alicia lo impediría.

Ella me recorrió con la mirada, fría, mientras Gabriela se tensaba como si mi presencia fuera un insulto.

—Hoy no es buen día para tu regreso —dijo Alicia con su voz dulce envenenada—. Es el compromiso de tu hermana con uno de los hombres más poderosos del país.

—No vine por Gabriela. Vine por mi padre.

La tensión estalló. Gabriela se levantó furiosa, gritándome lo de siempre: bastarda. Mi padre golpeó la mesa, harto, y la bofetada que le dio retumbó en el comedor. Yo le rogué calma, pero fue firme:

—Zaira es mi hija. Esta noche estará con nosotros en el banquete.

Alicia fingió sonreír, pero vi el veneno en sus ojos. Ordenó a mi nana llevarme a preparar. Horas después, me enviaron un vestido viejo, roto. Mi nana, indignada, lo cambió por uno heredado de la madre de mi padre: un dorado elegante, que me hizo sentir otra.

Bajé las escaleras con él. Papá me tomó del brazo, orgulloso.

—Ella es Zaira, mi hija, se que para ustedes es ilegítima, pero desde hoy exijo que sea tratada con los honores de una hija legítima

La sala enmudeció… hasta que una voz familiar atravesó el aire.

—Buenas noches.

Mi corazón se detuvo. Luciano. Entraba con paso firme, y al verme, palideció.

—¡Mi amor! —gritó Gabriela, corriendo haci

a él.

El mundo se me vino abajo. Luciano Ferrer… era el prometido de mi hermana.

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