CAPÍTULO 3

Capítulo 3

Él se acercó a mí. Sentí cómo el aire se tensaba entre los dos, cómo mi pecho se agitaba sin control. Nuestros ojos se encontraron, y por un instante, el mundo desapareció.

—Te presento a mi otra hija, Zaira. —La voz de mi padre rompió el silencio—. Acaba de regresar del internado.

Luciano parpadeó con sorpresa. Sus labios temblaron al pronunciar:

—¿Eres hermana de Gabriela?

No tuve tiempo de contestar. Gabriela, con ese veneno que siempre cargaba en la lengua, murmuró con desprecio:

—Medio hermana. Y eso es mucho decir… para mí no es más que una bastarda.

La incomodidad me atravesó, pero Alicia se apresuró a chocar una copa, desviando la tensión antes de que papá pudiera reprenderla.

—Hoy celebramos algo más importante. Formalizamos el compromiso de esta pareja. En dos meses será la boda del año.

Las palabras cayeron sobre mí como una sentencia. Miré a Luciano: bajó la cabeza, suspiró, parecía atrapado. Sentí que me arrancaban el suelo bajo los pies. Cuando sacó un anillo de su bolsillo y lo deslizó en la mano de Gabriela, entendí la cruel verdad: yo solo había sido su despedida de soltero.

Necesité aire. Me refugié en el jardín, temblando de rabia y confusión, mientras los aplausos y los gritos de celebración se escuchaban a lo lejos.

—¿Estás bien? —preguntó una voz masculina. Un joven rubio, de sonrisa cálida, me observaba con amabilidad.

—Sí, solo… no estoy acostumbrada a este tipo de fiestas. —Suspiré, intentando sonar convincente.

Él rió suavemente.

—Yo tampoco. Solo veo sonrisas falsas. ¿Quieres bailar conmigo?

Acepté. Tal vez bailar con un desconocido me ayudara a mantener la calma. Regresamos al salón. Me tomó de la cintura con delicadeza y nos movimos al ritmo lento de la música.

—Me llamo Andrew.

Un escalofrío me recorrió al sentir la mirada de Luciano clavada en mí, incluso mientras giraba con Gabriela en sus brazos. Su atención me quemaba. Así que decidí provocarlo: sonreí de forma coqueta, apoyando mi frente en la de Andrew.

El ambiente cambió. Gabriela notó la tensión.

—¿Qué te pasa, Luciano? —le escuché decir.

De pronto, él caminó hacia nosotros con paso firme.

—Andrew, prepara el carro. Nos vamos ya.

—Sí, señor. —El chico me dio un beso en la mejilla antes de marcharse.

Luciano se quedó frente a mí. Su mirada era un torbellino, y aun así me mantuve firme, sin apartar mis ojos de los suyos.

—¡Mamá! —chilló Gabriela—. Zaira no sabe comportarse. Estaba bailando con el asistente de mi novio. ¡Luciano está enfadado porque nos humilla!

Alicia se acercó como un huracán. Su mano se alzó dispuesta a golpearme, pero Luciano la detuvo en seco. La música paró. El silencio fue absoluto.

—¿Qué haces, Luciano? —Alicia lo fulminó con la mirada—. Solo quería defenderte. No es correcto que tu cuñada baile con tu asistente.

La voz de él se alzó, firme, grave:

—Nadie toca a Zaira.

Mi respiración se aceleró. Gabriela se abalanzó contra mí con un empujón.

—¿Por qué dices eso?

—Porque lo digo yo. —La voz de Luciano fue un gruñido.

No aguanté más. Corrí fuera del salón, con el corazón desbocado. Todo era absurdo, demasiado doloroso.


A la mañana siguiente, seguía encerrada en mi habitación, debatiéndome entre la rabia y la humillación. Pero no les daría el gusto de verme derrotada. Bajé al comedor con la cabeza en alto. La tensión era evidente, aunque Alicia y Gabriela callaron ante la presencia de papá.

—Hija —dijo él, mirándome con ternura—, hasta el próximo año empiezan las inscripciones en la universidad. Podrías trabajar un tiempo. Eso te dará experiencia.

La idea no me disgustó. Necesitaba ocupar mi mente.

—Sí, papá. ¿Será en tu empresa?

Antes de que pudiera responder, una voz helada llenó la estancia.

—No, en la mía.

Luciano entró con la seguridad de siempre. Le dio un beso en los labios a Gabriela, y me atravesó con una mirada tan fría como la primera vez que lo vi.

—Prefiero trabajar con papá —dije, tragándome la furia.

Papá negó con suavidad.

—Ya hice un trato con Luciano. Él te enseñará lo necesario antes de que llegues más lejos.

Gabriela no perdió la oportunidad de atacarme:

—Si prefieres vivir mantenida de papá, dilo. No hagas perder el tiempo a mi prometido.

Su tono me encendió la sangre. Me levanté con fuerza y lo miré directamente a él.

—¿Cuándo empiezo?

Sus labios se curvaron apenas, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—Mañana mismo

Acepte de inmediato, subi a mi habitación, mi ropa de adolescentes ya no me quedaba, así que le pedí a papá dinero para ropa y me fui toda la tarde con mi nana de shopping, vestidos, zapatos, joyas y demás, era mi primer trabajo y a pesar de las condiciones estaba emocionada.

Cuando amaneció entre a bañarme, mientras el agua caía bajo mi cabeza, no dejaba de sentirme en la boca del lobo, pero tendría que acostumbrarme que Luciano estaría desde hoy en mi vida, como el esposo de mi medio hermana.

Sali de la ducha, aún con la bata húmeda pegada a mi piel. El vapor me seguía mientras secaba mi cabello, intentando olvidar lo que pasó en ese avión.

Pero al entrar me quedé helada.

Luciano estaba sentado en mi cama, de espaldas primero, y al dar un paso, lo vi… tenía en sus manos mi tanga negra, la que había dejado lista para ponerme hoy. Mi respiración se atascó en la garganta. Su brazo se movía con un ritmo frenético y sus gemidos ahogados llenaban la habitación.

No se detuvo cuando me descubrió. Al contrario, sus ojos me recorrieron de pies a cabeza, y con voz ronca murmuró:

—Mírame… no pienso en nadie más, solo en ti. Eres tú la que me enloquece, la que me pone así.

El corazón me martillaba. Una parte de mí quería salir corriendo, otra… se encendía con un fuego que jamás había sentido. Sentí mis mejillas arder cuando me pidió, casi suplicando:

—Déjame ver tu cuerpo…

No sé en qué momento mis manos desataron el lazo de la bata. La abrí lentamente, temblando, pero sin apartar la mirada de él. Sus ojos brillaron con un hambre que me erizó la piel. Yo también estaba excitada, más de lo que jamás admitiría.

Luciano gimió mi nombre, aceleró sus movimientos y, en segundos, se derramó en su propia mano, jadeando como si yo fuera su única salvación.

Cuando se levantó, buscó mis labios. Lo detuve con una cachetada seca que resonó en la habitación. Mi respiración seguía agitada, pero mi voz fue firme:

—Eso es l

o único que tendrás de mi, este juego se acabó.

El sonrió y me encerró acercándose

—Apenas empieza.

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