CAPÍTULO 4
Capítulo 4
Luciano se me acercó sin decir nada. Su mirada me quemaba, y por más que quería mantener la distancia, mis piernas no se movían.
—Aléjate… —murmuré, aunque mi voz sonaba débil. No tenía fuerza ni ganas de detenerlo.
Él sonrió como si supiera que no iba a hacerlo. Se inclinó y me besó el cuello, suave al principio, y luego más abajo. Sentí un escalofrío. Cerré los ojos y me dejé llevar.
—No deberías dejarme acercarme tanto, Zaira —me susurró.
De pronto, su mano bajó por mi cintura, por mi vientre, hasta llegar entre mis piernas. Me quedé paralizada cuando sus dedos tocaron mi ropa interior, completamente mojada.
—Estás empapada —dijo con una sonrisa traviesa—. No me mientas, me deseas.
Yo gemí. No pude evitarlo. El roce de sus dedos me hacía arder por dentro.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó, mientras pasaba un dedo lentamente por encima de mi intimidad, con movimientos que me hacían temblar.
No dije nada. Solo lo miré, y eso fue suficiente.
Él metió su mano dentro de mi ropa interior y empezó a acariciarme directo sobre la piel. Sus dedos se movían lentos, luego más rápido, tocando justo donde más lo necesitaba. Yo jadeaba, sujetándome de su camisa.
—Estás tan mojada, tan caliente para mí… —susurraba mientras me besaba el cuello y lamía mi oreja.
—Luciano… —susurré, sin aire.
—Déjame hacerte sentir más —me pidió, y no pude negarme.
Me masturbaba con seguridad, como si conociera cada rincón de mi cuerpo, y yo sentía cómo mi interior se apretaba más y más. Su lengua jugaba con la mía, sus labios me besaban con hambre, y yo ya no sabía si estaba de pie o volando.
—Dame tu virginidad, Zaira. Déjame hacerte mía —me dijo jadeando.
Eso me despertó. Abrí los ojos y aparté un poco el rostro.
—No. Mientras sigas con Gabriela, no voy a ser tuya —dije, temblando, pero decidida.
Luciano se tensó.
—¿Vas a dársela a otro? ¿A morir virgen?
—No —le respondí, mirándolo a los ojos—. Me entregaré a alguien que me elija solo a mí.
Él gruñó, molesto, y me mordió el cuello.
—Eso no va a pasar. Solo yo puedo hacerte sentir así.
Y volvió a mover sus dedos dentro de mí, más rápido. Algo cambió en mi cuerpo. Sentía que iba a explotar.
—Luciano… para… algo raro me pasa…
—Relájate —dijo en mi oído—. Déjate ir.
Y entonces pasó. Mi cuerpo se sacudió, y un chorro salió de mí, caliente, descontrolado. Me estremecí con fuerza. Nunca había sentido algo así.
—¿Qué fue eso? —pregunté, avergonzada.
Luciano sonrió, me acarició el rostro.
—Eso fue un squirt, princesa. Lo disfrutaste tanto que tu cuerpo lo gritó. Eres única. Nunca tuve a una mujer como tú. Y no pienso dejarte.
Estaba temblando, la sensación fue única, como si mi cuerpo estallara de placer
Me agarró de la cintura y mientras me besaba me fue llevando a la cama, yo parecía su títere, haciendo lo que el me indicaba.
—¿Que haces? —estaba nerviosa mientras subía a la cama arrastrando mi trasero
—Usare mi boca, y estoy seguro que después de eso me vas a suplicar que te quite la virginidad.
Abrió mis piernas, paso sus dedos sobre los labios, empezó a besar mis muslos, y yo ya me revolcaba en la cama
Justo entonces… alguien golpeó la puerta.
Nos miramos en silencio. Mi cuerpo aún temblaba. Me senté en la cama, asustada, con el corazón latiendo desbocado. El gemido que solté... había sido fuerte, casi un grito. ¿Y si alguien lo escuchó?
—Quédate quieta —murmuró Luciano, con la mirada fija en la puerta.
Dio un paso para acercarse, pero entonces otro golpe fuerte interrumpió el momento.
—¡Estúpida! ¡Levántate ya! No quiero que el novio de tu hermana espere a la bastarda de la familia —gritó Alicia, y sus tacones se alejaron resonando en el pasillo.
Sentí un vacío en el estómago. Apreté la bata contra mi cuerpo, avergonzada. Esto estaba mal. No podía seguir con esto.
Luciano volvió a mirarme, ahora con el ceño fruncido.
—¿Siempre te trata así? —preguntó, serio, molesto.
—¿Qué esperabas? Para ellas soy la intrusa, la hija fuera de lugar. La bastarda de papá.
Frunció aún más el ceño.
—Alicia nunca se había comportado así conmigo. Siempre me dijo que te aceptaba…
Me reí, amarga.
—Eso es lo que mejor saben hacer: fingir. Pero en cuanto me ven, no se esfuerzan ni un poco.
—¿Y Gabriela? ¿También te trata así?
Asentí.
—Gabriela me odia desde que soy niña. Y no va a cambiar.
Él dio un paso más hacia mí, pero levanté la mano para frenarlo.
—No me busques, Luciano. No me protejas. Solo vas a empeorar las cosas.
—¿Qué clase de problemas crees que te puedo causar? —preguntó, con tono bajo, pero firme.
Lo miré directo a los ojos.
—Ser la amante del prometido de mi hermana perfecta… eso, Luciano, solo me va a poner en la mira de todos. Y no tengo fuerzas para eso.
Él apretó la mandíbula, dio un paso hacia la ventana.
—No estoy seguro de casarme con Gabriela. Desde ese avión… solo pienso en ti.
Mis ojos se abrieron, sorprendida.
—No, Luciano. Solo piensas en sexo. En mi virginidad. Eso es lo que te obsesiona. Lo que pasó fue un error. No voy a ser tu juguete.
Su silencio me respondió. No dijo nada. Solo bajó la mirada.
—Sal de mi habitación —le dije en voz baja, firme—. Ahora.
Luciano se fue sin discutir. Yo me metí al baño. Necesitaba una ducha, otra más. Una que me borrara ese deseo… o al menos lo escondiera.
Cuando salí, me vestí rápido. Sabía que me iría con él, porque tenía que trabajar. Porque no iba a esconderme.
Al bajar, Alicia me esperaba en el pasillo con su sonrisa falsa.
—Qué raro que salgas tan tarde. ¿Te estabas arreglando tanto para impresionar al prometido de tu hermana?
Antes de que pudiera responder, Luciano apareció detrás de mí.
—Alicia —dijo seco—, te pediré por última vez que cuides tu lenguaje con Zaira.
Ella se quedó muda. Yo lo miré de reojo… y sentí que por dentro se encendía algo más que deseo.
Al llegar a su oficina, Luciano me mostró mi nuevo espacio. Pequeño, pero bonito.
—Empezarás como mi asistente personal. Llamadas, correos, agendas… estarás cerca de mí en todo —dijo mirándome con intención.
No pude evitar ruborizarme.
Todo iba tranquilo hasta que la puerta se abrió de golpe. Un hombre entró como una tormenta. Alto, musculoso, tatuado, de cejas marcadas y mirada intensa. Su voz retumbó en el despacho.
—Luciano, ¿dónde está el puto dinero?
Luciano se levantó de su silla, serio, sin miedo.
—La herencia de la familia es mía, no tuya, Vincenzo. Ya lo sabes, así que te deposite lo que te correspondía al cumplir la edad, puedes consultar con los abogado
El hombre, Vincenzo, apretó los puños, furioso.
—Eso lo decidieron ellos, no yo —escupió —Me la vas a pagar
Pero justo cuando se dio vuelta para irse, me vio.
Se detuvo. Su mirada bajó por mi cuerpo como si me analizara. Caminó hacia mí y tomó mi mano, inclinándose para besarla.
—Eres… hermosa —dijo, sin soltarme—. Soy Vincenzo Ferrer, primo de este idiota.
Luciano se acercó de inmediato.
—Basta,
Vince.
Vi su mandíbula tensarse. Estaba celoso. Claramente.
—¿Que pasa primo? Te recuerdo que ya tienes a tu novia trofeo, Pero no olvides que Gabriela fue mía.






















