CAPÍTULO 5
Capítulo 5
Apenas Vincenzo salió de la oficina, me dejó una tarjeta con su número.
—Llámame si algún día te cansas de los Ferrer aburridos —me dijo, guiñándome un ojo.
Yo no supe qué responder. Me quedé mirándolo con una sonrisa nerviosa. Pero apenas cerró la puerta, Luciano se acercó, me arrancó la tarjeta de los dedos y la rompió en pedazos sin decir una palabra.
—¿Qué haces? —protesté, molesta.
—No quiero que hables con él —dijo sin mirarme.
—¿Y por qué no? ¿Qué significa eso que dijo de Gabriela? ¿Fue verdad?
Luciano apretó los puños. Caminó hacia el ventanal, como si necesitara espacio para soltarlo.
—Sí. Antes de conocerme, Gabriela tuvo algo con Vincenzo. Nunca me lo dijo. Lo supe por él, y desde entonces… hay rivalidad. Competencia estúpida.
—¿Y aún así te comprometiste con ella?
—No sabía toda la historia en ese momento —respondió, con la mandíbula tensa—. Y para mi familia, las apariencias lo son todo, mi padre espera que me case con Gabriela, la quiere mucho.
Antes de que pudiera decirle más, la puerta volvió a abrirse. Una mujer alta, de cuerpo perfecto, cabello rubio y lacio hasta la cintura, entró sin tocar. Se lanzó directo a los labios de Luciano, y lo besó en la boca con una sonrisa provocadora.
Yo me tensé de inmediato. Sentí un nudo en el estómago. Tragué saliva.
—¡Hola, guapo! ¿Me extrañaste? —dijo con voz suave y burlona.
Luciano se separó sin mucha prisa, como si estuviera acostumbrado.
—Paola… —dijo con una media sonrisa, algo molesto—. Ella es Zaira, hermana de Gabriela… la chica del avión.
Paola me miró sorprendida, como si acabara de entenderlo todo. Su rostro se transformó en una mezcla de burla y revelación.
—Ahhh, así que tú eres la razón por la que Luciano no ha podido tener sexo con nadie más en días, Vaya, con razón andas tan tenso…
—Paola, basta —la cortó él, serio.
—No me mires así, sabes que soy tu mejor amiga… con beneficios —agregó, mirando mi reacción.
Yo no dije nada. Solo asentí, como si no me importara. Pero por dentro estaba molesta, celosa y… confundida. ¿Cuántas mujeres más iba a besar frente a mí?
Al parecer Paola era su mejor amiga, hablaba con el con naturalidad de todo, y para ser honesta me trató amablemente.
—Tráeme las proyecciones, por favor —ordenó Luciano, evitando mirarme.
—Sí, jefe —dijo ella con una sonrisa pícara antes de salir contoneando las caderas y hacer un gesto militar.
Intenté concentrarme en mi trabajo. Tenía que organizar correos, llamadas, revisar agendas, enviar informes. Pero él seguía pasando por mi escritorio, rozándome, hablándome bajito, como si nada hubiera pasado entre nosotros.
Yo fingía que no lo notaba. Pero todo mi cuerpo lo sentía.
Cuando terminó el día, tomé mis cosas rápido, lista para irme por mi cuenta.
—Voy a llamar un taxi —dije, sin mirarlo.
—Te llevo yo —respondió de inmediato.
—No es necesario.
—Sí lo es. ¿Cómo va a parecer que mi cuñada se va sola cuando vino conmigo? Llamará la atención —dijo con tono neutral, pero firme.
Tenía razón. No quería más escándalos.
—Está bien —acepté, sin emoción.
Caminamos juntos hasta el ascensor. Yo con el corazón acelerado… y él con los ojos puestos en mí, como si nada se le escapara.
Y aunque intentaba no mirarlo… sabía que ese trayecto en el coche, a solas, iba a ser todo menos tranquilo.
El camino de regreso fue silencioso. Yo miraba por la ventana, apretando los brazos contra el pecho, mientras él conducía con una sola mano, serio, concentrado… pero tenso. Lo sentía.
De pronto, frenó en seco en un mirador, justo al borde de la ciudad. Las luces se veían abajo como estrellas rotas. Lo miré confundida.
—¿Qué haces? ¿Por qué paramos?
Él me miró con intensidad. No dijo nada. Solo se inclinó y me besó, con fuerza, como si me hubiera contenido todo el día. Mi cuerpo reaccionó antes que mi cabeza. Le seguí el beso, lo sentí profundo, húmedo.
—No me pidas que me aleje de ti —susurró con voz grave contra mis labios—. Porque eso sería una tortura.
Yo respiraba agitada, intentando mantener el control.
—No juegues conmigo, Luciano. Eres el prometido de mi hermana.
Se apartó un poco, mirándome directo a los ojos.
—No planeo dejarla… por ahora. Pero tampoco pienso renunciar a esto. A lo que tú y yo provocamos cuando estamos cerca. No quiero compromisos. Solo pasión. Y ayudarte a liberarte. A ser tú.
Eso me dolió y me encendió al mismo tiempo. Cerré los ojos.
—Llévame a casa —dije cruzándome de brazos, conteniéndome—. Ahora.
Él soltó un suspiro frustrado y puso la mano en la palanca para arrancar. Pero antes de que pudiera moverse, lo tomé del cuello y lo besé yo.
Nuestros labios chocaron con fuerza. Lo deseaba. No lo entendía, pero lo deseaba con locura.
—Esto será sin compromisos —le dejé claro entre besos—. Sin mentiras. No me pertenecerás… y yo tampoco a ti.
—Acepto —jadeó, besándome más abajo, en el cuello.
—Y no tendrás mi virginidad —dije firme, con la respiración acelerada—. Esa se la daré a quien se case conmigo.
—Lo entiendo —respondió, aunque su mirada ardía de deseo—. Pero no me quites todo de una vez.
Sus manos se deslizaron entre mis muslos, subieron mi vestido sin pedir permiso. Yo abrí las piernas con timidez, pero sin detenerlo. Su boca volvió a besarme mientras sus dedos entraban en mi ropa interior.
—Estás empapada otra vez —murmuró, sonriendo—. Te encanta que te toque así, ¿verdad?
—Sí… —gemí, perdida.
Me acariciaba con firmeza, sabiendo exactamente dónde y cómo tocar. Me dejé caer sobre el asiento, cerrando los ojos. Mis caderas se movían solas, siguiendo su ritmo. Todo mi cuerpo ardía.
—Luciano… voy a… —gemí, pero él no se detuvo.
Y entonces pasó otra vez.
Mi cuerpo se sacudió con fuerza y un chorro caliente salió de mí, empapando el asiento de su auto. Gemí tan fuerte que mi voz se quebró.
—Dios… —jadeé, temblando—. ¿Otra vez?
—Sí… otra vez —susurró besando mi mejilla—. Te ves hermosa cuando te vienes así.
Yo respiraba agitada, con las piernas temblando. Él se separó apenas, mirándome con deseo salvaje.
—Ahora ayúdame tú —murmuró, tomando mi mano y guiándola a su erección dura bajo el pantalón.
Yo intenté acariciarlo con la mano, era inexperta, aunque escucharlo gruñir me gustaba
—¿Sigo moviendo mi mano así?
Asintió
—Creo que me voy a venir preciosa. —se quitó el saco acomodándose en el sillón.
—¿En mi mano?
—No con la mano, Zaira… —sus ojos me atraparon—. Quiero tu boca, ayúdame a ve
nirme con tu boquita que me obsesiona.
Mi corazón se aceleró.
—Nunca lo he hecho… —confesé, con nervios.
—Déjame guiarte —susurró.






















