Capítulo 1 La despedida.
Capítulo 1.
La despedida.
La luz que se filtra por las rendijas de las cortinas dibuja una línea dorada sobre la cama, un testigo silencioso de las últimas dos horas. Tamara permanece sobre Domini, en cuatro, dándole la espalda, sus piernas a cada lado de la cama, apoyada de sus rodillas, se mueve intensamente, su trasero rebota para él, quien la azota en el trasero, tomando sus caderas, la presiona contra su miembro, hundiéndose completamente en ella. Tamara, absorta en el placer, lo mira, sus ojos débiles, recibiendo su enorme herramienta, gruesa y gorda, que la pone tensa.
— ¡Mmm! ¡Más, más!— Suplica débil, disfrutando de la plenitud del momento.
— ¿Quieres más? Suplica.— Se hunde en ella con fuerza, haciéndola estremecer.
— ¡Aaah! Más mi amor, plis.
Ella muerde sus labios, mientras que Domini la acomoda, poniéndola boca abajo sobre la cama, la pone de lado y apoya su pierna derecha sobre su pecho, embistiéndola con una intensidad descontrolada, que causa en vaivén ansioso del vientre plano de Tamara.
Domini, deleitándose por sus hermosas curvas, ella es hermosa, a sus 32 años parece una mujer más joven, su cuerpo es una obra hermosa de arte, cada curva, su trasero, sus demora grandes, todo natural. Sus pezones marrón claro son su deleite, él aprieta la zona, con satisfacción, un deseo insaciable lo lleva acomodarla, sujetándola de las caderas con su mano izquierda y con la derecha, sujeta su nuca, presionando cada embestida, más profunda que la anterior.
Ella envuelta es el placer que él le da, se siente viva, sus hermosos ojos verdes lo enfocan con debilidad, mientras se jala el cabello, como muestra de su quiebre total, él, la desarma, pese a su juventud, la experiencia que tiene en el sexo no la deja insatisfecha, al contrario, la toma con tanta posesiva, que la hace sentir suya en cada segundo.
— ¡Aaah! ¡Uuuff!
El sonido intermitente de su piel al chocar es una satisfacción insaciable, ella se acomoda, de frente, mirando al hombre de 1,90 de alto, de grandes músculos, tatuaje rebelde en su pecho y cuello, atractivo, de tez clara y gran físico, acomodarse frente a ella, enfocando sus hermosos ojos azules mientras ella disfruta de lamer sus jugos con deseo, mordiéndose el labio inferior con una sonrisa satisfecha y llena de maldad.
Domini, ante su mirada juguetona, la toma de la mandíbula y la levanta a su nivel, tomándola en un intenso beso mientras la arroja de vuelta a la cama, donde permanece sobre ella, acariciando su cuerpo, de la misma manera que ella. Domini, admirando su tez clara y rasgos perfectos, la acaricia, deleitado por esta belleza de un metro ochenta cm, que lo vuelve loco.
— Quiero que conozcas a mi madre — exclama él, su voz grave, cargada de una seguridad que no deja duda ni vacilación.
La sangre de Tamara se congela. La burbuja de intimidad estalla. Se levanta del calor de su cuerpo con una lentitud deliberada. Se abrocha su camisa de seda, sintiendo el tejido frío contra la piel caliente.
— No creo que sea buena idea, Domini.— Responde indiferente.
Él se sienta, apoyándose en la cabecera de la cama, con una arruga de incomprensión en la frente.
— ¿Por qué? Llevamos dos años en esto, Tamara, creo que es momento de subir de nivel, esto es real.
— Es real para nosotros, aquí, en este espacio secreto — responde ella, su voz apenas un susurro firme —. Pero se supone que esto es solo sexo. Se supone que es un secreto. No tenemos que arrastrar a tu familia a esto.
Domini ríe, un sonido bajo y sarcástico.
— ¿Arrastrar? No soy un niño, Tamara. Te quiero y quiero que estemos juntos, no a escondidas.
Ella se cruza de brazos, sintiendo el peso de los treinta y dos años contra sus veintidós.
— Soy tu extutora de idiomas. Te llevo diez años de diferencia. Ante el mundo, no soy buena para ti. Soy una aventura. Soy la mujer que arruina familias.
— Soy un adulto. Tengo veintidós años y tú treinta y dos. Nos llevamos diez años, sí, pero la edad no importa. Soy mayor. Legalmente soy mayor. Emocionalmente… soy más maduro que la mayoría de los hombres que conocemos.
Tamara niega con la cabeza, una punzada de dolor en el pecho. Sabe que él tiene razón en lo legal, pero ignora la crueldad del mundo y de su pasado, al ser una mujer divorciada, que se mete con un hombre menor.
— No piensas con claridad. Tu madre tiene cuarenta años. ¿Qué crees que va a pensar de una mujer divorciada, diez años más mayor que se acuesta con su único hijo?
— Que eres una mujer maravillosa. No te conoce, no te puede juzgar. No soy como mi padre, Tamara. No voy a dejar que el alcohol o las expectativas dicten mis decisiones. Te elijo a ti.
— Sé cómo termina esto. No creo que pueda funcionar. — La voz de Tamara se quiebra. Su miedo es tangible. Sabe que Domini es la pasión de su vida, pero es una llama insostenible.
— Llevamos juntos dos años. Para mí funciona perfectamente. ¿Qué es lo que no funciona para ti? ¿Es que te aburres? ¿Es que quieres volver con tu exmarido?
— ¡No! — Exclama ella. Su mirada es una súplica. — No quiero arrastrarte a mi vida de errores.
Domini la ignora. La toma de las caderas y la sube sobre su regazo. El contacto físico es su argumento final. Ella aferra sus piernas a su cintura enfocándolo débil.
— Te quiero, Tamara. No me importa lo que diga la gente, no me importa mi madre, mi padre. Te quiero conmigo, ahora y siempre.
Ella lo mira. Sus ojos están cargados de emociones, de dudas. Jamás pensó estar con un hombre diez años menor que ella. Es la antítesis de su vida planificada. En el fondo, sabe la verdad cruel: él se va a cansar. Esto es solo un juego para él, la conquista prohibida, la prueba de que puede tener a la “maestra”. Él se va a cansar y la va a dejar por alguien más joven, alguien sin pasado, sin arrugas. Y ese dolor la destruirá.
— Dime que sí. Estoy dispuesto a todo por tenerte. — La besa con una desesperación que la atrapa por completo, volviendo a hundirse en ella sin pudor, sin aviso, reclamando su cuerpo y su alma. La despoja de su camisa y muerde su hombro con posesividad.— Eres mía, Tamara, no voy a dejarte.
Ella no le da respuesta, se entrega a él una vez más, dejando que el placer ahogue las dudas. Domini es su droga.
La Huida.
Domini duerme. Su respiración es regular y profunda. Ella se desliza fuera de la cama con una precisión militar. Recoge sus pocas pertenencias en silencio: la maleta que había empacado el día anterior, la cartera, el pasaporte. Camina hasta el lado de la cama de Domini. Se inclina y le da un último beso, le escribe en una última nota, su adiós.
— Adiós mi amor, te amo, espero puedas perdóname.
